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1462 3 Diciembre 2013

 

Las reformas, remedio de todos males
Claudio Tapia Salinas

Monterrey.- ¿Por qué tenemos una economía estancada? ¿Por qué se nos deshilvanó el tejido social? ¿Por qué la escalada de crimen y violencia? ¿Por qué la pobreza, la creciente desigualdad y el desempleo? ¿Por qué la pésima impartición de justicia?  ¿Por qué la impostura de la representación? En suma, ¿por qué no hemos podido cambiar? ¿Por qué?

La respuesta que da el gobierno de la república en boca de su titular, quien dice tener la energía y la determinación para seguir transformando a México, es única, reduccionista y simplona: nuestros males provienen de la obsolescencia de preceptos constitucionales, leyes y reglamentos que ya no sirven. Cambiándolos, reformándolos, transformamos al país. Poniendo al día el andamiaje legal de México, todo quedará resuelto.

Al entregar los premios nacionales del deporte, el gran reformador, el Juárez del siglo XXI que está moviendo a México, satisfecho y agradecido por el apoyo que todos los sectores la han brindado a su plan transformador, indicó que “2013 será recordado como el espacio de las grandes transformaciones y que 2014 deberá caracterizarse por ser el año de la de la eficacia en la implementación de estos cambios y su proyección en beneficio de la sociedad.”

Según él, las grandes transformaciones ya ocurrieron. Se entiende, pero, ¿en qué estará pensando cuando se refiere a la eficacia en la implementación de los cambios?

Adviértase que no es de la ley de la que espera eficacia, sino de la implementación de los cambios. Y es aquí donde ya no entiendo nada. Porque, en un Estado de Derecho, la eficacia del orden jurídico depende de su cumplimiento, es decir, que la eficacia se da cuando lo que las leyes establecen se cumple por regla general, y se sanciona debidamente el excepcional incumplimiento. Esa es la manera  en que el derecho positivo, vigente, resulta eficaz. Pero no sé a qué se refiere con la “eficacia en la implementación de los cambios.”

Para empezar, no le creo que la transformación ya ocurrió. Además de porque observo la realidad, porque sus afanes reformadores se sustentan en un falso supuesto: en nuestro país las leyes se cumplen. Y eso es falso. No somos un Estado de Derecho. Si lo fuéramos, si las leyes se cumplieran, el promotor del cambio no estaría donde está.

Por otra parte, si la transformación depende de una ley que resulta ineficaz, ¿cómo entonces puede serlo su implementación? Mientras el orden jurídico resulte ineficaz, ¿qué tipo de cambio podemos implementar que no sea, por definición, ilegal?

Las reformas serán tan ineficaces como lo son las leyes actuales. Sufrirán igual desacato, porque el problema no está en las leyes sino en su inobservancia, en su ineficacia, pues. Seguirá imperando la discrecionalidad en su aplicación, la ambigüedad intencionada, los vacios deliberados, la interpretación a modo, las razones de Estado, la torturadita legal, la corruptela y todas esas mañas que convierten a la ley en letra muerta. ¿Exagero? Basta un ejemplo: el cumplimiento de la reforma constitucional en materia educativa con sus tres leyes reglamentarias promulgadas, está suspendida, se negocia en gobernación. ¿Qué van a implementar?

La paradoja, lo que hace inviable la intentona de cambio de una realidad que no pueden transformar, es que para que ocurra, los que han acumulado poder y riqueza durante tanto tiempo, tendrían que someterse a la ley y aplicársela a sí mismos, y eso no pasará. Nada se implementará (cualquier cosa que eso quiera decir), para que así sea.

Es mejor distraer la indignación que produce la lacerante realidad con la esperanza puesta en reformas que, lo sabemos todos, no se cumplirán. Bueno, las que amplían sus canonjías y privilegios, sí. Pero entonces no son transformadoras.

A lo mejor en eso consiste la implementación eficaz del cambio.

 

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