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1380 9 Agosto 2013

 

A educar se ha dicho
Luis Miguel Rionda

Guanajuato.- El arranque de los cursos en las instituciones educativas de nivel superior y medio superior en este mes de agosto, representa el inicio de un año lectivo más, un ciclo adicional dentro del esfuerzo nacional por construirles un futuro a las generaciones que ingresan a la edad adulta.

Miles de jóvenes ingresan por primera vez o reingresan a las aulas, en las prepas, las universidades y los institutos. En el caso de la Universidad de Guanajuato, 35 mil estudiantes de ambos niveles volvieron a clases junto con sus 2,500 profesores, 900 de ellos de tiempo completo. Una comunidad intensa, activa y muy comprometida con la calidad de la educación impartida o recibida.

Creo firmemente en la capacidad redentora de la educación, sobre todo para un país que tanto ha padecido en este campo como lo ha sido México. Somos un país que gasta mucho en la instrucción de sus niños, jóvenes y adultos, pero gasta mal. Los recursos se desperdigan en burocracia, en corrupción y en prebendas de grupos y corporaciones.

La educación superior no es la excepción: veo con dolor lo que acontece en universidades como la Nicolaíta Michoacana, secuestrada un día sí y otro también por los Illuminati de izquierda. O la lamentable situación de la Universidad dizque Autónoma de la Ciudad de México, entregada a la demagogia de uno de los grupos de poder del gobierno local. O lo que de vez en cuando sucede en Guerrero, en Oaxaca, en Zacatecas, en algunas normales y en otras instituciones que se dicen comprometidas con la educación popular “liberadora”.

La educación provee al individuo no sólo de habilidades y competencias, sino de conciencia y criterio para la toma de decisiones. Pero cuando las instituciones son corrompidas o boicoteadas por grupos de interés político, sindical o económico la calidad de la educación decae. Se convierte en un fraude con frecuencia tolerado por las autoridades y por los propios protagonistas del hecho educativo: los profesores y los estudiantes, pervirtiendo su esencia y traicionando su compromiso con la sociedad mayor.

Por eso me enorgullece laborar para la Universidad de Guanajuato, una institución pública que desde sus orígenes históricos, hace ya 280 años y gracias a los jesuitas, se comprometió con la calidad en la formación de las juventudes locales.

Es cierto que nació como un colegio para la educación de los hijos de las élites criollas y de los adinerados de la entonces intendencia de Guanajuato, pero a partir de su secularización en 1827 abrazó la causa de la educación popular, donde sólo el esfuerzo marcaba las diferencias entre los educandos.

Surgió así el Colegio del Estado, y pronto se estableció el internado que permitía a los jóvenes provenientes de los municipios recibir alojamiento, sustento y educación costeada por el gobierno de la entidad.

Cada municipio tenía la obligación de enviar becado a al menos uno de sus jóvenes para educarse en esa institución, lo que le cambió la vida a muchos pueblerinos. Mi abuelo materno, Miguel Ramírez Tinoco, fue uno de ellos: le decían “el indio de Yuriria”. Recibió pensión en el internado para cursar su secundaria y preparatoria entre 1920 y 1924, estudiar la carrera de farmacia, y de ahí a la ciudad de México a estudiar medicina (Médico cirujano partero y pediatra) a partir de 1925.

A su regreso en 1936, fue el segundo médico profesional en la región sur de Guanajuato. Ejerció hasta 1997, y atendió miles de partos, miles de pacientes en pueblos y rancherías del sur del estado y norte de Michoacán.

Ese es un pequeño ejemplo familiar de cómo la educación superior, cuando es impartida y cursada con mística y compromiso, puede marcar una enorme diferencia no sólo para el individuo, sino para su colectividad. No es ocioso llamar la atención sobre la problemática actual de los jóvenes que optan por no educarse, pero que tampoco encuentran acomodo en el mercado laboral precisamente por su falta de capacidades.

Los miles de “NiNis” que han proliferado en el país y en nuestro estado. Las cifras nacionales varían desde los 280 mil que calculó el INEGI en 2010 hasta los 7.5 millones que poco después afirmó el rector José Narro, de la UNAM. La OCDE le daría la razón al rector en septiembre de 2011: “7 millones 226 mil jóvenes de entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan, ubicando entonces a México en el tercer lugar entre los 34 países miembros del organismo que tienen el mayor número de población juvenil inactiva.” (http://www.sinembargo.mx/17-08-2012/335456)

La misma fuente reporta un dato del periódico AM: “de un millón 834 mil jóvenes de entre 14 y 29 años que hay en Guanajuato, 533 mil no estudian ni trabajan, reveló la Encuesta Nacional de la Juventud 2010, realizada por el Imjuve. […] los jóvenes inactivos indicaron tres razones principales por las que se hallan en esta situación: no encuentran trabajo, no quieren trabajar o estudiar o no lo creen necesitarlo, siendo esta última la respuesta más frecuente.”

Educar y educarse es urgente, es estratégico y es patriótico. No me cabe duda.

 

Luis Miguel Rionda es antropólogo social y profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León.
luis@rionda.net
Twitter: @riondal

 

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