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1437 29 Octubre 2013

 

Siria es el botín que todos quieren
Hugo L. del Río

Monterrey.- Circula en la red un hermoso vídeo titulado “Dejen sola a Siria. No tenemos petróleo”. Es cierto: allá no hay oro negro. Pero también es verdad que las potencias tienen los ojos (y hasta cierto punto, las garras) puestos en Siria.

Una de las razones: la mala jugada que le hicieron los hombres (todo el mundo pasó por Siria; desde los babilonios hasta los franceses) y la geografía. Siria comparte fronteras con Egipto, Turquía, Iraq, Israel, Líbano y Jordania. Otro motivo, igualmente poderoso: el agua. El quince por ciento del líquido que consume Israel proviene de las fuentes y afluentes ubicados en las Alturas del Golán.

Estas tierras son generosas para la vitivinicultura: Israel produce allá casi una tercera parte de sus excelentes caldos. Golán es otro nudo gordiano. Desde la Guerra del Yom Kippur, Israel impuso su hegemonía en mil 200 de los mil 800 kilómetros cuadrados y dejó a los sirios con espacio suficiente para levantar un par de tiendas de campaña. Es correcto: Siria, en otros tiempos; e incluso ahora grupos sin control de Hezbolá, al Qaeda y otras corrientes fundamentalistas, aprovechan las colinas para lanzar cohetes contra suelo judío. Peor aún: desde la meseta se ve Damasco.

Van mil seis días de guerra: han muerto, según los cálculos más conservadores, cien mil personas; dos millones se refugiaron en países vecinos y hay seis millones de desplazados. Esto, en una nación de menos de 186 mil kilómetros cuadrados que estaba poblada por 28 millones de seres humanos. Se convocó a una conferencia de paz en Suiza, pero la insurgencia ya anunció que no irá. Cómo va a asistir si se están disparando entre ellos: el Frente al Nusra, aliado de Al Qaeda, anunció la Yihad (guerra santa contra el infiel, incluidos los musulmanes ajenos a la Iglesia suní) está de pleito con todos; la Coalición Nacional de Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria (CNFORS) rompió lanzas con el Consejo Nacional Sirio, y los kurdos sirios libran, desde hace días, batallas campales contra el Ejército Sirio de Liberación.

La discordia no hace infeliz al dictador Bashar el-Assad, quien presenta un frente unido más o menos sólido. El déspota (la familia lleva más de cuarenta años “gobernando”: Bashar heredó la “Presidencia de la República”) almacenaba entre 500 y dos mil 500 toneladas de gas sarín. En agosto, un ataque con esta arma prohibida mató a más de mil personas en Damasco. Los inspectores de la ONU están muy optimistas: destruyeron los insumos y los vectores en 25 emplazamientos, pero se sabe que el-Assad tiene reservas escondidas. Y, por lo demás, otros dos almacenes, con una cantidad no precisada del armamento tóxico están en suelo rebelde.

Para empeorar las cosas, surgió un brote de polio en la provincia norestense de Deir-al-Zourne. Siria nos queda cerca. El cártel de la globalización sólo espera mejores tiempos para adueñarse del país. Pero la nueva oligarquía no se pone de acuerdo en la división del botín: Rusia y China quieren la parte del león; Washington no se dejará comer fácilmente el pastel; y están, además, los intereses de Israel y la Unión Europea. 

“El conflicto sirio supone el peligro más grande para la paz mundial”, dice el argelino Lajdar Brahimi, mediador de las Naciones Unidas.

 

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