Suscribete
 
1316 13 Mayo 2013

 

La Gendarmería mexicana
Hugo L. del Río

Monterrey.- En México, el trono de la monarquía republicana descansa sobre cuatro patas: La Judicatura, Hacienda, Gobernación y las fuerzas armadas. El Estado despliega a la tropa cuando ha agotado todos sus recursos en busca de un acuerdo pacífico: el fusil sustituye a la negociación. En algunas democracias, los ejércitos de aire, mar y tierra son arropados por el cariño de la sociedad; en otras, simplemente se les respeta y en ciertas naciones gobernadas por dictaduras o mandatarios autoritarios, son odiados y temidos.

Por alguna razón difícil de entender, el mexicano promedio siempre ha tenido la idea de que el militar es un hombre superior a los demás en valor, destreza y resistencia a cualquier tipo de pruebas. Tal vez ocurre que, históricamente, el gobierno mexicano ha sido y es blandengue, corrupto e ineficaz y las legiones bajo banderas proyectan una imagen de disciplina y fuerza que contrasta con una burocracia política fofa y podrida.

Sea cual haya sido la motivación que animó a Felipe Calderón a sacar la tropa a la calle, a estas alturas está claro que, para ser misericordiosos con el michoacano, diríamos que se equivocó. Su error nos ha costado mucho no sólo en vidas humanas y dinero, sino en imagen, pérdida de prestigio y de confianza en nosotros mismos y debilidad de la fibra moral de las instituciones armadas. Decíamos que, en una democracia, así sea sólo formal, los ejércitos son respetados. Y respeto significa tomar distancia respecto de la hueste y evitar toda provocación. Pero desde que comenzó la guerra hemos visto que el narco no sólo no respeta sino que la fuerza castrense tampoco le inspira temor. Eso es muy grave. Si el poder artillado del Estado no nos despierta aprensión, entonces lo que se está haciendo es desafiar con las armas en la mano a lo que antes se llamaba “supremos poderes”.

Los cárteles arrojaron el guantelete del reto al Estado hace ya varios años y la balanza de la guerra se inclina a favor de los barones de la droga. Podemos hablar de crímenes y abusos perpetrados por algunos militares, corruptelas a todos los niveles del estamento castrense, divisiones y odios entre los altos mandos y los servicios de armas, pero el fondo del problema lo conocemos muy bien: el tropero no es policía y jamás podrá desempeñar esa tarea.

Ya pasaron varios años y la cúpula del poder no ha despejado la ecuación: sobró tiempo para crear una corporación de seguridad pública sólida y confiable, digna de ganarse el respeto de los mexicanos. La Gendarmería, tal y como está proyectada, consiste simplemente en cambiar de uniforme a diez mil soldados y marinos.

Como el Senado de Bizancio, discutimos el mando único, como si fuera la respuesta mágica. Simplemente, necesitamos formar guardias honestos, bien preparados, decorosamente pagados y educados en el respeto a la ley y los derechos humanos, y regresar a los fusileros a sus bases y cuarteles. ¿Es tan difícil hacer esto? Creo que no.

Quizá lo que pasa es que al Estado –y a los magnates mexicanos y extranjeros que lo manipulan– le conviene conservar el estatus actual de guerra no declarada.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

15diario.com