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25 de agosto de 2010
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La sangre tiñe a los triquis
Lidy Adler

El evento más vergonzoso en su vida, cuenta Juan, fue el día en el que una mujer alemana o canadiense, no sabe bien, lo vio con su balón hecho de plásticos amarrados. Porque a él le gustaba el futbol, iba a todos lados con su balón bajo el brazo en su natal San Juan Copala.

La mujer le pregunta si ese es su balón, Juan contesta que sí. La mujer le ofrece entonces comprarle uno, ¡un verdadero balón! Juan, a sus 7 u 8 años, se pone feliz. La mujer entonces le propone un trato: él venderá chicles y ella le comprará el balón. Juan accede. Y ahí es donde inicia lo que él describe como su vergüenza más grande. “Cuando pienso en eso, pienso que esa mujer se aprovechó de mí, pero me di cuenta muchos años después. Esa señora me hizo poner una ropa toda sucia y con agujeros, con esos shorts me veía como Kul, más pobre que lo pobre que era, me dio la caja de chicles y cada vez que me acercaba a alguien a ofrecer los chicles, me tomaba fotos”.

No entiendo a qué se refiere con eso de Kul, me explica que es ese hombre verde. Supongo que se refiere a Hulk, me dice que sí. ¿Lo diría porque estaba verde de rabia y sentía que podría romper todo a golpes? Al preguntarle por qué cree que la señora hacía eso, dice que seguramente eso le podía servir para pedir dinero, donativos o ayudas. Y su balón nunca llegó.

Juan es ese chico mixteco que fue ayudado por Jodi, quien inició el Centro de Esperanza Infantil, que recababa fondos para ayudar a “los de huipil rojo”. Durante dos años le dio despensas a su familia y le asignó un padrino alemán que contribuía con dinero para su educación.

El mismo que estuvo en la Casa del Estudiante Triqui, dirigida por el belga Philippe Bermann y que mediante una filosofía autogestionaria alojaba a chicos triquis que se comprometían a laborar en actividades agrícolas y a cubrir los servicios de la casa como elaboración de la comida, limpieza, etc.

Juan tuvo ahí a su cargo el proyecto de la grana cochinilla que consistía en criar ese animalito que sirve para pintar de rojo los textiles y que, mezclado con plantas, da diferentes tonalidades. Se le llama sangre de tuna. Para ello tenía que sembrar nopal, infectar las pencas con la cochinilla y mantener todo bien limpio para que no vinieran otros animales. “Puse muchas pencas, así, en fila, a una señora le compré la grana cochinilla ¡y que en 5 días crecieron muchas!”

El mismo que organizaciones políticas como el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT) o la OBISOR (Unión de Bienestar Social de la Región Triqui) buscan afiliar para pelear contra los que buscan la autonomía de su municipio, prometiéndoles beneficios monetarios y laborales. Sí, Juan pensó que al pertenecer a la UBISOR tendría la posibilidad de poner un puesto para la venta de su artesanía en el zócalo de Oaxaca. Pero no fue así. Estos diferentes grupos han logrado que la comunidad triqui esté dividida y enfrentando luchas entre hermanos.

El mismo que en cualquier momento puede ser asesinado por unos o por otros, como ha sido la historia de su abuelo, su padre y su tío.

El mismo que es carne de cañón de tantas buenas y tantas no tan buenas intenciones.

La sangre tiñe a los triquis, y no es sólo la de tuna.

lidyadler@hotmail.com

 

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