Suscribete
 
1050 3 Mayo 2012

 

Maridaje del regio con su bólido
Alejandro Heredia

Monterrey.- Todos los días, la ciudad se despierta con el ronroneo de los automóviles, camionetas, motocicletas y demás seres del asfalto; los cuales nos revelan la condición cíclica de la vida humana. Rituales diarios; el ir a la gasolinera a echarle 50 pesos al tanque ─condición de vivir al día─, checar el aceite, el líquido de frenos, el aire a las llantas (las sandalias del automotor necesitan un hálito especial), encargarle al franelero que le dé una pasadita. De tal forma, en muchas ocasiones se observan mayores cuidados hacia el carro que hacia los seres amados del orgulloso propietario.

Las cosas se parecen a su dueño, decía mi abuela, cuando observaba un carro en condiciones deplorables; el automotor es el alter ego de sus ocupantes, la matriz de sus devaneos. Por consiguiente, las arterias de asfalto son el porvenir de los autocares, los carriles de acceso a ese mundillo lleno de emociones.

Recorrer la ciudad de Escobedo a Santiago, nos convierte en aventureros hiper-modernos, en probables testigos de magnos culebrones, dignos de ser contados y diseccionados por escritores existencialistas o directores del neoceluloide mexicano.

En las calles de la ciudad, se atestiguan los signos de baja gobernabilidad, la escasa civilidad de los conductores, el desorden como síndrome de maximización de utilidad.

Y también la experiencia se convierte en una carrera de obstáculos, los semáforos de la avenida Lincoln mal sincronizados, los eternos baches de la avenida Juárez de Guadalupe, los topes como cerros que malamente ubican en las calles principales. Todo se precipita sobre el pobre automovilista que añora aquellos paseos en camión, despreocupados, llenos de la sabiduría contemplativa que brindan las canciones colombianas a 80 kilómetros por hora, y mejor aún, con los comentarios de los locutores de moda.

Si en Estados Unidos las calles fueron hechas para el desarrollo automotor, en nuestro Nuevo León Unido, los carros desafían el monte, las plazas, los canales del Paseo Santa Lucía, y hasta las tiendas de conveniencia. El maridaje del regiomontano con su bólido es un dato implacable; en menos de diez años el parque vehicular se multiplicó al doble, las calles parecen ríos caudalosos en las horas pico, los carros se vuelven pequeños habitáculos con tele de plasma y juegos de video. Llegará el día en que veamos un sedán con regadera incluida, pero mientras tanto, las vialidades de la gran ciudad se revelan como ese espacio exclusivo, en ocasiones tiránicamente, de los armatostes de aluminio, fibra de vidrio y caucho.

Los tiempos modernos a la Chaplin, nos marcan el advenimiento del hombre alienado a la máquina, ahora en tiempos de los cyborgs, es hora de replantearse esa relación del asfalto con el hombre.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

pq94

La Quincena N?92


15diario.com