Suscribete
 
1256 18 Febrero 2013

 

EL CRISTALAZO
Arte y periodismo
Rafael Cardona

Ciudad de México.- La fotografía ganadora de este año en el certamen del World Press Photo no significa ninguna sorpresa a pesar de ser aterradora, conmovedora y apabullante e irrepetible. 

Si usted ya la ha visto le parecerá un documento propio para ilustrar la crueldad de la vida. No la crueldad de la guerra, pues ésta es consecuencia –vaya paradoja– de aquella. Por eso he dicho, la fotografía no es una sorpresa. A estas alturas la maldad humana ya no es algo sorpresivo.

El certamen del año pasado también era una foto de la crueldad. Un cadáver rodeado por los guantes de los paramédicos incapaces de hacer algo a esas alturas del tiroteo, excepto sentir bajo el hile de sus manos cómo iba empezando la frialdad cadavérica.

Año con año WPP nos entrega imágenes muy semejantes. Y cómo no va a ser así, si la fotografía de prensa no es nada sino la captura de los momentos más conmovedores. Y la guerra es ese horrible laboratorio, ya sea para una niña huyendo envuelta en llamas o para un cortejo de hombres apabullados y acribillados por el dolor –en la imagen no hay una sola mujer–, tras un par de inertes cuerpos infantiles en cuyos ojos, a pesar de todo, se muestra la paz del final.

Cómo sería útil mostrar esa fotografía en el recientemente inaugurado Museo de la Tolerancia.

La fotografía de prensa es un género difícil de ubicar. Si bien es un esfuerzo en ocasiones por complementar la información escrita, es en sí misma un lenguaje independiente. Su fuerza consiste en lograr una mayor contundencia y permanencia en la memoria, no en explicar tanto como las palabras. Más, dicen algunos. 

Una imagen –dicen los amos del lugar común– dice más que mil palabras. Lástima, para tal ponderación hicieron falta las palabras, no las imágenes.

La fotografía, esencialmente vence en veracidad a la palabra escrita o al simple verbo al aire. O al menos lo puede hacer. El Photoshop y la preparación han minado paso a paso la absoluta credibilidad de las imágenes. 

Por ejemplo, el “Beso de Times Square”, con todo el romanticismo del novio marino de retorno y la felicidad por el fin de la guerra, fue una impostura pagada por los propagandistas de la victoria americana en el Pacífico. Pero las imágenes de muchachas japonesas destruidas por la explosión de Hiroshima es tan cierta como el horror atómico, pero los vencidos en una guerra casi nunca ganan la siguiente: la de la propaganda, el cine y el periodismo. 

La foto de prensa, la ideal, la majestuosa, la contundente, estrujante y demoledora; aquella cuyos granos de luz nos hieren la vista y la conciencia, esa es además de un documento y un testimonio, un arte mayor. Y en los tiempos de la levedad, la liviandad, la intrascendencia digitalizada; los videojuegos y la videovida, bien vale la pena recuperar instantes de vida y exponerlos con elocuencia estética.

Quizá algún día el periodismo (el de la imagen y el de la palabra) llegará a ser clasificado, si sobrevive, como otra de las bellas artes, más allá de su antropológica condición de expresión cultural. 

En ese sentido, en el acercamiento a la literatura, hemos visto muchos ejemplos. De uno de ellos se deriva en parte el llamado “New Journalism” americano, lleno de magníficos ejemplos, pero en cuya evolución terminó vencedora la literatura. El gran público americano se debate entre algunos ejemplos: ¿quién fue mejor, Jason Blair o Truman Capote?

Seguramente Capote, pues se dedicó abiertamente a la literatura, y a Blair lo echaron del Times de Nueva York, por inventar reportajes sensacionalistas. Miserables, lo debieron cambiar de sección.

Y este asunto viene a cuento por la decepción reciente entre algunos “especialistas”. Ahora se viene a saber una verdad sospechosa desde hace mucho tiempo: Capote inventó una buena parte de “A sangre fría”, un libro cuyo rojo volumen, mi generación no colocaba en los estantes sino en los altares. 

¿Cuántos de nosotros quisimos leer y después repetir una investigación como esa? El autor de esta columna lo quiso hacer con el asesinato de Gilberto Flores Muñoz y publicó un papasal de 60 o 70 cuartillas. Otros también se subieron a ese carro y a ese caso. Seguramente sin Capote habríamos escrito de otra cosa. 

Pues bien, en estos días se conoce una parte de la fea verdad. 

“The independent” ha publicado una versión acerca de cómo todo pudo ser una mezcla de ambiciones policiacas y oportunismo periodístico, a pesar del dicho de Capote sobre la “inmaculada veracidad” del libro de la portada a la cuarta de forros. Eso de la veracidad absoluta me parece absolutamente imposible casi en cualquier actividad humana, en especial en el periodismo. Pero a pesar de esto, “A sangre fría” sigue siendo un gran libro. 

Quizá pueda ser una novela fragmentada en la cual el periodismo es uno más de los personajes. No lo sé, pero la verdad a estas alturas ya no importa. Capote no está para confirmarlo, ni nadie para desmentirlo, pero me sigue pareciendo cierto y digno su epitafio con aquellas confesiones escandalosas: soy un alcohólico, soy homosexual, soy un drogadicto, pero soy un genio (cito de memoria).

En todo caso sólo un genio pudo urdir semejante trama y dejarnos de tarea seguir hablando de él tantos años después de su muerte.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

15diario.com