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1367 23 Julio 2013

 

MUROS Y PUENTES
El poeta del Cass Corridor de Detroit
(Sixto Rodríguez y Searching for Sugar Man)
Raúl Caballero García

Dallas.- Cantaba en las brumas, en la obscuridad graba dos discos y termina por quedarse en las sombras, donde habría de ser redescubierto para ser redimido. Se llama Sixto Rodríguez, es el poeta del Cass Corridor de Detroit, Michigan.

Dueño de una energía de lo más singular que lo ha acompañado a lo largo de sus 71 años, Rodríguez (1942) vivía en Detroit, donde creció y donde, replegado, se desempeñaba cantando un puñado de sus poemas.

Su historia la recoge el documental que literalmente lo resucitó: Searching for Sugar Man. Una de las imágenes que se guardan luego de verlo es la de sus inicios en la música, cuando a los 26 años tocaba de cara a la pared en los bares de Detroit, ahí cantaba con su voz peculiar, entre nasal y ronca, dando la espalda a los parroquianos, concentrado en su arte.

Así lo recuerdan los productores de su primer disco Cold Fact, una portentosa grabación que de manera inexplicable se pierde en la indiferencia. Ni Mike Theodore, el primero en conocerlo en 1967, ni Dennis Coffey (ambos músicos y productores en Michigan) logran entender el hecho de que ese disco fuese por completo ignorado.

Theodore invitó a Coffey a escuchar a Rodríguez a un bar llamado The Sewer, en medio de un complejo industrial a la orilla del río Detroit. Era una noche neblinosa con lluvias y truenos cercanos, recuerda Coffey. Entran al bar concurrido y ruidoso, medio iluminado y lleno de humo de tabaco, en ese contexto escuchan a Rodríguez. Coffey refiere su asombro al constatar que está ante un poeta urbano cantando su mundo.

Rodríguez canta sobre su vida y lo que ve en las calles donde vive. Te introduce a la dureza de la clase trabajadora en Michigan, entona un mensaje crítico, ácido, sicodélico desde una realidad desoladora.

Una situación similar recuerda Theodore pero en otro club, el Andersons Garden, donde casualmente había dado con él. Ahí estaba Rodríguez dándole la espalda al público, tocando su guitarra acústica y cantando de cara a la pared. Rodríguez es uno de los artistas más inusuales y creativos que jamás conocerás, dice Theodore. Es un tipo misterioso y excéntrico, preocupado por el mundo y la condición humana.

Durante los altos años sesenta, Rodríguez captura la vida de su entorno, centra su atención en los infortunios o las derrotas de nuestro mundo, y con un canto pleno de poesía encara la injusticia social, la corrupción política, la naturaleza humana, los amores perdidos y todos esos padecimientos —enfatiza Theodore en el libreto del disco— de lo cotidiano en los barrios periféricos.

Ambos productores impulsan Cold Fact en 1970 y sin embargo no prende, como tampoco lo hará su segundo disco, Coming From Reality, que en 1971 otro productor igualmente deslumbrado, Steve Rowland, lanza en Londres sin éxito. Ambas grabaciones se quedaron en la obscuridad durante varias décadas.

Rodríguez es un tipo misterioso, con personalidad introvertida y dulce, la de un hombre austero que hoy viste de negro, usa lentes y sombrero negro, camina con lentitud con su guitarra al hombro, entre la nieve o la bruma de sus calles. Es un músico romántico y rebelde, desesperado pero irónico, un profeta abismal y poético.

Sus canciones son acompañadas por los rasgueos de su guitarra en una estructura sencilla cuyos versos se apoyan en el lenguaje coloquial, en giros idiomáticos que atrapan las emociones callejeras. Es el mundo de los suburbios pobres de Detroit. Es el momento del rock ácido y el folk político, y Rodríguez edifica ambos conceptos en su lirismo donde las drogas, el sexo, los antros, los sueños, las desilusiones, la desolación, la noche, la soledad y la calle se convierten en protagonistas.

Sugar Man es el canto sobre el pusher, el surtidor de aceleres, de coca y de la dulce Mary Jane. En un ámbito sicodélico el poeta lo invoca: “Sugar Man you’re the answer / That makes my questions disappear / Sugar Man ’cos I’m weary / Of those double games I hear”.

A través de Cold Fact aparece una y otra vez, con un lenguaje conciso, el sarcasmo de Rodríguez. Coffey y Theodore crearon los arreglos orquestales alrededor de la guitarra y la voz de Rodríguez “pero en ningún momento interferimos con el mensaje del artista”, dice Coffey.

Ambos se han desenvuelto en la escena sicodélica, y de ella le suministran una dosis inusual. La propuesta le da mayor presencia a la guitarra acústica de Rodríguez, entre sintetizadores, riffs distorsionados de guitarra, incorporan detalles con marimba o xilófono y los arreglos orquestales (agregan los metales de la Sinfónica de Detroit) le dan un clima excepcional. En el fondo, forman una banda que se ubica más en el rock que en lo folk, pese a que la esencia de Rodríguez radica en esto último, pero como subraya Coffey, el resultado es puro Rodríguez.

Así de un sentimiento inquietante, con una voz que vibra en Only Good for Conversation se pasa a la sutileza de Crucify Your Mind, que despunta entre un amante que cede, la euforia del ácido y la angustia del desairado. This Is Not A Song, It’s an Outburst: Or, The Establishment Blues, ya el título marca una actitud: una postura política, de denuncia, de principios contra el sistema.

En Hate Street Dialogue concentra aspectos relevantes de su poesía, la crudeza de la realidad; habla de un desencuentro en medio de la revuelta, en medio de la opresión policiaca. En Forget It expresa otro elemento esencial de su lírica, una despedida que propone la gratitud recíproca, el abismo sentido desde la cumbre porque “la magia es absurda”: But don’t ever doubt / How I felt about you.

Con Inner City Blues, quien escucha llega al corazón de la poética de Rodríguez, ahí donde conoció a una chava a las seis de la mañana, hora familiar para los trabajadores y principio de los aconteceres que la calle (la vida) depara; es ahí en Dearborn donde queda el rastro para su redescubrimiento.

Las letras de Rodríguez te alcanzan desde una perspectiva que remite a esos ambientes periféricos casi olvidados y deprimentes de las grandes urbes; van imprimiendo una imagen melancólica en medio de la pobreza, bajo la nieve, bajo la sucia luz diurna o las nocturnas premoniciones de neón.

Su voz va de lo radiante a tonos sombríos, en sus temas pasa de un íntimo caló a ciertas reflexiones que culminan en la ironía, y en los hechos concretos encuentra puentes hacia lo onírico.

Uno de los temas más populares de Cold Fact es “I Wonder”, que arranca con un riff de bajo juguetón y divertido, y lo desarrolla entre un testimonio de independencia y lo confesional colectivo: la libertad compartida y asumida por los hippies.

En Like Janis y Jane S. Piddy, mantiene un reflejo de lo que acontecía en la Costa Oeste, aparece la imagen de Janis Joplin en ciertas referencias precisas; transitan los colores de la sicodelia, los viajes de ácido, mezclándose en los sentimientos de incomprensión y soledad con un dejo de insolencia, difuminándose o yéndose arriba: “drifting drowning in a purple sea of doubt.”

Y ahí están Gommorah (a Nursery Rhyme) y Rich Folks Hoax, desde un sencillo blues —lo simple prevalece en los acordes de Rodríguez— adornado con un coro infantil dedicado a los chavitos del ghetto, hasta los extremos sociales: el choque de clases referenciado con sarcasmo.

Cold Fact es un disco fuera de catálogos, también lo es Coming From Reality que termina con una profecía en la que seguramente el diablo tuvo que ver: “Cause I lost my job two weeks before Christmas / And I talked to Jesus at the sewer / And the Pope said it was none of his God-damned business”, dice al inicio de su última canción y he ahí que dos semanas antes de Navidad, la disquera cancela el contrato con su productor.

Después de eso se truncó la carrera de Rodríguez. Ambos discos poseen piezas que hoy ya podemos apuntar como clásicas, y en su momento, de haber sido atendidas, habrían revolucionado la revolución.
Rodríguez tiene la voz y sus canciones una poderosa letra, sin embargo se adentra en las sombras. Pero el documental expone un fenómeno extraordinario. La música de Rodríguez que tanto en Europa como en su tierra natal, los Estados Unidos, pasa desapercibida, en otro extremo del mundo, Sudáfrica, prende y enciende a los jóvenes africaneers, los descendientes de generaciones que férreamente aplicaban el Apartheid.

En Sudáfrica, Rodríguez se convierte en un mito, en un clásico de culto, sus canciones son himnos de protesta y rebeldía. Cuenta la leyenda que una chica vuelve de EU con Cold Fact, lo graban en cassettes y lo pasan de mano en mano, se vuelve popular, graban de nuevo su disco. Los jóvenes hacen suya su música, la enarbolan en actos de amor y en actos políticos. Prende la rebelión.

La prensa agranda la leyenda corriendo las versiones de que el desconocido Rodríguez —por quien se cansaron de preguntar sin que nadie supiera nada ni en Inglaterra ni en EU— se suicidó en un concierto en el centro del escenario: luego de cantar su última canción, Cause, se voló de un disparo los sesos; otra versión es que se prendió fuego delante de los asistentes a su último concierto. Así que cuando es descubierto treinta años después de sus dos grabaciones, por un disquero apodado Sugar y un periodista de rock, y llevado a Ciudad del Cabo a dar un concierto,se renueva el culto, su renacimiento es apoteósico.

Al saberlo vivo, el director del documental, Malik Bendjelloul, decide filmar su historia. Searching for Sugar Man ha merecido innumerables reseñas; una espléndida es la que Andrés Felipe Solano publica en la Revista Arcadia.com, lectura recomendable. Pero por supuesto, el documental tiene ya varios meses circulando en el mercado, mejor míralo.

 

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