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1351 1 Julio 2013

 

EL CRISTALAZO
Brasil en llamas
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Para estas alturas en Brasil, al menos en materia de espectáculos deportivos, ya todo estará concluido.

Hoy se juega la final de esa “Copa Confederaciones”, uno más de los torneos sacados de la manga por la FIFA con la finalidad de mantener el interés y el negocio vivo entre cada torneo mundial. Pero en materia social y política, todo está por comenzar.

La sorpresiva y múltiple manifestación de descontento masivo en ese país, en abierto choque con la propaganda del milagroso Brasil, y cuya irrupción los bien enterados (por fortuna) se abstuvieron de llamar “la primavera brasileña”, como hicieron con los brotes de furia en los países árabes, no ha tenido en los medios mexicanos ninguna interpretación satisfactoria o al menos original y llamativa.

Como yo no conozco la realidad brasileña, tampoco propongo una interpretación. Sin embargo tengo a la mano un análisis muy completo de Enrique Saravia, profesor y consultor de organismos internacionales y gobiernos, avecindado en Río de Janeiro, quien publicó en Puntal (Córdoba, Argentina), un breve ensayo cuyo contenido esencial ahora reproduzco.

El viernes pasado en el programa de Foro TV, “El mañanero” y durante la mesa de análisis ”Debatitlán”, leí (con Brozo, Enrique Jackson, J.J. Rodríguez Prats e Ignacio Marván) parte de éstas líneas y llovieron los correos en petición de mayor difusión. Quedan complacidos quienes me lo han pedido, y seguramente interesados quienes no lo hicieron y lo conozcan ahora.

La primera parte del análisis corresponde a la realidad brasileña en cifras generales. Estamos hablando –nomás–, de la sexta economía del mundo. 

“Las grandes conmociones sociales –dice  Saravia–, obedecen habitualmente a algunas causas generales: reacción contra regímenes despóticos o dictaduras, debilidad o falencia de la capacidad política del gobierno, desempleo, crisis económica, deficiencia crónica de los servicios públicos, violación sistemática de derechos cívicos o humanos, tentativas de substitución de regímenes políticos.”

“Los episodios que asombraron al Brasil y al mundo durante la última semana, no responden a ninguno de esos motivos. La desocupación es del 5,8 por ciento, y en Río de Janeiro es del 4 por ciento. La inflación existe pero no es dramática: aún está debajo de la meta anual de 6,4 por ciento fijada por el Banco Central.”

“Hubo una evidente disminución de la pobreza y el índice de Gini demuestra una mejora en la distribución de la riqueza. Se calcula que en los últimos diez años, 35 millones de personas ascendieron a la clase media y los índices de consumo popular así lo corroboran. Las encuestas dan (o daban al principio) 71 por ciento de popularidad para la presidente Dilma, y 55 por ciento para su gobierno. 

“El transporte urbano sufrió algún deterioro en los últimos años pero, en comparación con otros países, aún es razonable. El país se ha fortalecido internacionalmente: ya es la sexta economía del mundo, se ha transformado en un actor de peso en el escenario global…”

Pero debajo de eso hay un sedimento de inconformidad, de frustración, de rabia contenida; frustración y enojo, indignación colectiva, cuya presencia es común al resto del mundo afectado (o definido, según cada quién quiera) por un hartazgo brutal en relación con las insensateces de la vida moderna. Quizá el retrato del mundo contemporáneo sea la mezcla de la desilusión y la inconformidad plena.

¿Cuáles son los motivos en esta sucesión de motines sin motivo aparente para tal desmesura? Antes de enlistarlos diré dos cosas. Se advertirían en cualquier parte del mundo, en México especialmente y están a la vista sin necesidad de mayor explicación, en cualquier parte. Y lo peor, no tienen solución.

Veamos:

1. Corrupción e impunidad.
2. Violencia urbana.
3. La amenaza de retorno de la inflación.
4. La cantidad de impuestos que se paga sin que se reciba nada a cambio.
5. El bajo salario de profesores y médicos estatales.
6. El alto salario de los políticos.
7. La falta de una oposición efectiva al gobierno.
8. El descaro de los gobernantes.
9. Las (malas) escuelas y la baja calidad de la educación.
10. Los (malos) hospitales y la falta de un sistema de salud digno.
11. Las calles y rutas y la ineficiencia del transporte público.
12. La práctica del canje de votos por cargos públicos en los centros de poder y las distorsiones que ello causa.
13. El canje de votos de la población menos favorecida por pequeñas mejoras (pagos con dinero público) que eterniza los mismos nombres en el poder.
14. Los políticos condenados por la justicia que continúan activos y en los cargos.
15. Los “mensaleiros” (protagonistas del mayor escándalo del gobierno Lula) que fueron juzgados y condenados por el Supremo Tribunal Federal y que todavía están libres.
16. Los partidos políticos que parecen cuadrillas de ladrones.
17. El precio de los estadios para la copa del mundo, la sobrefacturación y la mala calidad de las obras públicas (aquí sería suficiente la ”Estela de luz”).
18. Los medios tendenciosos y vendidos.
19. La percepción de no ser (realmente) representado por los gobernantes.

Quizá la lista pudiera ser mayor. Nunca menor.

En México, la violencia (con tintes “revolucionarios”) está contenida, no extinta. Hemos visto en años recientes la violencia criminal, las lucha de bandas delictivas, la matanza. Los movimientos anarquistas inducidos del primero de diciembre y el 10 de junio, son apenas un indicio de cómo se podría generar, con aparentes o reales motivos sociales, un estallido de proporciones incontrolables.

Los especialistas mexicanos en seguridad pública y control de multitudes me lo han dicho: contra una manifestación decidida de cinco mil personas no hay forma de contención. No se les puede controlar. Tampoco se les puede disparar.

Las fuerzas comunitarias en oposición de las fuerzas regulares del Estado, incluido el Ejército y la beligerancia de las organizaciones sindicales autónomas en Guerrero, Oaxaca y Michoacán, son un componente local, no propagado hasta ahora en Brasil. O al menos no lo hemos visto.

Pero en el análisis de Saravia hay dos datos importantes. Leerlos nos ayuda y nos previene.

Uno es del secretario general de la Presidencia de la República de la señora Rousseff, quien dice: “sería mucha pretensión afirmar que comprendemos lo que esta ocurriendo. Esa preciso tratar de entender la complejidad de lo que esta pasando. Si no somos sensibles, vamos a estar a contramano de la historia.”

Y el otro, un análisis preparado por los obispos brasileños en respaldo a los indignados e inconformes:

“Nacidas de manera libre y espontánea a partir de las redes sociales, las movilizaciones nos cuestionan a todos y denuncian la corrupción, la impunidad y la falta de transparencia en la gestión pública. Denuncian la violencia contra la juventud.”

“Son, al mismo tiempo, prueba de que la solución de los problemas que atraviesa el pueblo brasileño sólo será posible con la participación de todos. La presencia del pueblo en las calles testimonia que es en la práctica de valores como la solidaridad y el servicio gratuito al prójimo que encontramos el sentido de existir.”

“La indiferencia y el conformismo llevan a las personas, especialmente los jóvenes, a desistir de la vida y se constituyen en obstáculo de la transformación de las estructuras que hieren de muerte a la dignidad humana”.

La única pregunta es esta: ¿estamos en México exentos de un brote de esta naturaleza? Yo digo, sí. De “esa” naturaleza sí (hubo cuatro o cinco muertos). Pero de una peor, no. La violencia brasileña no sería nada si  a fin de cuentas llegáramos al temido despertar del “México bronco”. A fin de cuentas la independencia de Brasil se hizo sin disparar un solo tiro.

Hemos visto la sangre del  México criminal, como ocurrió en el sexenio pasado. Pero la del otro, del bárbaro de la rabia ciega e incesante, no sabemos todavía. Entre la vida de sacrificios y la piedra de los sacrificios haríamos un viaje insólito. Nos alejaría de Brasil y nos llevaría a Siria o a Ruanda. 

¿Estimularán su aparición quienes ya preparan sus huestes para la protesta petrolera? No lo sabemos. 

 

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