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22 Noviembre 2010
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Que alguien me explique
Alfonso Teja Cunningham

En el agitado océano de la comunicación que nos ahoga, es fácil naufragar. Los comunicólogos parecen playas o islotes distantes. La semiosis perdió su equilibrio entre el tejido social neoliberal. Ya venía exhibiendo su poliédrica debilidad, inevitable.

Cada quien dice lo que le pega la gana, y (presuntamente) al entender, todos hacen igualmente lo mismo.

El diálogo in crescendo es un hijo bastardo, ni siquiera concebido aún.

La problemática puede plantearse en términos mass media. Pero tiene un origen mucho más elemental: el diálogo elemental con el propio yo. Si yo en mi diálogo interior me engaño a mí mismo, el diálogo posterior con el otro estará surgiendo de una base falsa, de una plataforma muy frágil desde donde será difícil y complicado alcanzar acuerdos e intercambios de información, ideas y posibilidades sin fin.

Si el hombre no honra su palabra, tampoco podrá honrar la de su prójimo.

Imaginemos lo que puede llegar a ser una sociedad en la que una cantidad significativa de individuos conformen su vida con esta actitud de autoengaño, con esta idea de que es posible relacionarse y mostrar interés en los demás, y mantener siempre detrás de una máscara lo que realmente se piensa, y que usualmente se manifiesta en los variados disfraces del egoísmo, con diferentes grados de consciencia o inconsciencia.

Significados que no significan
Cuando se habla del cambio imperioso pleonásmicamente urgente en el modelo de desarrollo económico del país, se utilizan palabras y frases que un siglo de abuso no ha desgastado, pero ahora alimentan el recelo y la desconfianza pleno de escepticismo. La plata sólo cambia de bolsa; de un Estado a otro Estado, de un connacional a una trasnacional. O al revés. El resultado es el mismo.

El centro de gravedad de la democracia está enraizado en el cúmulo centrípeta que conjuga esa gama de intereses ya establecidos desde que el hombre inventó el poder divino. Primero les llamamos faraones y rajás y emperadores; luego fueron reyes, y señores de nobles sangre azul. (Por acá conocimos a Su Alteza Serenísima, que ni sangre azul tenía.) Pero ahora tenemos presidentes, primeros ministros, gobernadores y demás representantes de una neoestirpe que detenta el poder porque éste se ha abierto (muy ligeramente) a la representación popular, (sobre todo si nos acordamos del truco de la máscara).

A nadie sorprende que las celebraciones de los cien años de la revolución mexicana se concentren oficialmente en la figura emblemática más burguesa, y cercana a las élites patriarcales, a la que le queda el saco. Los otros próceres revolucionarios, los de a caballo y armas tomar -los cercanos al pueblo-, esos se quedan en la imagen polícroma que se reflejará estática sobre los muros decimonónicos de las plazas en pueblos y ciudades.

En esas mismas plazas destinadas a los espectáculos de música folclórica devenidos parte del circo destinado al pueblo, mientras pocos reparan en la grandiosa reinauguración de que ha sido objeto el palacio de Bellas Artes para convertirlo en un sitio aún más elitista (hasta perdió más de doscientas butacas), pero eso sí, el recinto ya esta bien comprometido con los intereses televisivos, que para algo la fundación colaboró bastante bien con esos conocidos fondos deducibles de impuestos. Ya lo dice la Biblia: “al que tiene le será dado, al que no tiene le será quitado hasta lo que tiene”. Ni modo, ya lo dice el gran libro.

Y un desfile tradicionalmente deportivo para festejar al statu quo se convierte en un desfile militar. Y los de arriba siguen arriba y los de abajo, cada vez más abajo.

Hace casi cien años, Mariano Azuela escribió: “…los cereales han alcanzado un precio sin precedente. El jornalero se nutre de maíz y frijol. Donde un bracero gana treinta y siete CENTAVOS diarios, el maíz vale siete pesos hectolitro y el frijol catorce. Pero el gobierno gastará más de veinte millones en la construcción del Teatro Nacional, veinte millones en el embellecimiento de la metrópoli, veinte millones en agasajar a los delegados extranjeros, invitados al festejo de esta primera centuria de nuestra independencia nacional….”
-Mariano Azuela, “Andrés Pérez, maderista” 1911.

La gran apuesta por la hipomemoriapopular continúa firme y vigente. Pocos y superficiales registros no dan cuenta de la magnitud del desvarío: no pasa nada. Así es México y así celebra su revolución en un monumento reinventado y reinaugurado, en medio de luces, fuentes de colores, discursos y mucha música. ¿Y por qué no? ¡Estamos de fiesta!

- Pero, ¿qué es este ruido que viene creciendo en la distancia?
- Es el público, señor, que grita algo así como: ¡“Pantalla efectiva, no sumisión”!

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