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campbelltit

Natalia Mendoza ha hecho un estudio sobre los no invisibles efectos que el narcotráfico ha tenido en el imaginario colectivo de un pueblo sonorense. Cuando presenta su tesis con este tema en el Colegio de México, antepone a su título las siguientes palabras: “Un lugar complicado”. Se trata de una noción procedente de la antropología que en su vertiente etnográfica, su método, se ocupa de las tradiciones y las costumbres de los pueblos y a veces se confunde con cierta literatura realista.
  La tesis ha sido publicada por el CIDE con el título de Conversaciones con el desierto. Este es el título completo de la tesis: “LA INTIMIDAD DEL DESIERTO. MORAL, IDENTIDAD Y TRÁFICO DE DROGAS EN UN LUGAR COMPLICADO.” Pero dentro de las costumbres y la moral ambiente alteradas en los últimos 25 años, prácticamente de una generación a otra, lo que se palpa de manera concreta son los cambios que se van dando en las relaciones laborales, entre patrón y empleados, pero también en la dinámica interna del grupo familiar. A muchos les puede preocupar, en aras de la vieja moral ranchera, pero a otros en nada les afecta, que quiera casarse con la hija de algún jefe de familia un muchacho evidentemente involucrado en el tráfico de drogas; uno de esos jóvenes que desaparecen de pronto una temporada y luego vuelven con camioneta nueva, botas de 500 dólares, y la cartera repleta.

Todavía hace veinte años, un pretendiente semejante podría despertar objeciones entre los miembros de algunas familias. Ahora no tanto. Incluso entra dentro del orden natural de las cosas que la novia se vuelva viuda en unos cuantos años, viuda joven y tal vez rica. A pesar de que ha escrito su tesis para obtener el título de licenciada en Relaciones Internacionales, Elsa Natalia Mendoza Rockwell ha optado por un acercamiento etnográfico a esta zona del planeta que se encuentra a un paso de la frontera entre Sonora y Arizona. Ha creído pertinente desmarcarse de las elaboraciones metodológicas y demasiado abstractas para tender un cable a tierra y estudiar en vivo, a ras del suelo, lo que está sucediendo en Santa Gertrudis, porque lo cierto es que un estudio etnográfico permite entender cosas sobre el tráfico de drogas: la forma en que se arraiga localmente, su interferencia con otros asuntos de la vida comunitaria y las transformaciones que impone. “Permite mostrar la naturaleza porosa de lo que llamamos crimen organizado y poner en duda la imagen mediática que muestra a los cárteles como organizaciones impermeables divorciadas de las sociedades que las albergan.”
  El narcotráfico no es sólo lo que los grandes capos y los políticos manejan como negocios de altura, campañas políticas electorales y muy altas finanzas legalizadas. El narcotráfico también es, en la vida cotidiana, el mundo de los burreros (en Tijuana se les dice burros) que cargan veinte kilos de mariguana en fila india a través de la frontera sin averiguar de quién son. O el de una pareja que, para reunir el dinero suficiente para su boda, decide pasar 50 kilos de mariguana escondidos en el compartimiento secreto de un pick-up. A ese paquete escondido le llaman “clavo”.
  ¿Localmente se acepta el narcotráfico como una actividad legítima? ¿Qué posición ocupan las personas dedicadas al tráfico de drogas en la estructura social local? En realidad no hay un modelo sencillo que explique la relación de la comunidad con el tráfico de drogas; todo depende y todo está en discusión. Lo importante es entender la mentalidad del pueblo que le da cobijo. ¿El bueno? ¿Es malo? ¿Es relativo? Según y cómo.
  Santa Gertrudis también es un lugar de paso: de tráfico de personas. Y es sobre todo la inmigración —en el pueblo muchas familias, aunque no todas, están haciendo negocio con comidas y hospedaje y lo que derraman en dinero los polleros— y no el narcotráfico lo que produce en la población la sensación de que todo el antiguo orden se está derrumbando. La migración se vive como una amenaza directa a la comunidad, en la que el orgullo ranchero se levanta contra las actividades ilegales y anexas.
  Luego vienen unos capítulos sobre el beisbol, las carreras de caballos, las peleas de gallos y una exposición sobre el narcotráfico y la participación política.
  Si Natalia Mendoza se atreve a hablar de cultura ranchera o cultura del tráfico de drogas en Santa Gertrudis, el pueblo de su familia paterna, es porque con ello entiende y desglosa la producción histórica, siempre conflictiva y ambigua, de significados y prácticas.
  Santa Gertrudis tiene una atmósfera de “viejo oeste moribundo”. Tiene entre siete y catorce mil almas y es un pueblo poco adornado y con un verano de siete meses. Es un pueblo con orgullo ranchero, pero con la mitad de las hectáreas de riego semiabandonadas. Sus pobladores tienen vocación de ganaderos, pero tienen pocas vacas. Antes en Hermosillo no se vendían boletos de autobús para Santa Gertrudis: tenía que pedírsele al conductor que, por favor, se detuviera junto a la iglesia.
  Como en muchas ciudades del norte, al automóvil es un signo de identidad personal y de status social. Es mucho más que un medio de transporte enajenante e individualista. La gente se reconoce por el auto, se saluda de carro a carro con un sonido o un cambio de luces. En los autos se dan las conversaciones más íntimas, los negocios, el consumo de alcohol y de drogas, la seducción y las relaciones extramaritales.
Pero lo más importante es ir a “dar la vuelta". Se sabe de una familia que vivía en un rancho muy apartado. Los domingos, después de bañarse y vestirse bien, se subía la mitad de la familia a la camioneta, daba vueltas alrededor del rancho y saludaba desde el vehículo a la otra mitad del rancho que se sentaba enfrente de la casa para verlos pasar.

La intimidad del desierto
Su análisis de las percepciones que en el pueblo de Santa Gertrudis se tienen sobre el trabajo, el dinero, los bienes de consumo y la ostentación abre caminos interesantes para el estudio del crimen organizado y su implantación en otras comunidades específicas del país. La misma metodología etnográfica podría transferirse a una ciudad fronteriza como Tijuana para estudiar, por ejemplo, cómo la sociedad tijuanense ha asimilado la cultura del narco e integrado en sus esferas más altas a familias y parientes de narcotraficantes. También podría imaginarse un análisis de los cambios que se han producido en la moral ambiente, en las relaciones comerciales y amorosas, de todo el país: una suerte de indagación en los cambios de mentalidad a nivel nacional.
  ¿Qué consecuencias ha tenido la economía criminal en el imaginario colectivo del mexicano?
  La estudiante del Colegio de México —que tuvo como director de su tesis a Fernando Escalante Gonzalbo— se acerca a los habitantes de Santa Gertrudis como entrevistadora de campo.

* * *
  —¿Al patrón de tu papá lo has visto? 
  —Es chaparrito, siempre de trajecito. Nunca en la vida me ha tocado ver a una persona con tanto pinche dinero y que sea tan servicial, tan buena gente. A los burreros les habla de por favor, de usted. Y siempre trajeadito. Es súper educado, por eso la gente luego le achaca que es joto. Lo que pasa es que es muy educado y político para hablar.

* *

  —¿Has andado con judiciales?
  —Con uno, con E.
  —¿Cómo era?
  —Es una misma pinche cosa. Yo no hallo mucho la diferencia entre judiciales y narcos. Hacen lo mismo. Lo único es que trae charolita.
  —¿Cómo era?
  —Buena onda, medio mamonsón, típica actitud de mafiosito mamón. Andaba en lo mismo. Aquí nada más se trata de agarrar feria, a la gente le vale madre. Nadie, menos los judiciales, ninguna ley.

* * *

—El dinero del narcotráfico se parece al dinero de las apuestas, que es el otro que no dura y tiende a crear desgracias. No se gana, porque no implica trabajo.

* * *

—El tráfico de drogas ofrece una especie de subsidio, un tiempo de gracia, al viejo estilo de vida; permite mantener ranchos que ya no son rentables, permite no migrar y, sobre todo, no incorporarse al mercado del trabajo asalariado.

* * *

—¿Te has imaginado ser tú una mafiosa?
—Pues sí, alucinando, acá…
—¿Y cómo te imaginas?
—Perrón, acá, chingona. Con un carro poca madre, arreglada con batos pesados y la chingada…
—¿Alguna vez lo has hecho?
—No mames, morra, no te puedo contar eso. Siento como si mi amá me estuviera oyendo.

* * *

—Ahora ya no encuentras quién te limpie el corral o te arregle un cerco. Prefieren aventarse tres días burreando y ganar lo de un mes.
  —¿Está mal?
  —Para nada, es un trabajo como cualquier otro. Tiene sus riesgos, no es tan fácil, no matas a nadie. Que lo vean mal es otra cosa. Pero dinero fácil… dinero fácil pura madre. Es una pinche putiza.

* * *

La autora se pregunta si no fue el exotismo de la narcocultura lo que la llevó a ese pueblo del norte de Sonora. En lugar de ello se encontró con la vigencia de la moral y las normas rancheras de la tradición cívica sonorense. Sea como haya sido, su conclusión es que el narcotráfico como contracultura (los narcocorridos, la violencia, el machismo) es un fenómeno relativamente marginal. “Un cambio importante es un paulatino divorcio entre el esfuerzo y el mérito, que era uno de los pilares de la sociedad ranchera de Santa Gertrudis, una progresiva devaluación del esfuerzo físico”.
  La gente se va al narcotráfico hormiga para hacerse de mil o dos mil dólares en un par de días, pero sabe que el “dinero fácil” también se va fácilmente de las manos.
  “El dinero de la burreada te dura una semana, y se me hace mucho. En dos o tres días ya no tienes un cinco. Es rara la gente de aquí que se dedique al narcotráfico y que tenga algo.”
  En cuanto a los criterios identitarios siempre hay —se establecen, se construyen— diferencias y clases entre los nativos de Santa Gertrudis: el peligro viene del sur y los únicos que matan —en la perspectiva
local– son los sinaloenses. No sólo no es lo mismo un narco colombiano que uno mexicano, sino que nadie en Santa Gertrudis diría que es lo mismo un narco del pueblo que uno de Sinaloa.
  Cuando la autora de la tesis afirma que nunca había habido en Santa Gertrudis tanto dinero, tantas casas lujosas, y prevalece la sensación de que todo se derrumba, de que todo y todos están corrompidos, de que el precio moral que se paga por ese auge es excesivo, está deslizando una ironía tangencial respecto a que la modernidad y el progreso lo curan todo. También adelanta una crítica a la idea de que la modernidad se sitúa en el centro y no en la periferia.
Ciertamente Santa Gertrudis es un lugar absolutamente periférico, pero es también perfectamente cosmopolita y global. Lo paradójico es que es un pueblo moderno: con una carretera que lo parte por la mitad, a una hora de la frontera con Estados Unidos, con tres cafés de internet, con una enorme densidad de automóviles, teléfonos celulares y aparatos de televisión. Santa Gertrudis es un lugar con un mínimo de analfabetismo, con seis escuelas primarias laicas; un lugar cosmopolita: donde hace muchos años llegaron chinos, japoneses, franceses y un par de griegos, donde  pasan diariamente miles de personas de todo México y Centroamérica y algunos de Venezuela, Brasil, y hasta de Filipinas, Rusia y China.

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