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1060 17 Mayo 2012

 

¡Escucha tus tripas!
Nora Elsa Valdez

Monterrey.- Había una vez un elefantito que de pequeño encadenaron a un poste, del cual por más que intentó nunca pudo escapar, hasta que se dio por vencido. Cuando creció y tuvo la fuerza para arrancar fácilmente la cadena y el poste para liberarse, nunca lo hizo por su creencia equivocada de que nunca podría escapar y siempre sería una víctima sin poder. Esa mentira quedó grabada en su memoria, y le impidió darse cuenta de que era muy sencillo recuperar su libertad.

El sistema autoritario, mediante la violencia, nos tiene atados a cadenas y postes de papel a 112 millones de mexicanos. Nos ha hecho creer las siguientes mentiras: que somos seres sin poder ni dignidad; que nunca podremos liberarnos de los abusivos y delincuentes en el poder; y que no hay solución posible, más que vivir de rodillas.

En Nuevo León y en todo México, estamos como el elefantito. Por haber vivido siempre en un autoritarismo extremo, ahora nos creemos víctimas sin poder. Creemos que para ser libres tendríamos que ser abusivos y violentos, como esos victimarios a los que hemos aprendido a temer. No conocemos otro sistema de vida, mas que el de matar o morir.

Y como nadie queremos morir, los que no aprendimos a matar o a ser abusivos, sino que aprendimos a obedecer porque queremos paz, ahora no nos queda más que someternos y no dar problemas, porque si queremos hacerle al matón y al violento para enfrentar a esos violentos, seguramente nos matarán, y eso todos lo sabemos o lo intuimos.

Entonces no es por frialdad o apatía que toleramos a los violentos, sino por nuestras creencias equivocadas. Desde niños aprendimos que para llevar la fiesta en paz, para salvar nuestra vida y la de los nuestros, teníamos que ignorar al matón, sacarle la vuelta y no molestarlo, pues en el autoritarismo, los buenos sólo tienen esta opción, pues nunca se volverán matones.

Los que amamos la vida y no nos gustan las armas ni el abuso, llevamos mucho tiempo, quizá desde la conquista, viviendo de rodillas gracias al Síndrome de Estocolmo y su lavado de cerebro. El autoritarismo sólo produce dos tipos de personas: las abusivas, maltratadoras y violentas; y su contraparte, los sumisos y obedientes, destinados a sufrir y vivir de rodillas. No podemos seguir tolerando en nuestra sociedad este sistema arcaico de lavado de cerebro, mentiras y terror.

El sistema de la equidad nos enseña que ¡todos! somos iguales, pues tenemos los mismos derechos y obligaciones ante la ley. Y que tenemos derecho a ser libres, a cuidarnos, ayudarnos, protegernos, defendernos y rebelarnos ante las injusticias, y que nunca debemos permitir que alguien nos levante la voz, y mucho menos la mano. Es una gran mentira que el amor echa a perder a los hijos, pues es por esa falta de amor que el mundo está como está.

Todos estamos enojados porque estamos anoréxicos de amor. Necesitamos mucho amor, que es lo que realmente nutre el alma y la llena de felicidad; es como el agua para las plantas. Es el amor que une, el único que puede cambiar este mundo que está a punto de ser destruido por el miedo. Es el miedo el que provoca la separación y las guerras. Podemos vivir juntos y en armonía si cambiamos el miedo por el amor.

Tenemos que volver a escuchar nuestras tripas porque ellas sienten la verdad y son las que nos avisan del peligro y de las injusticias. Ellas son nuestro centro instintivo en el que se encuentra metafóricamente el lobo o la loba que llevamos dentro y que está allí para proteger nuestra vida. Tenemos que despertar ese lobo que está dormido porque nos desconectaron de él y quedamos desprotegidos.

Tenemos que volvernos “viscerales”, “energúmenos” y “locos” ante las injusticias. Así llaman nuestros enemigos a los que escuchan a sus tripas, a su instinto; a los que ven la verdad y nos gritan tratando de despertarnos, para alertarnos de los peligros. Con esos calificativos tratan de ridiculizarlos y descalificarlos para que no los escuchemos ni les creamos, pues no quieren que despertemos y dejemos de ser esclavos.

Nacimos y crecimos en medio del autoritarismo más salvaje y nos acostumbramos a ver la violencia extrema como normal. Creemos que todo está bien y no pasa nada si alguien es abusivo y violento, pues quizá mamá o papá lo fueron, porque a su vez aprendieron eso de sus ancestros, y creemos que es normal que algunas personas sean así.

Y también aprendimos que sólo hay dos tipos de personas: 1) las abusivas que se comportan agresivas y violentas, y utilizan el miedo para intimidar e imponer “respeto”, para que nadie se atreva a desafiarlas y se obedezcan sus órdenes; y 2) las sumisas y obedientes que soportan y obedecen al abusivo sin protestar porque su integridad ha sido doblada, quebrada o destruida por el abusivo, que los ha obligado a vivir de rodillas. Y como el sistema autoritario está formado de jerarquías, esto significa que en diversos momentos estaremos representando alguno de estos dos papeles.

Desde niños nos lavaron el cerebro con la violencia, para convencernos de que vivir así era lo correcto y lo normal, aunque dentro de nosotros sintiéramos que nuestras tripas se hacían nudo de coraje o de miedo, ante las injusticias, maltratos y castigos más intolerables. Y nos mintieron diciendo que los buenos padres deben castigar a los hijos para “educarlos”, porque “el amor los echa a perder”. Y que los buenos hijos tienen que “respetar” a sus padres a pesar de esos terribles y dolorosos castigos. Y justificaron esas infamias con más mentiras diciéndonos: “quien te quiere te hará sufrir”, o “te pego porque te quiero”.

Todo lo anterior son mentiras que hacen retorcer nuestras tripas. Y para colmo nos dijeron la mentira más grande: que no hay que sentir; que hay que callar los sentimientos porque eso es de debiluchos. Nos dijeron que no escucháramos ese aviso, esos sentimientos en nuestras tripas y nuestro corazón, y que lo correcto era ser fríos y pensar con la cabeza, no sentir. Que calladitos, obedientes y de rodillas, nos vemos más bonitos.

Con estas mentiras nos desconectaron de nuestra inteligencia instintiva y de ese aviso protector de la naturaleza, que es la sabiduría más grande y más antigua con la que contamos, ¡pues el instinto y la intuición están hechos para salvarnos la vida y cuidar nuestra integridad!

Fingimos que no pasa nada ante tanto abuso y violencia porque nos han desconectado del sentimiento del dolor de reconocer que somos víctimas sin poder. El autoritarismo destruyó nuestra autoestima y la confianza en nosotros mismos y ahora no entendemos qué sucede ni cómo actuar.

Lo que sentimos en las tripas que es verdad, es la verdad. No las mentiras del lavado de cerebro. Las tripas y el corazón conocen la verdad. El instinto y los sentimientos nos revelan la verdad cuando nos conectamos nuevamente con ellos.

Cuando descubrimos que hemos sido engañados, cuando descubrimos el lavado de cerebro, nos llenamos de coraje y eso nos da la claridad y la fuerza para hacer lo correcto y volver a poner las cosas en su lugar. El abusivo es en el fondo un gran cobarde y delincuente que huye inmediatamente ante el temor de ver descubiertas sus mentiras y abusos, y ante el temor de ser castigado por su maldad.

Para que el abusivo tenga poder necesita:
1) que la víctima no descubra sus mentiras y delitos;
2) que la víctima crea equivocadamente que ella no tiene poder y que el abusivo es más poderoso que ella; y
3) que la víctima permanezca sola y aislada de los demás, secuestrada por el victimario.

Cuando descubrimos las mentiras y delitos, pedimos ayuda, nos unimos, denunciamos y nos negamos a obedecer, se acaba el poder del abusivo. Se recupera la libertad.

Conocer la verdad nos hace libres, y la verdad es que el sistema autoritario es el enemigo. Necesitamos descubrir todas sus mentiras para que no siga causando sufrimiento en nuestras vidas. Que todos sepan que es el sistema del miedo, del abuso, de la violencia, de la discriminación, de la esclavitud y de la muerte.

Debemos detener esta maquinaria que sólo fabrica matones y esclavos. Tenemos que salvar a las nuevas generaciones para que no sigan viviendo en una sociedad enferma como la nuestra, de la que ya estamos hartos.

Ha llegado el tiempo de la Vida, del amor, del respeto y de la alegría. Tenemos que aprender el nuevo sistema de la equidad, que nos enseña a ser libres y a disfrutar realmente de la Vida, y que nos dice que la verdad está en nuestro sentido común.

La vieja Tierra, la del autoritarismo y la muerte debe desaparecer para siempre. Ha llegado el tiempo de la Nueva Tierra, y de dar a conocer estas buenas nuevas para que entre todos las hagamos realidad.

 

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