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28 de julio de 2010
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¿Hacia una juventud fallida?

Lidy Adler

 

En los próximos días dará inicio un nuevo ciclo en la Universidad Autónoma de Nuevo León. ¿A cuántos jóvenes dejará fuera, sin perspectivas, condenados a la vagancia, la delincuencia o a una vida miserable? ¿A cuántos jóvenes escupirá después de haber intentado durante uno, dos o quizás tres semestres ser licenciados, ingenieros o doctores?

 

El caso de Mayra es el de muchos jóvenes de nuestra ciudad. Hija de una empleada doméstica y de un lavacoches, se ha esforzado desde chica para ser una buena estudiante. Terminó su preparatoria con excelentes calificaciones y ahora se dirige, llena de sueños, a la universidad. Ya le prometió a su madre una casa cuando sea profesionista.

 

Debe pagar en rectoría $1,400 por concepto de inscripción, la cuota interna de la facultad que eligió es de $5,850 y si no aprueba el examen de inglés que se le aplicará, tendrá que desembolsar $2,500 para llevar el curso del idioma. Un semestre resulta costando $10,000. Esto equivale al ingreso íntegro de sus padres en un mes, cuando tienen trabajo, porque si llueve o si se prescinde del servicio de limpieza, ya no juntan esa cifra. Para asistir a sus clases tiene que tomar 2 camiones de ida y dos camiones de regreso, $18 pesos al día, unos $360 al mes.

 

Para evitar desplazarse más de una vez, debe quedarse a comer en la facultad. Ni pensar en comprar muchos de los libros que le encargarán, así que tendrá que hacer uso de los pocos que habrá disponibles en la biblioteca (si es que los hay). Seguramente tendrá que buscar un empleo de medio tiempo para poder comprar parte del material que requerirá para sus estudios, por lo que sus horas de estudio, de diversión o descanso se verán reducidas, ganando quizás $60 diarios que algún empleador abusivo le ofrecerá. Esto es lo que la universidad pública de nuestro estado le ofrece.

 

Mientras tanto, los chicos de Finlandia o de Noruega, países reconocidos por la altísima calidad de su educación, viven condiciones muy diferentes: la universidad pública es completamente gratuita (como lo fue la primaria, secundaria y bachillerato), no hay cuotas de inscripción, el transporte está subsidiado para los estudiantes, así como los gastos de manutención y vivienda (los chicos se independizan de sus familias desde los 18 años).

 

Su obligación es pues estudiar y divertirse, y en eso concentran sus energías. Los impuestos que sus padres pagan van encaminados a ofrecerles excelente educación, así como excelentes servicios de salud. Todos saben que lo que reciben es un derecho y esperan y exigen una alta calidad.

 

En nuestro país, cuando los políticos andan de campaña, ofrecen en las colonias más necesitadas ayudas para estudios y otras cosas, de manera que las personas sienten que les están dando un regalo y hasta agradecidas se sienten. A Mayra le ofrecieron reducirle el pago a rectoría. Y así el político se convierte en el hombre dadivoso con el que se estará agradecido por siempre, cuando la obligación de un país que se interese por su gente es brindarle bienestar.

 

Hemos oído hasta el cansancio que la única manera de prosperar es a través de la educación y de buenas condiciones de vida, pero parece que aquí se hace todo lo contrario: escuchamos muchas voces que critican las cuotas tan bajas que cobra la UNAM, como si pensaran que sólo merecen educación ciertas capas de la sociedad. Que nadie se sorprenda que en estas condiciones los jóvenes se fuguen en las drogas o que aspiren a ser reclutados por el crimen organizado, único espacio en el que sí son bienvenidos.

 

Una sociedad que no da cabida a los jóvenes y que no les ofrece posibilidades de vivir mejor, no merece nuestro respeto.

 

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