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1368 24 Julio 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Muerte equivocada
JRM Ávila

Monterrey.- Quienes lo conocieron nada saben decir acerca del motivo por el que lo rafaguearon mientras cenaba en la parte de enfrente de su casa. Se trataba de un muchacho de veintidós años, casado, trabajador, con nadie tenía problema alguno. Lo más probable, suponen, es que quienes lo atacaron se hayan equivocado.

Pero el domingo, en todas las misas, el sacerdote de la colonia pidió por la salvación de su alma, y utilizó su historia para que sirviera de ejemplo a aquellos que andan en malos pasos. Es decir, acabó culpándolo, nadie sabe si utilizando información sustraída del confesionario, o porque simplemente sentía que así debía tratarse al hijo de un suicida.

El padre se ahorcó cuando el muchacho andaba por los diez años de edad, y fue él quien lo vio primero. Dicen que encontró una nota en la que el muerto explicaba su decisión, pero llegó la mamá, y más espantada por encontrar aquella nota en manos del hijo que por el hombre colgado y sin vida, se la arrebató y la escondió en el fondo de una cajonera.

Jamás cuestionó el hecho de que su tío, hermano menor del papá, terminara viviendo en la misma casa, con la mamá. Hasta gusto sintió que se juntara con él y no anduviera como la mamá de uno de sus amigos de la secundaria, con cuanto hombre se le atravesara.

La nota permaneció ahí por meses, hasta que, buscando un pantalón, la encontró, la leyó con detenimiento y pudo entender de qué había ido todo el asunto. Entonces fue y les reclamó al tío y a la madre, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.

Cuando les mostró la nota donde se revelaba que tenían relaciones, ellos se limitaron a decir que era verdad y que el papá no había hecho más que escribir algo que los tres sabían y, al darse cuenta de que se querían, se hizo a un lado, suicidándose.

Lo que tampoco entendió fue por qué los abuelos, como si la gente los hiciera menos porque el hijo se había suicidado, dejaron de recibir y hacer visitas. No duraron ni dos años. Dijeron que se habían dejado morir y el muchacho se juró desde entonces que jamás se mataría como su papá ni se dejaría morir como sus abuelos, propósito que cumplió cabalmente.

Era un buen esposo y un padre ejemplar (parece que ya muerto cualquiera lo es). La gente de la colonia en que vivía, responde por la inocencia del muchacho y casi mete las manos en el fuego por él.

Su muerte, insisten, fue una equivocación.

Pero la misma gente que lo defiende en público, no apacigua la lengua en privado para hacer escarnio en forma de bromas acerca del caído. De inicio, parece preocupada porque nadie sabe qué va a ser de la viuda ni de los dos huérfanos que deja, pero remata, lamentando en falso, que el muchacho no tenga hermanos que continúen con la tradición familiar de heredarse a la viuda.

La burla de la gente, ya se sabe, es anónima, cruel y soterrada. Y esta vez, no ha sido la excepción.

 

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