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CORÍN TELLADO
Lorena Sanmillán
culturalogo
La primera y única vez que leí una novela de Corín Tellado me quedé muy intrigada y no precisamente por su trama, sino porque no pude leer el final. Yo tendría unos siete años y durante la semana recolectaba periódico viejo de mis vecinos y el sábado por la mañana lo iba a vender con Félix, el señor que atendía el puesto de reciclaje donde compraba cartón, periódico, latas, botellas y baterías de coche. Esa era una de mis fuentes de riqueza. Cargaba mi diablito rojo al límite de mis fuerzas en aras de volverme millonaria.
Entre los periódicos que había reunido esa semana, venían varios ejemplares de la revista Vanidades. Las modelos y las nuevas tendencias europeas llamaron mi atención y me puse a hojearla. Imaginaba que las mujeres europeas andaban vestidas así a media calle y aunque el viajar era un lejano sueño, no sabía cómo era que yo me vestiría así cuando recorriera la fascinante Europa. Me tomó años comprobar que aunque las revistas lo indican, casi nadie viste así. Ni allá ni en ninguna parte. También había recetas de manjares exquisitos y platillos de ingredientes impronunciables y desconocidos. Acostumbrada a fideos y frijoles las alcaparras eran un misterio que hasta hace poco descubrí.
La revista estaba impresa en papel couché brillante. Eso era un problema, pues Félix no lo compraba. Solucioné el asunto cortando las hojas e intercalándolas en los periódicos. Deshojaba las revistas y hacía trampa. Félix sabía lo que yo hacía y yo sabía que él sabía pero ninguno dijimos algo al respecto.
Mientras cortaba las hojas, leía lo que quedaba frente a mis ojos. Al toparme con la novela, la dejé para después, separándola, pues tenía prisa por irme a vender. Hablaba de una mujer bellísima, la describía a la perfección. Alta, rubia, elegante, vestida siempre con trajes de diseñador, millonaria. Estaba enamorada de un muchacho que era dueño de un yate. El sujeto también era guapísimo, rubio, elegante, bien vestido, millonario; pero sus padres tenían arreglado un matrimonio perfecto. Un amor imposible, inédito, insólito. Lo nunca visto. A esa edad, ese asunto era fantástico.
En el pecado, viene la penitencia. Vendí el periódico y regresé a casa. Nos fuimos a visitar a mi abuela. Al regresar, me esperaba la novela. Seguí las hojas letra por letra. Fui testigo del romance a pesar de los problemas tan grandes que afrontaban los protagonistas. Cuando Eduardo Arturo iba a decirles a sus padres que estaba enamorado de Catarina Federica topé con un letrero entre paréntesis al final de la página (continúa en la pág. 89). ¡Yo no la tenía! La había dejado entre periódicos en el puesto de Félix. Nunca supe en qué terminó el asunto.
El resto de mi infancia viví intrigada por un rato y dedicaba algunas horas perdidas a imaginar qué habría pasado con el romance de mis amigos, porque dado el tono íntimo de su escritura, se convirtieron en mis amigos. Hasta quería ir a hablar con los padres de Eduardo para que permitieran su amor con Catalina. Algún día olvidé a Corín Tellado, hasta le agarré tirria, enojada como estaba por la novela incompleta. Nunca he vuelto a hojear ni a deshojar una Vanidades. Ocasionalmente surge entre pláticas la frase “parece novela de Corín Tellado”, cuando alguien se refiere a novelas rosa de final feliz y el malestar por aquel momento vuelve a mí.
El sábado pasado, mientras estaba en casa de mi madre, escuché en el radio la noticia de su fallecimiento. Supe entonces que era mujer; por alguna insondable razón siempre pensé que era hombre. Sin saber por qué, me entristecí y todos mis recuerdos se fueron hasta ese instante, también en sábado,  en que me quedé sin saber el final de la historia.
María del Socorro Tellado López, mejor conocida como Corín Tellado, fue la escritora española más leída, después de Cervantes. Aparece en el Guinness –en 1994- como la autora más vendida en idioma español. Publicó más de cuatro mil novelas y según la noticia del radio, el miércoles pasado entregó una última. Aunque ya no podía escribir, le dictaba a su secretaria. Estaba a punto de cumplir, el próximo 25 de abril, 83 años. Se lleva con ella historias rosas de final feliz y su arte para describir sentimientos. Se va con ella el misterio de Eduardo Arturo y Catalina Federica. Con su cuerpo aún tibio, se reabrirá de nueva cuenta el debate nunca cerrado sobre la calidad y la cantidad de su obra literaria. La Muerte, llena de silencio y con su carcajada de azabache, siempre tiene y tendrá la última palabra.
 
lorenasanmillan@gmail.com
http://lorenasanmillan.wordpress.com

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