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1411 23 Septiembre 2013

 

La mujer de manos rojas
Víctor Orozco

Chihuahua.- Jesús Vargas, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y Flor García, joven escritora, acaban de publicar su monumental biografía de Nellie Campobello. De vez en cuando se lee un libro fascinante; este es uno de ellos.

Gestado durante un largo tiempo (más de dos décadas) manifiesta la acumulación de datos, experiencias, reflexiones, depositadas como un sedimento tras otro y cuyo resultado es un suelo profundo, denso, propicio para las cosechas abundantes, como las rendidas en esta obra.

Dice Vargas en un apéndice explicativo de la génesis y desarrollo del texto, que en 1989 Myrna Pastrana le contó del secuestro y desaparición de Nellie ocurrido desde cuatro años antes. Conocedor previo de algunas de las obras de esta mujer originaria de Villa Ocampo, Durango, y avecindada durante su infancia en Parral, la información al parecer lo conmocionó, pues a partir de entonces le dedicó tiempo valioso a estudiar sus libros y el tránsito de sus días. Años después se unió a la ambiciosa empresa intelectual la joven Flor García.

Francisca Luna, nombre original de la bailarina-escritora-maestra-amante-adivinadora, pues todo lo fue la Campobello (inseparable de Gloria, su hermana menor) es un personaje de novela, arriesgando el lugar común implicado en la frase. Sus biógrafos, como los de Fray Servando Teresa de Mier o de Flora Tristán, deben enfrentar la tarea de recrear vidas tormentosas, tan llenas de acontecimientos. Ora han de explicar una complicada relación amorosa, una pasión arrolladora, una prosa o un poema, el compromiso con una acción trascendente, todo el conjunto enmarcado en un carácter indomable.

La circunstancia de mayor influencia en Nellie Campobello, fue la revolución. La vivió en corto. Recuerdo un texto de una contemporánea suya, Alicia Echeverría, quien dice cómo transcurrió su infancia en un lugar de Michoacán por donde no pasó la guerra.

Las revoluciones operan a la manera de torrentes o pequeños arroyos que dejan islas o promontorios secos, en los cuales sus habitantes escapan a la inundación. El de Campobello no fue el caso. Sus regiones, el norte de Durango y el sur de Chihuahua se sumergieron por completo. Allí, la niña-adolescente (nació en 1900), escuchó relatos sin fin sobre los aconteceres de estos soldados-campesinos heridos, valerosos hasta la temeridad, muertos a veces no más porque sí, seguidores incondicionales de caudillos como Pancho Villa, figura de inspiración y apego para la futura escritora.

Nunca olvidó los tiempos azarosos resistidos por su madre para sobrevivir a la pobreza y a la violencia, en tanto protegía a sus críos.

En La Habana, a donde les llevó la continua vorágine de sus vidas, la bella bailarina le contaba episodios de la contienda a José Antonio Fernández de Castro, periodista cubano y amigo-amante, protector de las Campobello, quien convalecía en un hospital y a quien las mexicanas visitaban con gratitud. Fue él quien casi le demandó la escritura de estos relatos y así es como nació Cartucho, vívida novela de la revolución, cultivadora de un estilo directo, sin adornos ni vericuetos.

Antes, otro notable Gerardo Murillo, el famoso y contradictorio Dr Atl, la estimuló publicándole su poemario Yo, Francisca.

En los años del cardenismo comenzó la relación de Nellie Campobello con Martín Luis Guzmán, a quien puso en contacto con Austraberta Rentería (una de la viudas del Centauro y poseedora de los documentos) para publicar las Memorias de Pancho Villa, quizá la novela de mayor fama del gran escritor.

La duranguense a su vez dio a las prensas Apuntes sobre la Vida Militar de Francisco Villa

No obstante estos arrestos de escritora, su pasión vital era la danza. Junto con su hermana Gloria, recorrió estilos, bailes, caracterizaciones y dio lo mejor cuando fue ganada por la ola nacionalista que invadió la pintura, el cine, la escultura y la danza. Si Diego Rivera  pretendía pintar usando sólo materiales venidos del suelo mexicano, la Campobello buscaba sublimar la danza tehuana, la del venado o el jarabe tapatío.

En 1934, finalmente se inauguró el Palacio de Bellas Artes, cuyo uso también sufrió una mutación, pues de la inicial idea con la cual fue concebido hacia 1904 cuando se inició su edificación, como un teatro y hogar de las bellas artes, se convirtió en un instrumento para la enseñanza y la difusión de la cultura. Las Campobello ingresaron al colosal proyecto revolucionario con pie derecho y naturalidad, gracias al dominio de la danza, en la cual se condensan las otras seis expresiones de la belleza y la creación humana. Recibieron también el impulso de varios grandes de la cultura mexicana.

La fundación del Ballet de la Ciudad de México, fue como dicen los autores, la realización de un sueño. Reunió el talento, la creatividad y el ardor de Martín Luis Guzmán, José Clemente Orozco y las dos bailarinas, cuatro vidas entretejidas por el amor y la incondicional entrega a su oficio. A partir de entonces, el público mexicano (y no únicamente el de la capital, pues incluyó por un momento al de Parral, el del  barrio del Rayo, donde residió la muchachita escuálida que era entonces Nellie) pudo apreciar los montajes de obras clásicas en las cuales resplandecía el genio de coreógrafos, guionistas y sobre todo el virtuosismo de los bailarines.

En el libro pasan lista decenas de nombres, protagonistas del México posrevolucionario como lo fue Nellie Campobello. Imposible consignar en esta nota a todos ellos. Menciono tan sólo a las mujeres: Frida Kalho, Tina Modotti, Antonieta Rivas Mercado, Carmen Mondragón, Consuelo Uranga, Guadalupe Marín y Lupe Vélez, entre otras.

Audaces y liberadoras, como todas las pioneras, marcaron con su impronta al México de su época y nos heredaron su actitud iconoclasta, irreverente, emancipadora. La biografiada de Jesús Vargas y Flor García (al igual que las otras) no podía emerger en la sociedad porfiriana, llena de prejuicios y mojigatería. Son flores brotadas en los surcos abiertos por la lucha revolucionaria. De otra manera su existencia es inconcebible. 

Hay otro mérito del libro, al cual ya nos tiene acostumbrados Jesús Vargas: la integración de múltiples imágenes, como un regalo para el lector. Están allí las Campobello desde su infancia hasta los trágicos días ancianos de Nellie, secuestrada y drogada por sus verdugos, quienes también aparecen. El desfile es vasto e incluye a numerosos personajes contemporáneos junto con los amores de las hermanas (también de número vasto). Debe agradecerse esta diligencia de los autores para ofrecer no sólo letras bien pulidas, sino una colección de fotografías poseedoras de un valor en sí mismas.

Destaco un valor adicional, no de los menores en el libro: entre las motivaciones para investigar, quizá la de mayor nobleza es la pasión por el tema. Sobresale por encima de aquellas llevadas a cabo para cumplir requisitos académicos o encargos de cualquier tipo. Frente a la epidemia de estandarizaciones obligatorias, que azota a universidades y escuelas, demos la bienvenida a un texto escrito por amor al arte, ausente el propósito de ganar puntos en alguna evaluación, confiada a la computadora dispuesta para ejecutar sumas de tasaciones preestablecidas, sin parar en la sustancia del trabajo.   

Una observación crítica: quizá deba evitarse en una futura edición algún traslape o repetición, ocurridos probablemente al coser piezas diferentes de redacción. Y una sugerencia: vale la pena incorporar un índice onomástico, dada la profusión de nombres.

¿Y por qué el subtítulo Mujer de manos rojas? Me lo pregunté igual, hasta que leí el bello y desafiante poema de la propia Nellie Campobello colocado en la página 600, la última:

“No quiero/manos pálidas/que pidan/perdón/al cielo;/las quiero rojas/para derribar/cerros./Que venga/el desbordamiento/de fuerza/y de grandeza;/manos rojas para/derribar cerros,/manos que no se/sorprendan de tener cerebro”.

(Jesús Vargas Valdez y Flor García Rufino: Nellie Campobello. Mujer de Manos Rojas, Biblioteca Chihuahuense, Secretaría de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno del Estado de Chihuahua, 2013).
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Para Dinorah Rodríguez, en su cumpleaños.

 

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