mota
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3 Noviembre 2010
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Del Roble, Juárez
Eligio Coronado

corimgAlgunas calles se vuelven entrañables en la historia de una ciudad por su posición geográfica, importancia comercial, sitio de reunión de masas y sendero de vidas y destinos.

La calle Juárez (antes Del Roble) es una de ellas. Así lo reconoce el escritor Pedro de Isla (Monterrey, N.L, 1966) en su cuentario Del Roble, Juárez. Crónica de una ciudad*, donde confluyen diez historias o momentos significativos de sus personajes: dos médicos amenazan con prenderle fuego al negocio de don Ceferino como medida de control del cólera que azota a la ciudad (en 1833; p. 63-65), Sixto viene de fuera a buscar trabajo en Monterrey, pero no ha tenido suerte y, mientras tanto, se entretiene con El Libro Vaquero (p. 33-41), el ganadero y minero don Pablo de los Santos Caso trae a la ciudad el primer automóvil, un Reliable-Dayton (en 1906), y causa tremenda expectación (p. 85-88), Teodoro Zambrano es comerciante en chivos en el Mercado Colón y el negocio no anda bien, por lo que le preocupa el futuro de su hijo (p. 21-24), Ramona está molesta por la construcción de un templo bautista (en 1863) frente al Mercado Juárez y porque su marido Albino no quiere ir a la misa de las seis de la mañana; sólo la conforta la construcción del nuevo templo de la Virgen del Roble (p. 45-49).

Las historias no entrelazan personajes, a pesar de converger en la misma calle, porque pertenecen a diferentes épocas (de 1833 a 1988), pero sí se entrelazan con personajes históricos (doctor José Eleuterio González Gonzalitos, gobernador José Nepomuceno de la Garza Evia, general Pedro Ampudia, etc.), acontecimientos (huracanes Gilberto y Beulah, crimen de la calle de Aramberri, etc.) y lugares emblemáticos (Macroplaza, Fundidora, Estación del Golfo, etc.).

El autor demuestra su madurez narrativa en el manejo de los personajes: cada uno es diferente a los demás y posee su propia psicología, a pesar de las diferencias históricas, culturales, laborales, de género y de edad (hay ancianas, jovencitas, hombres maduros, comerciantes, desempleados, beatas, ricos, pobres, etc.).

El lenguaje resuelve con sobriedad la evolución de cada cuento: Carolina está preocupada porque un estudiante greñudo del Colegio Civil le ha dado un libro de Herbert Marcuse (El fin de la utopía) que no llevan en su colegio religioso y porque esa noche cena en casa el novio de su madre (p. 53-59), el empleado de la tienda Pe Hache, Efrén, se refugia en el quinto piso de dicho establecimiento para observar una manifestación contra el gobierno, mientras los demás comercios cierran sus cortinas metálicas (p. 27-29), doña Amalia, ya entrada en años, hace sus compras en el Mercado Colón mientras recuerda a su difunto marido y luego vuelve a tiempo a casa para ver su telenovela (p. 13-17), Rolando empeña un radio en sesenta pesos y luego le disparan en la espalda; alguien le saca el dinero y se lo entrega a una muchacha a la que confunden con su novia, sin que esto parezca algo concertado entre rufianes (p. 69-72), un hombre de apellido alemán, cercano al gobernador, recuerda la Batalla de Monterrey (en 1846) y su consiguiente capitulación (rendición) y, cómo, desde entonces, él y su familia fueron aceptados como reineros (o sea, regiomontanos; p. 75-81).

Cuentos regios sin duda, con todo y la escenografía cambiante, porque el espíritu de la Sultana del Norte está en ellos: “Una vez que la respiras, ya nunca te vas de esta ciudad. A donde te muevas la llevarás dentro” (p. 88).

Pedro de Isla. Del Roble, Juárez. Crónica de una ciudad. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2010. 88 pp., Fot. (Colec. Narrativa.)

 

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