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1432 22 Octubre 2013

 

Nos negamos a aceptar lo que somos
Hugo L. del Río

Monterrey.- Posiblemente, en ninguna región del mundo se da esta asimetría entre dos países vecinos: la nación más poderosa del mundo y lo que queda de México, comparten, tarea imposible, una frontera de casi tres mil kilómetros.

Es muy elocuente la contradicción que escribió el autor guatemalteco: la sardina no puede convivir con el tiburón. Sin embargo, cohabitamos. Ellos, como amos; y nosotros, bueno, como podemos. El pueblo norteamericano es fuerte, agresivo, obsesionado con imponer su hegemonía no sólo en lo político o económico, sino también en lo cultural y en todos los órdenes.

El estadunidense promedio se molesta porque no todos los mexicanos hablan inglés. Y encuentra natural que, particularmente en el norte de México, la raza de bronce sueñe con obtener la ciudadanía norteamericana. Ellos aprovechan la confusión que tenemos los mexicanos acerca de nuestra identidad nacional. Nos negamos a aceptar lo que somos: una población mestiza. Y, ya se sabe: querer ser lo que no se puede ser equivale a no ser. Caemos en la autodenigración y en un servilismo cultural que a nuestros socios debe parecerles cómico.

En Monterrey ya tenemos años de festejar el “Halloween” y algunas familias celebran también el “Thanksgiving day”. Al paso que vamos, pronto el cuatro de julio sustituirá al dieciséis de septiembre; el primero de mayo ya no será el Día del Trabajo y el once de noviembre, aniversario del armisticio que puso fin a la Gran Guerra, derramaremos lágrimas por los caídos.

Muchos anuncios comerciales ofrecen productos o servicios en inglés. Ya no pedimos la hamburguesa con queso y tocino: ahora ordenamos la “cheeseburger”. No decimos “solicitud”, sino “aplicación”, del inglés “application”; no conversamos: “chateamos”; escribimos “tú” o “usted” con mayúscula y nos da por emplear verbos horrendos como “accesar”, en lugar de “acceder”, y “recepcionar” en vez de recibir.

Tal parece que preferimos ser gringos de cuarta categoría antes que mexicanos de primera. La tecnología, en especial la informática, corrompe impunemente nuestro idioma. La cultura se asienta sobre la base del lenguaje. Si no nos expresamos con claridad, no nos podremos entender entre nosotros. Este desconcierto idiomático es un regalo que hacemos al cártel de la globalización.
Si nos dejamos, privatizarán el castellano para darnos en cambio el espanglés.

En su “Defensa apasionada del idioma español”, el periodista y escritor Álex Grijelmo cita al lingüista mexicano Luis Fernando Lara: “Una cosa es reconocer la preeminencia del inglés en el campo de la investigación y la técnica y otra muy distinta convertirlo en lengua única de la civilización contemporánea”.

 

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