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1060 17 Mayo 2012

 

Las maestras de mi pueblo
Héctor Franco Sáenz

Monterrey.- La Escuela Primaria Elemental “Mariano Escobedo” estuvo situada enfrente de la plaza principal. A partir de 1959, año en que se inaugura un plantel con los seis grados gracias a las actividades de la Junta de Mejoramiento Moral Cívico y Material, ese edificio pasó a ser conocido como “la escuela vieja”, que hoy es ocupado por la Delegación Municipal.

Inaugurada la “escuela nueva” en los últimos años de la gestión de Raúl Rangel Frías como gobernador (1955-1961), empieza a funcionar con la misma papelería de la anterior, adoptando el nombre de “José M. González”, quien originario de esta población, es alcalde de Cadereyta Jiménez durante el periodo de 1961 a 1963.

Un edificio moderno, hermoso, con bastante luz, bien ubicado y con dos grandes patios, es el que recibe a los alumnos que forman la primera generación (1960-1966) de la nueva institución. Correspondiendo a esa nueva realidad, el personal docente, integrado por un grupo de maestras muy jóvenes como era común antes; quizás algunas empíricas o que aún estudiaban en la Normal “Serafín Peña” de Montemorelos, lugar al que acudían sábado a sábado, aprovechando el tren de pasajeros.

La feminización de la profesión magisterial en esta comunidad fue un hecho y como sucedía entonces en la mayoría de las escuelas de los municipios foráneos, era un varón el que tenía a cargo la dirección de la escuela.

Las maestras del pueblo, en esa época quizás no estaban enteradas de que su incorporación al ejercicio magisterial correspondía al proyecto educativo más serio y completo realizado hasta entonces en México: el “Plan de Once Años”, que encabezado por Jaime Torres Bodet como titular de la SEP, tenía objetivos muy claros para abatir el analfabetismo y preparar a los jóvenes para incorporarse al sector productivo con la reforma a la educación secundaria en lo que fue apoyado por Humberto Ramos Lozano.

Quizás también desconocían que la llegada de los libros de texto gratuitos (1961) y los desayunos escolares formaban parte del plan mencionado, como una estrategia para atender la creciente población escolar que demográficamente habría de explotar en los próximos lustros.

Ellas no eran licenciadas ni tenían estudios de maestría o doctorado, eran sólo profesoras que con el ejemplo, el cumplimiento de su deber y en la práctica de valores básicos como puntualidad, orden, disciplina, limpieza y  amor a la patria, lograron imprimir en sus alumnos los rasgos que habrá de distinguirlos como adultos.

Cada una incidió en alguno o varios aspectos a modelar la personalidad de sus alumnos, contribuyendo a su formación. Así fueron las Maestras de San Juan, comunidad de singular importancia en la historia política, económica y no se diga deportiva del estado; que hoy padece situaciones adversas pero de las que como el ave fénix, habrá de resurgir para fortalecer la esperanza y emprender el vuelo hacia estadios superiores.

 

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