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1301 22 Abril 2013

 

Todos somos bostonianos
Hugo L. del Río

Monterrey.- La primera batalla la ganaron los terroristas en su variante de musulmanes de piel blanca y cabello claro: “Se perdió el sentido de lo que era la vida normal”, escribió el Poeta Laureado Robert Pinsky, catedrático de la Universidad de Boston. Pero apenas comienza la guerra: será muy larga y el precio, muy alto.

El fanatismo que convierte a los islámicos árabes en hombres-bomba era ajeno a la psicología de los hermanos chechenos, aunque, obviamente, estaban preparados para morir en el peor de los casos. Lo que quizás nunca imaginó Tamerlán, el mayor del dúo, fue que su hermano lo matara al arrojarlo del auto en que huían a gran velocidad. Los hermanos lograron su objetivo, aparentemente, pero despertaron a la Furia de mil cabezas.

El aparato norteamericano de seguridad funcionó de manera perfecta porque tuvo el apoyo de la sociedad: un ciudadano fue quien localizó y denunció a Dzhokar Tsarnaev, un muchacho de 19 años. Qué juego macabro tan absurdo: este chico del Cáucaso no sólo destruyó vidas inocentes, también arruinó la suya. Sin embargo, quedan en pie hechos muy inquietantes: dos jóvenes tuvieron como rehenes al millón de habitantes de Boston. Los chechenos decidieron cuándo, cómo y dónde detonar las bombas.

“El que ha perdido la iniciativa es derrotado por regla general; el que la conserva gana habitualmente”, escribió Sun Tzu hace dos mil 600 años. En esta modalidad de la guerra, los artificieros del terror llevan la delantera: ellos son los proactivos, el gobierno es el reactivo. Sí, los abaten o capturan, pero el daño ya está hecho. Naturalmente, se dará la torna de la mesa. Volvemos al viejo filósofo de la guerra:”Utiliza a los traidores que se encuentren en las filas del enemigo”.

Si algo sobra en este mundo, son los Judas. Por lo demás, los norteamericanos son muy eficaces en las artes oscuras de la infiltración en las filas enemigas. El chico del Dagestán fue capturado vivo, lo cual es una doble hazaña: la disciplina de la policía (habrá sido muy difícil resistir a la tentación de matarlo) y la puntería de sus tiradores. No deja de ser irónico que el dinamitero esté internado en el mismo hospital que muchas de sus víctimas. Oficialmente, Dzhokar tiene una herida en el cuello y no puede hablar. Oh, sí, hablará. De eso podemos estar seguros. Y confesará si actuaron solos o con asistencia y porqué tomaron tan bárbara determinación.

El alcalde de Boston, Thomas M. Menino, cree que actuaron solos, pero este es un juego de espejos y engaños. La tragedia puso en claro muchas cosas: aquí tenemos un pueblo que en situaciones de peligro confía en su gobierno; aquí hablamos de más de 300 millones de seres humanos que saben reaccionar con la rabia del Dios del Antiguo Testamento cuando son atacados; y aquí hablamos del país más poderoso del mundo, con talento, dinero, tecnología y recursos suficientes para pulverizar a todos los núcleos que con explosivos y miedo quieren cambiar la Historia.

Estos alumnos de la pervertida escuela wahabita de un Islam que merece todo respeto, no aprenden. Siguen pensando que el estadounidense es estúpido, cobarde y débil. La misma propaganda que repitió el Eje de 1939 a 1945. Y no: nuestros vecinos tienen muchos defectos, pero cuando los agreden responden como leones. Sí, Boston nunca volverá ser el mismo, entre otras cosas porque el atentado les dio un sentido de unidad.

“Todos somos bostonianos”, escribió María Konnikova en The Boston Globe. El baño de sangre alegra a los enfermos de mente y espíritu, pero los hombres de buena voluntad hoy también somos bostonianos.

 

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