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1424 10 Octubre 2013

 

El horror inútil
Luis Villegas Montes

Chihuahua.- “El Horror Inútil” es el título de un libro de Luis Guillermo Piazza que trata (de hecho es el subtítulo del libro) de la “tragedia y farsa del terrorismo en América Latina”.

El título (y el libro) me parecieron tan acertados en su momento, que desde aquel entonces constituyen por necesidad un referente para quien esto escribe, a la hora de examinar un acontecimiento particularmente malvado, doloroso o desafortunado. Ningún horror, cuando se trata de vidas humanas en juego, se justifica. Ninguno. Pero si bien no sirven para atenuarlo o atemperarlo, existen circunstancias que lo explican. Entonces el horror cobra sentido, aunque continúe siendo terrible en sus estragos.

No  obstante, para desgracia nuestra, la modernidad no para de brindarnos ejemplos terroríficos de horrores inútiles, todos los días.

Tras la noticia del lanzamiento del nuevo Iphone, la secuenciación prenatal del ADN, los desarrollos de inteligencia artificial o los “implantes de memoria” (que nos hacen perder nuestra capacidad de azoro y contribuyen a crear consumidores más ávidos e imperturbables, incapaces de sentirse satisfechos con lo que no sea “el último grito de la moda”) no cesan las noticias sobre desgracias en las cuales la voluntad del ser humano está de por medio: guerras, hambrunas, genocidios, fraudes gigantescos, son también el pan nuestro de cada día; con el agravante, tal vez, de que nos damos cuenta de ellas con el mismo talante impávido de quien escucha el parte meteorológico.

Somos testigos (y cómplices felices e indolentes) del triunfo de la ciencia y peor aún, de la técnica, despojadas de cualquier atisbo de humanidad.

Los párrafos anteriores, como reflexión introductoria al horror inútil que los chihuahuenses padecimos el sábado pasado durante el evento Extremo Aeroshow, realizado en la presa El Rejón, organizado por la presidencia municipal de Chihuahua. Como todos sabemos, durante el mismo, un vehículo de exhibición, de los llamados monster truck, arrolló a decenas de espectadores.

Varias personas murieron en el lugar de los hechos: dos niños, una mujer y tres hombres. De entonces a la fecha, ríos de tinta han corrido para explicar, o pretender explicar el hecho. Desde la espantosa frivolidad de los organizadores, que se deslindaron con el argumento de que estaban “preparados para este tipo de contingencia, nuestro seguro lo cubre”, hasta la  tesis absurda del “asesino solitario” que pretende responsabilizar al conductor del vehículo y sólo a él, de tan tristes acontecimientos.

La tragedia que vistió de luto al estado de Chihuahua no es fruto de una sola voluntad; no puede serlo. El modo en que se desarrollaron los hechos, desde la supuesta falla mecánica del vehículo hasta la falta de medidas de protección eficaces, nos hablan a las claras de una serie de acciones y omisiones imputables por igual, a organizadores y autoridades responsables.

En Chihuahua, no falta quien pretenda silenciar, satanizándola, una elemental exigencia de justicia que tiene que ver con dos temas: emprender una investigación a fondo, hecha por especialistas de reconocido prestigio e indudable imparcialidad, para conocer las causas de la tragedia; y en segundo lugar, garantizar que la responsabilidad, penal, civil o administrativa, se encause por las vías y los canales adecuados hasta sus últimas consecuencias.

Se pretende que alzar la voz para cualquier asunto que no sea manifestar su apoyo incondicional al Ejecutivo Estatal y su declaración de duelo, es “lucrar” con el dolor de deudos y víctimas.

Falso.

Posicionarse en este tema resulta fundamental para la vida democrática del estado y del país. Plantearse el problema de otro modo, guardar las “formas” de manera mezquina e interesada, es insistir en el proceder que ha caracterizado la procuración y la administración de justicia en nuestro país: la impunidad.

En 2012, la oficina de la ONU en México alertó que 95 por ciento de los delitos no se aclaraban. Un año más tarde, el periódico español ABC daba a conocer que este índice había crecido un 3 por ciento  más: en México, la impunidad alcanza el 98.2 por ciento.

En un medio como el nuestro, en este México y en este Chihuahua de 2013, cuando ciudadanos e instituciones civiles claman por la justicia más elemental, no se pretende lucrar con el  dolor ajeno, en lo absoluto; es un intento de encausar y reencausar el debate público hacia lo único que debe importar: que el estado de derecho por fin florezca. Que las causas de la verdad y la justicia (por una vez, como preámbulo de tiempos mejores) prevalezcan sobre la causa abyecta del interés político.

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