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NO TODOS PODEMOS
SER EL SANTO
Juan Ricardo Martínez

culturalogoLa entrada del programa de radio anunciaba: ¡Interpretando a Kalimán, el propio Kalimán! Y esa sola afirmación era razón suficiente para creer en su existencia. Claro, además era “caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños, implacable con los malvados”. ¿Cómo no creer en él y cómo no arriesgarse a las burlas de los demás?
Dejé de creer cuando supe que el propio Kalimán era el pesadísimo de Luis Manuel Pelayo. Desde entonces, adiós a las radionovelas y adiós al altero de revistas que coleccionaba desde el primer número. Después de esa desilusión, ya no quedaba más que creer en el Santo. Y les juro que en él no dejé de creer ni cuando fui a verlo luchar en la Arena Coliseo de Monterrey y perdió.
El imán del Santo era la máscara. Quienes lo admirábamos queríamos verlo con ella. Por supuesto que sabíamos que quien se ocultaba tras la máscara era otro, pero jamás nos engañaron con la patraña de que quien interpretaba al Santo fuera el propio Santo. No había engaño, contrario a lo que sucedía con Kalimán, aunque no supiéramos quién se ocultaba tras la máscara.
Quienes lo aborrecían, deseaban que la perdiera, pero al mismo tiempo temían verlo sin ella, porque contaba la leyenda que quien lo viera sin máscara moriría sin remedio.  Tal vez por eso todos guardaban su distancia. Y si se trataba de apostar máscara contra máscara, o máscara contra cabellera, preferían perder con tal de no saber si la leyenda era más que una leyenda. ¿Para qué arriesgarse?
 Por eso me preocupaba que el Santo se viera a sí mismo desenmascarado y duré mucho tiempo pensando que si de repente se quitaba la máscara y se veía en un espejo, hasta ahí iba a llegar. Por fortuna me tranquilizaba ver que en una película se sacaba la máscara y debajo traía otra idéntica, o pensar que era el único que no podía verse como lo veían los demás, porque verse en el espejo era verse al revés, lo de la izquierda a la derecha y lo de la derecha a la izquierda, y eso lo mantenía a salvo.
De acuerdo a la leyenda, tal vez y sólo tal vez, el Santo murió al descubrirse en televisión, cuando ya no le importaba que se supiera quién era el enmascarado de plata y sólo así pudo verse a sí mismo como lo veían los demás. También tal vez, y sólo tal vez, a esas alturas no le importaba tanto morir.
 No creo haber sido el único niño que en alguna época anhelara ser Kalimán. Hasta los adultos se alucinaban con eso. Tal vez algún día hasta el mismísimo Rodolfo Guzmán Huerta quiso ser Kalimán, pero como ya había tenido una mala experiencia cuando intentó convertirse en el Murciélago, no le quedó otra que conformarse con ser el Santo.
Pero no todos podemos ser el Santo. Con el paso de los años supe que escribir era la única manera de convertirme en él o en quien yo quisiera. Y aquí estoy.

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