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1424 10 Octubre 2013

 

ENTRELIBROS
La novela de las gemelas
Eligio Coronado

Monterrey.- En la novela de enigmático título, 64 (Monterrey, NL: Edit. UANL, 2012. 246 pp. Colección Narrativa 24) de Abraham Nuncio (Texcoco, Estado de México, 1940), el joven fotógrafo regiomontano Juan Isla le escribe una larga carta a su mentor que reside en Madrid. En ella le cuenta sus recientes avatares familiares y románticos.

Entre los familiares destacan la muerte de su padre (del mismo nombre), la aparición de otro hijo de éste (“quien, para colmo, lleva su nombre y por lo tanto el mío”, p. 60) y el despojo de una parte de su herencia (“dos de los terrenos que heredé de mi padre”, p. 92) a manos de su ambiciosa madre y de su hermano mayor, Higinio.

En su bagaje amoroso pesan tres mujeres: Julia (regia), a la que deja por Selene (capitalina de visita) y Artemisa, gemela univitelina de ésta y a la que sustituye en el caprichoso y efímero adoratorio sentimental del joven.

El parecido tan extraordinario entre Selene y Artemisa le genera un problema existencial a Juan:

“¿Realmente Selene y Artemisa eran dos mujeres distintas o un caso clínico de esquizofrenia?” (p. 78).
La confusión se refuerza con el hecho de que nunca las ha visto juntas, aunque también sospecha que podría tratarse de una estratagema de las tres chicas: “Julia, por despecho, se habría puesto de acuerdo con Selene y Artemisa para desquiciarme” (p. 78).

Y cuando al fin parece convencerse de la existencia de ambas chicas, un taxista que “Recordó haberla llevado (a Artemisa) por lo menos en cuatro ocasiones a La Ola”, (p. 228) le renueva la duda al recordar el nombre de dicha pasajera: “Se llama Selene (…). Ese es su  nombre” (p. 232).

Este conflicto corintelladesco constituye la médula de esta novela (ambientada en el Monterrey de 1985 a 1986) y nunca se resuelve, antes se embrolla más con la existencia de otras dos Artemisas: una en Ciudad Guzmán, en donde Juan la manda buscar porque una amiga (Celia) le comenta: “Quizá esté todavía allá (…) en las labores de reconstrucción” (p. 181-182). Pero la chica localizada no es Artemisa, sino Ixchel, quien resulta “Idéntica a la de la foto, pero no es ella” (p. 183).

La otra Artemisa es hallada por la casualidad: “Tomé una revista al azar (¡Hola!) y la hojeé. Se me erizó la piel. Allí me miré al lado de Artemisa. Era yo, con el mismo rostro, el mismo nombre y la misma profesión” (p. 234).

Este nuevo Juan Isla español se suma a su hermano bastardo homónimo y a él para completar un trío de Juanes Isla que viene a incrementar la confusión mental y existencial del joven fotógrafo, ocasionando que este trance amoroso quede, como ya se apuntó, irresoluto.

Al final, en su respuesta, el mentor-psicólogo trata de esclarecer mitológicamente este pasaje sentimental de su alumno: “Selene era la diosa de la luna para los griegos y (…) la proteica Artemisa tenía (…) el instinto de todas las deidades: desplazar a otras. Es lo que más de una vez hizo con Selene, tanto en la mitología (…), como en tu historia” (p. 242).

En cuanto al título, la explicación mantiene el enigma, pues de todas las opciones citadas por el mentor ninguna lo resuelve satisfactoriamente, por lo que el título resulta fallido: “64 son las escaques del ajedrez, 64 las artes que implica para la mujer la práctica del “Kama  Sutra” y 64 las modalidades de la unión sexual; 64 son también los hexagramas del “I Ching” (p. 239).

 

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