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1440 1 Noviembre 2013

 

EN LAS NUBES
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Carlos Ravelo Galindo

Ciudad de México.- Damián se encontraba bien de salud, hasta que su mujer, Dorita, a instancias de su hija, Tota, le recordó: “vas a cumplir 84 años, es hora de que te hagan una revisión médica”.
‒Y para qué, si me siento muy bien, respondió.
‒Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sientes joven, contestó la  tía.

Por eso, su esposo fue al médico. Este con buen criterio, le mandó hacer exámenes y análisis de todo. A los quince días le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar. Entonces le recetó Atorvastatina grageas para el colesterol,  Losartán para el corazón y la hipertensión, Metformina para prevenir la diabetes, Polivitamínico, para aumentar las defensas.  Norvastatina para la presión, Desloratadina para la alergia. Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó Omeprazol y diurético para los enemas.

Damián fue a la farmacia y gastó una parte importante de su jubilación. Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia, las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago y de las amarillas para el corazón, iban antes, durante o al terminar las comidas, volvió al facultativo. Este, luego de hacerle un pequeño cálculo  de las ingestas, lo notó un poco tenso y algo contrito, agregó Alprazolal y Sucedal para dormir.

Damián, en lugar de estar mejor, estaba cada día peor. Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina y casi no salía de su casa, porque no pasaba momento del día en que no tuviera que ingerir una pastilla. Tan mala suerte tuvo que a los pocos días se resfrió y Dorita lo hizo acostar como siempre, pero esta vez, además del té con miel, llamó al médico.

Este le dijo que no era nada, pero por si las moscas le recetó Tabcin día y noche y Sanigrip con efedrina. Como le dio taquicardia, le agregó Atenolol y antibiótico, Amoxicilina de 1 gramo cada 12 horas, por 10 días. Le salieron hongos y herpes y le recetó Fluconol con Zovirax. Para colmo Damián se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se enteró de las contraindicaciones, las advertencias, las precauciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones médicas.

Lo que leía eran cosas terribles. No sólo podía morir, sino que además podía tener arritmiasventriculares, sangrado anormal, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos abdominales, alteraciones mentales y otro montón de cosas espantosas. Asustadísimo, llamó al médico, quien al escucharlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas, porque los laboratorios las ponían por poner. “Tranquilo, don Damián, no se excite” le pidió, mientras le hacía una nueva receta con Rivotril, un antidepresivo, Sertralina de 100 mg. Y como le dolían las articulaciones le ordenó  Diclofenaco.

Cada vez que el tío cobraba la jubilación, iba a la farmacia. Esto lo hacía poner muy mal, razón por la cual el facultativo le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos. Llegó un momento en que al pobre Damián las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas. Ya no dormía, pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado. Tan mal se había puesto que un día, haciéndole caso a los prospectos medicinales, se murió.

Al entierro fueron todos, pero el que más lloraba era el farmacéutico. Aún hoy, la viuda sostiene que menos mal que lo mandó al médico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes. Pero reconoció que si no hubiera tomado los medicamentos y hubiese seguido con su régimen naturista con pollo sin piel, pavo, lentejas,  aceite de oliva, frutas, verduras de todos colores, poca sal y nada de azúcar, con una copita de güisqui y caminar  diario estaría vivito y “culeando”, porque la tía Doris se enorgullecía de su esposo ya que era un buen macho, le echaba un brinco semanal y a todas las que se ponían enfrente les aventaba los perros.

Por supuesto que el sector salud gubernamental, Imss, Issste, etcétera, no le hubieran dado tantas medicinas. Porque no las hay, como tampoco equipo en sus costosos edificios que aún no terminan, veinte años después, de construirse, aunque si mantienen cuota de gasto, sin médicos, por supuesto, que también hacen falta.

Claro que esto es mejor que el famoso seguro popular que vale tanto como lo que se le unta al queso.

carlosravelogalindo@yahoo.com.mx

 

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