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1351 1 Julio 2013

 

LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Maracanazo
Edilberto Cervantes Galván

Monterrey.- En Brasil, el gobierno ya tuvo su “maracanazo”. Las protestas masivas en las calles de las principales ciudades, acabaron con la imagen de un régimen triunfador en lo económico y político.

Claro que está crisis no se incubó de un día para otro. Como todo fenómeno social, es el resultado de un proceso.

Las movilizaciones han alcanzado dimensión nacional y se proyectaron hacia el ámbito internacional, gracias a la prensa deportiva que estaba en Brasil con motivo de la celebración de un torneo internacional de futbol.

Es una protesta nacional en la que hasta ahora no se reconocen liderazgos ni ninguna dirección centralizada. La movilización se promueve vía Internet a través de las llamadas “redes sociales”, como ya sucedió en las protestas masivas en el Norte de África.

Los medios de comunicación tradicionales en Brasil, se apresuraron a destacar el papel de las redes sociales, subrayando la pérdida de control por parte del gobierno. Sin embargo, salieron raspados; alguno de los periódicos se adelantó a señalar que los temas de las protestas habían sido cubiertos con toda oportunidad por la prensa tradicional, y que no había pasado mayor cosa en la opinión pública.

En la inauguración del torneo de fútbol hubo abucheos para la Presidenta Dilma; expresiones de la masa que reflejaban por lo menos pérdida de simpatía. Pérdida de simpatía como resultado de agravios sociales.

En los primeros días de las protestas, hubo quien se ocupó de llamar la atención sobre el perfil socioeconómico de los manifestantes. Se dijo que las protestas callejeras no eran de los más pobres, sino que era una especie de clase media beneficiaria del boom económico, pero que todavía padece insatisfacciones.

Después se identificó como la causa principal la aprobación en esos días de una nueva tarifa del transporte público. Se calculó además que un incremento de veinte centavos de Real no debería tener un impacto mayor, ya que no era un aumento desorbitado.

Si la nueva tarifa del transporte fue o no la causa inmediata, es un hecho que influyó para acabar de enardecer a las mayorías.

Quedó de manifiesto que los tradicionales actores de las protestas sociales en Brasil, los sindicatos y movimientos como los Sin Tierra, no eran quienes estaban convocando. A finales del siglo XX, eran ellos quienes provocaban las grandes movilizaciones; pero con la llegada al gobierno de las coaliciones de la izquierda, estos disidentes fueron cooptados y perdieron energía y credibilidad, al igual que los partidos políticos.

Dilma hizo un llamado a evitar la violencia y a “escuchar lo que dicen en las calles”. Sin embargo, la respuesta de la presidenta y del sistema fue la de promover una reforma política, algo que no se está pidiendo en las calles.

La reforma política se plantea tres propósitos: a) terminar con el financiamiento de las campañas electorales por parte de los empresarios; b) transparentar el ejercicio del voto (en las últimas elecciones presidenciales toda la votación se realizó en medios electrónicos) y c) libertad total de debate político. El perfil de la reforma es bastante gráfico.

Sin embargo, el otro gran tema es el de la corrupción. En noviembre pasado concluyó un juicio que se transmitió en vivo en la televisión abierta, en el que recibieron condena 25 personas: políticos, banqueros y empresarios, que se coludieron para hacerse de dinero público. La quema pudo haber alcanzado hasta a Lula. En este “reality” político, es claro que las instituciones públicas y los políticos salieron raspados y fregados.

Si ya se había alimentado el fermento social; hace unas semanas, se le atizó. En el Congreso brasileño se aprobó un proyecto que autorizará a los psicólogos a dar “tratamiento para la cura” de la homosexualidad, enfoque que no se corresponde con los actuales tiempos.

Para buscar bajarle a la presión, se echó para atrás el incrementó a las tarifas del transporte público y en el Senado, el miércoles pasado, se aprobó un proyecto de ley por medio del cual la corrupción será tratada como un delito grave (crimen hediondo).

La presidenta Vilma decidió no asistir al partido de coronación del torneo de futbol; no obstante que Brasil podría ser el triunfador. Hasta Pelé salió raspado por andar quitándole significación a las protestas.

Para observadores de la realidad política de Brasil, las protestas son evidencia de que se ha producido una quiebra en la comunicación entre el poder político (y sus políticos) y la sociedad civil.

 

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