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3 Noviembre 2010
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Histerias colectivas y aversión a la pertenencia
Cordelia Rizzo

En la tarde del viernes 29 de octubre, los agentes de la policía federal intimidaron a una masa que se había reunido en el Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Ciudad Juárez a inaugurar el Foro Contra la Militarización, bajo el lema “Por una cultura diferente”. Un chico cayó baleado por los policías, conmocionando a los organizadores del foro y a los locales, pues se omitieron detalles importantes del acontecimiento en muchos otros medios, como el que el chico cayó dentro de las instalaciones de la Universidad (al igual que los estudiantes del TEC de Monterrey) y que a los federales decididamente no se les “salió un disparo”, sino que lanzaron 6. Sirvió para violentar otra serie de esfuerzos de la sociedad por sentar acuerdos en torno a la situación de violencia que vive Juárez. 

Este acontecimiento causa una pena profunda y trae indirectamente a la mesa de discusión que en la historia de los movimientos sociales en México (por no decir del mundo) este tipo de tácticas ha tenido su razón de ser. Se han fundamento en el estudio de las causas de las histerias que han sido muy útiles para desalentar la acción y el pensar como colectividad de quienes quieren enfrentar al poder con sus abusos y errores. El soberano que ve amenazado su poder sabe que dividir a sus gobernados para preservarse es una técnica eficaz para sus fines. Por ello les conoce bien y obra en consecuencia. Los juarenses están urdiendo a contrarreloj de qué manera contrarrestarán el daño que les han hecho los federales.
        
En este espacio revisaré algunas escenas de la vida cotidiana de los regiomontanos que invitan a profundizar sobre la necesidad de evaluar comportamientos colectivos que no son, a juicio mío, conducentes a entender o aliviar la situación de violencia en el Estado. En honor y solidaridad a los días de vela y angustia de los activistas y académicos juarenses presento aquí reflexiones surgidas de la indignación de ver empleadas el viernes en Ciudad Juárez tácticas de intimidación colectiva.

El complicado sentimiento de pertenencia
El momento que se da cuenta uno que pertenece a una colectividad es muy abstracto, pero se vive en sucesos concretos, específicos y que fácilmente contradicen el discurso sobre esta misma idea. Pongo un ejemplo, el caso de las mujeres de las clases altas de Monterrey con cierta cultura política que sostienen una opinión apasionada y bien elaborada sobre la violencia en las calles. Saben que es multifactorial, que tiene que ver con el olvido de los ciudadanos por el gobierno y con la desigualdad social. No obstante, cuando platican de algún conocido que haya sido alcanzado por esta ola de criminalidad, no dejan de sentirse blancos deseables de un secuestrador, un ratero o hasta una intriga de conspiración, pues la forma en la que relatan el pesar ajeno advierte un deseo de imitación. 

La fantasía masoquista de ser víctima se alimenta de una afirmación de que la persona es secuestrable por su posición social. Ergo, el truco es que más allá de la posibilidad real de ser un blanco del crimen, poder ser objeto de un ultraje de esta índole les confirma de que son deseados, precisamente por aquello que los “pone por encima de otros”.  Entre otras cosas, el deseo de ser deseado es casi insondable, pero sin duda tiene una capacidad enorme de dominar todos los demás aspectos de la vida, lo cual en estas épocas resulta muy peligroso.

En otro tiempo, cuando estudiaba la primaria, me descorazonaba la anuencia de las maestras ante la violencia tácita de los alumnos. Llegaba otro año escolar y quizás se modificaban un poco las dinámicas pero el hostigamiento no tardaba mucho en tocar a los objetivos usuales. La esperanza de un cambio social emergía a la vuelta de la pubertad o a la salida de la secundaria, la ilusión de poder vivir en un entorno menos cruel y escapar la estructura que lo esclavizaba a uno a tan corta edad.  Evidentemente siempre existen grupos ajenos a la escuela, pero el tiempo que se gasta adentro de las aulas no es poca cosa.

Histerias históricas
Para muchos se rescata la solidaridad colectiva a lo largo de la vida, pero impera actualmente una falta de conexión entre las diversas esferas sociales –aunque los grupos pequeños se mantengan cohesionados- que vale la pena notar. Una ex colaboradora de una escuela preparatoria en la que trabajé platicaba sobre cómo se ha venido agravando el clima de violencia en los ámbitos cercanos de los chicos. Relataba ella que lo que manifiestan en sus escritos es una profunda desilusión de la etapa que les ha tocado vivir y una vorágine de emociones fuertes que remiten a sentirse traicionados por parte de las autoridades (hablo en general), mientras que la reacción de los padres de familia ante ello es alejarlos del análisis de las fuentes y medios, concretos y simbólicos, de su estrés. 

Durante la preparatoria tradicionalmente ha sido muy productivo hablar sobre las pasiones con los adolescentes. La violencia de la pérdida de la niñez se vuelve una temática implícita obligada, mientras que se vive en el día a día la agresividad entre los muchachos. Justamente es el coraje, la agresión bien canalizada, lo que permite madurar la etapa. Este proceso los vuelve especialmente vulnerables a absorber tantas pasiones como les acontezcan y nos ciega a sus tutores cuando verdaderos problemas suceden por la costumbre de convivir con la agresividad de los muchachos. La reiterada contraposición entre la naturaleza agitada de este período y la negativa de los padres y autoridades a darle un lugar adecuado al momento que viven los jóvenes ciertamente los debilita en general.

En otra conversación, me percaté que no todos hemos estado, históricamente, en el mismo nivel de desasosiego. Me contaba una madre de familia que hacia los últimos años de la crisis económica del sexenio de José López Portillo, el director de la escuela les había mandado llamar a los padres para comunicarles que sus hijos estaban actuando en la escuela la frustración de los adultos en una suerte de histeria colectiva. Aunque los pequeños no entendían los pormenores de los problemas de sus padres, sí percibían claramente el enojo y desdén por las instituciones. El director les dijo que, o dejaban de discutir la economía en frente de los niños, o se la explicaban, pues de otra forma les privarían de la invaluable lección emocional de que sin importar el valor de lo que hacemos, siempre nos sobrevivirán las instituciones.

En Nuevo León estamos viviendo comportamientos colectivos de los que apenas comenzamos a formarnos una opinión, al tiempo que se degrada el sentimiento de pertenencia en sí, pues prevalece un sinsabor causado por la ausencia de logros en las apuestas a la vida en la colectividad y la expectativa de encontrar en ella a una ciudadanía solidaria. Una serie de rompimientos de promesas implícitas dentro de diferentes ámbitos sociales han terminado por desmovilizar a las gentes regiomontanas, que se han ido convenciendo calladamente que la apuesta al juego colectivo es riesgosa y no produce ganancias. Al mismo tiempo que repudian la violencia tangible, las personas de diversas edades y condiciones se vuelven agresoras hacia adentro y recurren a una peligrosa cadena de censuras de aquellos materiales que reflejan lo violento de la naturaleza humana. Esta agresividad interior parte de conductas que preceden la experiencia de cualquier ataque criminal del narco y la burla o mala fe proveniente del gobierno, es nuestra propia mina de posibilidades de violentar a los demás.

cordeliarizzo@gmail.com

 

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