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1174 24 Octubre 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
El papá de Humberto
J. R. M. Ávila

Monterrey.- “Está pendiente una ida a Real de Catorce”, dice Humberto y los demás nos miramos extrañados de que ahora sea él quien tome la iniciativa, sobre todo porque ese viaje está planeado desde hace casi quince años.

“¿Y ahora?”, le digo. “Es que tenemos que hacerlo ahora que podemos, ahora que estamos enteritos. ¿O vamos a esperar que a éste le corten una pata, que aquél ya no camine ni con andador, que alguien ya no se levante de la cama o que tengan que darnos de comer en la boca? ¡No!, tiene que ser ahora, ¿después, cómo?”.

Por lo general somos los demás quienes insistimos y él sólo responde con que tiene que hacer esto, aquello o lo de más allá. Ahora parece buscar argumentos contundentes para convencernos. “Déjenme platicarles algo. ¿Se acuerdan de papá?”. Todos asentimos. ¿Cómo no recordarlo?

Hasta ahora ha tenido tres esposas. Nosotros, claro, sólo conocemos a la tercera. “Bueno, pues esa también se le murió. Viudo por tercera vez, ¿cómo la ven?”. Nos sorprende saber eso. “Qué suerte, oye, que pase la receta”, bromea Toño. “Bueno, pues eso no es todo”, prosigue Humberto, y nos cuenta que su papá le acaba de confesar que va por la cuarta mujer, a sus casi ochenta años.

Ella no llega a los cincuenta y Humberto se permite decir, a carcajada abierta, que hasta a él se le antoja. Su papá la conoció en un puesto de mercado donde compraba verdura. Un día, sin pensarlo mucho, se le ocurrió decirle que era viudo y se sentía solo, y le preguntó si no quería ayudarle a arreglar la casa. Se pusieron de acuerdo y lo hicieron.

Cuando terminaron de asear, el papá de Humberto dijo que andaba hecho un asco y tenía que bañarse. Ella contestó que estaba bien, y él se fue a bañar. Para acabar pronto, cuando él salió en bata, la mujer ya estaba muy acostada en la cama, esperándolo. Para no hacer el cuento largo, de ahí en adelante, se ven unas veces en casa de él y otras en la de ella. En resumen, casi está viviendo con su cuarta mujer.

El único escollo que al hombre se le presenta es que una de las hijas lo cuida celosamente. A veces lo quiere tratar como a un anciano, a veces como a un niño irresponsable. Por eso se vive escondiendo de ella porque no quiere que le tome a mal su nueva relación con esta mujer.

“Supongo que no le ha de haber dicho a la mujer: Ya van tres que se me mueren, porque la hubiera espantado”, le digo y, cuando la risa pasa, Humberto insiste en el viaje. No es posible que su papá tenga más ánimo en sus casi ochenta años que nosotros en los cincuenta.

“Por eso insisto, jóvenes (esto lo dice sonriendo), tenemos que ir a Real de Catorce ahora que estamos enteritos, ahora que podemos, después ni para qué”. La conversación sigue por otros derroteros. Queda suelto lo del viaje para otra ocasión pero al final quedamos formalmente de hacerlo.

Desde aquella noche han pasado varios años y aún no hacemos el viaje. Aún estamos completos, aún podemos. La pregunta obligada es: ¿por cuánto tiempo?

 

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