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1355 5 Julio 2013

 

México, colonia gringa
Hugo L. del Río

Monterrey.- De modo que los norteamericanos nos espían. Vaya novedad. En los años cincuenta, mi maestro, el doctor Mateo A. Sáenz, recibía con cierta frecuencia la visita de un agente del FBI destacamentado en Monterrey. La personalidad del doctor Mateo desconcertaba al hijo de J. Edgar Hoover.

Cualquier persona inteligente se daba cuenta, a las primeras de cambio, que mi mentor no era, no podía ser comunista. De entrada, nunca militó en el partido. Y era hombre refractario a los dogmas de todos los signos y colores. El doctor difícilmente podía ser encasillado. Si hacemos el esfuerzo, le ponemos la etiqueta de socialdemócrata anticlerical. Porque esto último lo era, y lo pregonaba.

Simpatizaba con la URSS, y sobre todo, con el pueblo soviético y sus heroicos, hercúleos esfuerzos por cambiar la historia y hacer de este un mundo mejor. Viajó allá, como también lo hizo por Estados Unidos y otros países.

Ahora bien, el médico historiador era masón de alto grado, al igual que su inquisidor. Hasta Hoover era QH. Y en el papel, la masonería no se conciliaba con los siniestros comunistas quienes, empleando los más perversos métodos, trataban de adueñarse de México y el mundo.

Varias veces algunos muchachos hicimos guardia frente a la casa del maestro para ver entrar y salir al G-man. Éste, como buen profesional, nos detectó y hasta nos saludaba. El jefe de la CIA –era y sigue siendo más violento el enfrentamiento entre la CIA y el FBI, que todo el arsenal de juegos sucios de la guerra fría– en México, en aquellos años, era un tío de leyenda: Winston Scott.

Cuando casó por tercera o cuarta vez, en la catedral del defe –la novia vestida de blanco, la autoridad eclesiástica en plan de hacer dispensa a los divorcios del espía–, sus padrinos fueron el entonces Presidente de México, Adolfo López Mateos, y su secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. Ambos hacían trío con Scott en ejercicios de tiro en el polígono de la Secretaría de la Defensa, y los dos estaban en la lista de colaboradores de la agencia, como luego lo estuvieron Echeverría y quienes lo han sucedido.

El Estado mexicano tolera el espionaje gringo desde hace siglos. Es la fatalidad de la geografía y lo asimétrico del poder, alegan los políticos. Más bien son nuestra cobardía y el Destino Manifiesto.

El último Presidente patriota del siglo pasado fue don Lázaro Cárdenas del Río. Lo que siguió fue entreguismo.

Ante las últimas revelaciones, lo menos que debió hacer el gobierno fue publicar una protesta, aunque fuese una mera formalidad. Si nos huelen los calzones, hagámosles haber, así sea de dientes afuera, que no nos agrada esa injerencia, y de paso, vamos a recomendarles que sean más discretos.

En lo formal, todavía somos una República independiente: hablemos y actuemos como tal. Yo no quiero que México termine como un Puerto Rico territorial.

Pie de página

Los usuarios y los choferes de camiones deben tener representación en el Consejo donde se toman las decisiones sobre el transporte público. A don Víctor Manuel Martínez el despapaye camionero le vale madre, pero a nosotros nos afecta mucho y es tiempo que nos escuchen y atiendan.

 

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