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28 de julio de 2010
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Escondites de la impunidad

Claudio Tapia

 

Los daños que generaron las sorpresivas lluvias torrenciales que arrojó el “Alex”, sumados al resto de calamidades que sufre nuestra sociedad, debieran bastar para hacernos reflexionar sobre cómo participar para resolver los problemas que nos aquejan, rompiendo la condena de volver a repetir errores de los que nadie responde. Al igual que en la conducta individual, en la social, el daño, el dolor, se produce por la neurótica repetición del comportamiento que intentamos, en vano, cambiar.

 

Es por eso que opino que una de las primeras demandas con las que la ciudadanía debe empezar a participar, consiste en tratar de impedir que lo ocurrido se vuelva a repetir. Lo que presupone exigir que la ley se cumpla sin distingos. Poner fin a la impunidad garantizada por la selectiva aplicación de la ley, es por donde debemos empezar, aunque sea con reducidos casos de ejemplaridad.

 

Detrás, o si se quiere, como ingrediente de cada uno de los enormes daños sufridos por el “desastre natural”, está, cuando menos, un responsable – irresponsable debería decir– que debe ser sancionado y condenado a reparar el daño que causó su ineptitud, negligencia, ignorancia o voracidad: nombres distintos de la  corrupción.

 

La lista de responsables de los daños es larga: empresarios, fraccionadores, constructores, coyotes, políticos y funcionarios públicos del nivel federal, estatal y municipal, todos, tuvieron algo que ver en la siembra de la bomba que el agua detonó.

 

¿Se imaginan enfrentando las consecuencias legales de su desvío de poder a un alto funcionario de la CNA? ¿Qué tal un par de alcaldes?  ¿Un secretario estatal del ramo?

 

Piensen en lo moralizante que resultaría ver a un selecto grupo de voraces fraccionadores y constructores con alguno de sus coyotes, condenados a reparar los daños que ocasionaron y a pagar las multas por las infracciones cometidas que, incluso, alcanzan el rango de lo penal. Imaginen el efecto multiplicador del insólito ejemplo. ¿Lo volverían a hacer?

 

Pero, como siempre, nadie responderá; nadie será llamado a cuentas ni comparecerá ante la autoridad. Todo seguirá igual y se repetirá. No habrá ejemplaridad y seguirá ganando la impunidad respaldada por la complicidad de la complaciente autoridad que se ilegitima al confirmar a la arbitrariedad. Sísifo condenado a repetir hasta la eternidad. La tragedia recurrente hasta la saciedad.

 

Si los recursos del Fonden no alcanzan para reparar los daños, pues se encontrará la forma de obtener los adicionales necesarios  que, por la vía impositiva, todos, menos los responsables, pagarán. Vendita impunidad que aceita los engranes de la corrompida vida nacional.

 

Y no es que en México no pase nada. Pasan cosas tan terribles como las que cotidianamente vivimos los regiomontanos. Lo que pasa es que en nuestro país, nadie responde de nada. Y háganle como quieran. En la práctica, la ilegalidad no acarrea consecuencias jurídicas: sanciones previstas para impedir que la conducta ilícita se vuelva a repetir.

 

Domina la cultura de la ilegalidad. Cumpliendo con la ley, no se tiene éxito ni económico ni social. El que no tranza no avanza. Esa es la divisa.

 

 Y sí, para bien de todos, lo que digo es una exageración y no tengo razón, por favor alguien acláreme: los ciudadanos, ¿dónde están? ¿Dónde sus reclamos para que la ley se cumpla? ¿Dónde las manifestaciones de querer participar en la reconstrucción moral y material de su sociedad? ¿Dónde están los espacios en los que los ciudadanos críticos que desean el cambio se pueden expresar? 

 

Sin voluntad política de hacer que la ley se cumpla por igual -lo que exige una amplia y decidida participación ciudadana- de nada sirve la infinita maraña de ordenamientos con los que se ha intentado, infructuosamente, regular los aspectos de nuestro comportamiento social.

 

El problema consiste en que tanto gobernantes como gobernados prefieren desentenderse del deber jurídico para dejarse guiar por la arbitrariedad y el imperio del más fuerte. Así, la ley decae en simulación. Si nadie la respeta, ¿por qué tengo que respetarla yo?

 

Consecuencia: la voluntad de no ser descubierto, de no ser atrapado, de no ser juzgado, de no ser sancionado, se vuelve aspiración colectiva de la sociedad y la impunidad deviene en  la medida del éxito político y social.

 

La cultura de la ilegalidad no es otra cosa que la impunidad convertida en norma suprema del pacto social que nos da unidad.

 

claudiotapia@prodigy.net.mx

 

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