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2350 28 Abril 2017

 

 

Gobernar es el arte de meter la pata
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Ser prócer implica no cometer deliberadamente imprudencias. Los héroes, se equivocan por generosidad o buena fe, pero nunca por la simple razón de ser medio tarambanas. Al menos eso creemos. Pero la realidad histórica es diferente. Si dudamos del sentido común en los grandes hombres, ¿qué nos queda al común de los mortales?

Francisco I. Madero, por ejemplo, era algo más que ingenuo. Su Plan de San Luis, que hizo público el 5 de octubre de 1910, donde exhortaba a levantarse en armas en contra del dictador Porfirio Díaz, es un ejemplo de despiste total. De plano metió la pata.

El artículo 7o. de ese plan, decía: “el día 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Los pueblos que están retirados de las vías de comunicación lo harán la víspera”.

Más detalles no hacían falta para avisar al ejército de Díaz que el 20 de noviembre habría alzados en el país. Era cuestión de pescarlos antes y detenerlos o matarlos. Como en efecto pasó en la víspera con el bestial asesinato de la familia de Aquiles Serdán, en Puebla.

Si la Revolución maderista no abortó fue porque el régimen de Díaz estaba todavía más atontado que los rebeldes. Fue un duelo de incompetencias y estupideces sin límites. El propio dictador, con un poco de sentido común, hubiera impuesto como su sucesor a Bernardo Reyes y apaciguado a tanto alborotado, al menos para tomar un respiro.

Pero el viejo don Porfirio (¿de donde salió la creencia posterior de que era un zorro de la política, astuto y taimado, cuyo único error fue hacerse viejo?) era envidioso, engreído, avorazado y soberbio.

De ahí para atrás, en el siglo XIX, con excepción de Benito Juárez (grillo marca diablo), todo fue acumular error tras error de los presidentes y caudillos. Y de ahí para adelante, en el siglo XX, todo fue una sucesión de metidas de pata, la infaltable y ocasional buena suerte, y una montaña de corrupción que sigue alzándose hasta la fecha.

No fue sino hasta el siglo XXI (que hoy atravesamos), cuando los gobernantes de todos los niveles se volvieron al fin juiciosos, centrados y muy inteligentes. Ponga usted, lector, los ejemplos correspondientes.

 

 

 

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