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1347 25 Junio 2013

 

Mundo cabreado
Hugo L. del Río

Monterrey.- El mundo está cabreado. La gente sale a la calle a protestar en Brasil y en Chile, en Italia y Turquía y sabrá el Gran Creador en cuántas naciones más.

Son diferentes, culturas, herencias históricas y todo eso, pero el malestar es por las mismas causas. Parafraseando al poeta Javier Sicilia: los pueblos están hasta la madre. En Brasil, con dos semanas de manifestaciones –y al momento dos muertes– alimentadas por la brutalidad de la policía, el gobierno está confundido. “No entendemos. Se necesita humildad para interpretar el malestar”, confesó el jefe del Gabinete, Gilberto Carvalho.

Los brasileños tienen muchas razones para estar descontentos, pero la principal, es el gasto multimillonario que se va a erogar con motivo del Mundial de Fut. Sí, esto sucede en la patria mundial del deporte, en la casa de Pelé, a quien ahora abuchean porque se puso en plan de dejar el paquete de problemas para después de la competencia planetaria.

Todo empezó con una protesta por el alza del transporte público en Sao Paulo y ahora la sociedad exige lo mismo que en otras latitudes: educación, salud, vivienda digna, castigo a los corruptos, eficacia en la cosa pública, respeto a los gays, y curiosamente, que no se reduzcan las facultades de investigación del Ministerio Público.

Por fortuna, Dilma Rousseff es una mujer inteligente y valerosa –fue torturada por la junta militar y estuvo años en prisión– y parece que le pegó al clavo en la cabeza. Es imposible negociar con el Movimiento Pase Libre porque no tiene líderes ni organización.

Pero la presidente se comprometió a aportar el cien por ciento de las regalías de Petrobras para la educación; anunció una inversión de 25 mil millones de dólares para modernizar trenes, Metro y buses –no sólo no se autorizó el alza del pasaje, sino que se rebajó y quizás se acuerde que sea gratuito– y convocó a la gente a un plebiscito para hacerle enmiendas a la constitución, y así, imponer una reforma política.

En Turquía no tienen a una Dilma, sino a un sátrapa que lleva tres períodos como Presidente: Recep Tayyip Erdogan. Allá todo comenzó por la fiebre inmobiliaria: iban a destruir en Ankara el varias veces centenario parque Taksim Gezi, para construir depas supongo que de 20 metros cuadrados, y los turcos gritaron “no”.

Están unidos los socialdemócratas, las izquierdas, las derechas, los centros, los musulmanes, los librepensadores, las mujeres, los kurdos, los obreros, la clase media y los que me falten por apuntar. Hace tres semanas se adueñaron de las calles y ahora exigen, básicamente, lo mismo que los brasileños.

Lo irónico es que Brasil y Turquía son los niños bonitos del crecimiento económico, de acuerdo con el FMI y en Banco Mundial. Claro que a todos se nos sube la sangre a la cabeza: la fortuna personal de la presidente de Argentina, Cristina Kirchner, se mutiplicó 46 veces en quince años; los italianos exigen empleo: cien mil romanos marcharon el sábado, y en Israel hay un furor concentrado, hasta el momento pasivo y silencioso, contra el Gran Rabino de los azquenazi –los sefarditas tienen otro– del Estado Judío, Yona Metzger, a quien la policía probó delitos no menores: lavado de dinero, fraude y sobornos.

¿Y México? Aquí no pasa nada. El atole que nos corre por las venas, sólo se calienta con el fut.

Pie de página

México es el país más injusto del mundo. Giran dos órdenes de aprehensión contra Andrés Granier, cuando lo que el tabasqueño merece es el Nobel de Química.

Realizó una proeza pocas veces, quizás ninguna, vista en los anales de la Ciencia: dejó a Tabasco hecho mierda.

 

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