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927 14 Noviembre 2011

Javier Corral a Gobernación
Luis Villegas Montes

C
hihuahua.-
De veras, en cada ocasión que comento que ya tenía terminada una reflexión es porque, efectivamente, ésta ya ha sido concluida; así ocurrió esta vez: Terminada una reflexión alegre y festiva, gratificante mírese por donde se mire ─sobre el Foro: “Política y Mujer”, a realizarse el próximo 18 de noviembre en esta ciudad de Chihuahua y cuya organización encabeza el Instituto Estatal Electoral─, me sorprendió la noticia de la muerte del secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora. Escrito como se lee: Me sorprendió. El diccionario(*) entiende por “sorprender” el tomar “desprevenido” o bien: “Conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible”. La noticia me conmovió. Sacudió las fibras de mi ser; me afligió, me consternó, me dejó suspendido un instante, atónito, ante la definitividad de la muerte.

No es sólo que yo haya conocido a José Francisco Blake Mora o que, incluso, lo haya visto de cerca, muy lejos de su desempeño como secretario de Gobernación, hace más de diez años; lo conocí poco, lo frecuenté menos, y sin embargo, sabía perfectamente quién era él. No puedo decir (y no lo voy a decir), que fuéramos amigos; ni siquiera rondamos la periferia de esa circunstancia que llamamos “amistad”; sólo sé que era un buen hombre, que era amigo del presidente de la república y que esa amistad fue un factor fundamental para depositar en él esa responsabilidad.

Escribo estos párrafos porque hace justos tres años, escribí unas líneas relativas al deceso de Juan Camilo Mouriño, el otrora secretario de Gobernación, quien también pereció (¿azares de la fortuna?) en un accidente de aviación. A ésta, agrego aquellas líneas, sabedor de que las circunstancias son distintas, de que no caben las comparaciones ni las analogías, excepto, quizá, la desgracia y la tragedia para el PAN ─y en especial para el señor presidente de la república─ de perder a dos amigos, a dos políticos jóvenes, prometedores ambos, en el apogeo de su poder y de su influencia; necesarios, quizá imprescindibles, en la estrategia del primer mandatario en su lucha contra la delincuencia.

Rememoro esas líneas porque en ese entonces escribía así:

Transcribía una nota periodística y la comentaba en párrafos que numeraba para desmenuzar las ideas e irlas exponiendo, una a una, de forma independiente.

¿Por qué recuerdo esa minucia? Porque esa insignificancia no lo es tanto; al menos, no para mí. Otra de las víctimas del fatal accidente fue el abogado sinaloense Felipe Zamora Castro, quien en alguna tarde lenta, de esas anteriores a que Oaxaca se fuera “calentando”, en una de esas tardes apacibles muy anteriores a los primeros días del mes de julio del 2010, me sugirió con su sencillez característica que eliminara los números de los párrafos y le dije que sí, que tenía razón, que lo haría. Y lo hice. Por Felipe dejé ese estilo seco, más parecido a un memorándum, para transitar a este otro menos formal, más coloquial y, quiero pensar, más cálido, no necesariamente más inteligente.
Recuerdo Oaxaca y recuerdo a muchas personas entrañables, con Omar Heredia a la cabeza, pero entre todos ellos, está indefectiblemente Felipe, que salía a correr por las mañanas por esas calles sinuosas y sudoroso se tomaba el tiempo ─su tiempo─ para conocer su rendimiento; se tomaba en serio el tiempo como se tomaba en serio la vida y todos sus avatares. Recuerdo sus charlas reveladoras de una gran persona porque no es que fuera un gran político, o un gran abogado, o un gran panista, o no es sólo que lo fuera, sino más aún, reveladoras de un buen marido, de un padre excelente, y más aún, de aquello que pareciera tan difícil de encontrar en nuestros días y sobre todo en política: un buen hombre. Un hombre a carta cabal: lúcido, íntegro, generoso, leal. A él sí lo conocí; a él sí lo frecuenté; a él sí lo traté; a él llegué a apreciarlo mucho, mucho, en su sencilla y cálida amistad. Que descanse en paz, al igual que sus compañeros de viaje.

Como siempre que de enfrentar a la muerte se trata; faltan las palabras; en esta hora, para mí, sobran los análisis políticos, la pena, no da para tanto; que en breve tendrá que designarse a un nuevo secretario de Gobernación, es obvio; que deberá salir del círculo de íntimos de Felipe Calderón Hinojosa, es predecible; que conozca de política, posea serenidad y buen juicio, resulta imprescindible; y que su labor estará jalonada por la incertidumbre de un mandato que lo tomó ya no a la mitad del camino, sino al final de éste, es evidente. Este acontecimiento nos trae a todos los mexicanos, querrámoslo o no, malas nuevas.

Falta ver por quién se decanta el presidente de la república, Felipe Calderón Hinojosa; si quisiera sorprendernos, haría lo impensable y pensaría seriamente en Javier Corral Jurado de quien, en esta hora, podrían cuestionarse muchas cosas, según la óptica con la que se mire, menos tres: su lealtad inquebrantable con la causa del PAN y con la causa de México, su demostrada inteligencia y su valor a toda prueba. Sería una bocanada de aire fresco en este fin de administración que no requiere de “quedar bien con nadie” ya, excepto con los mexicanos; y sí en cambio, de ser consecuente con los ideales del PAN, con la lucha tesonera en contra del crimen y la delincuencia organizados y con una lucha electoral por venir que se antoja encarnizada y azarosa para la república toda.

Que sea lo que haya de ser; y que lo que haya de ser sea lo mejor para México.

Notas
Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. 22ª edición.

luvimo6608@gmail.com

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