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1466 9 Diciembre 2013

 

El abismo moral
Claudio Tapia Salinas

Monterrey.- ¿Porqué la maldad? Hannah Arendt explicó la naturaleza de la maldad humana partiendo del análisis de los posicionamientos sociales que impulsan a los individuos “normales” en circunstancias cotidianas, a involucrarse en la perpetración de actos malignos.

Después de probar que Eichmann no fue un pozo de maldad, pronunció su famoso veredicto sobre la banalidad del mal: “la normalidad resulta mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas”. Bauman recalcó: “El problema con Eichmann, radica precisamente en el hecho de que de acuerdo a las luminarias supremas de la psicología y la psiquiatría, ese hombre (al igual que tantos de sus socios en el crimen) no era un monstruo ni un sádico, sino un hombre escandalosamente, terriblemente, temiblemente, normal.”

Pero el abismo de maldad, el océano de miseria y de dolor en el que hemos caído, ya no puede explicarse con base a la banal normalidad de algunos. El nihilismo al que conduce el capitalismo globalizado, nos convierte a todos en cómplices de un holocausto cotidiano e ininterrumpido. “El mundo no está amenazado por seres que quieren matar sino por aquellos que a pesar de conocer los riesgos sólo piensan técnica, económica y comercialmente.La población mundial está amenazada de muerte por vulgares hombres de negocios emocionalmente estúpidos, con escasa imaginación, y de aspecto inofensivo”, afirma  Gunther Anders. El capitalismo no es moral, es mortal, digo yo.

El centro de la argumentación de Anders se basa en que en la complejidad actual, somos capaces de producir efectos desmesurados con acciones insignificantes. La desproporción entre la acción y los efectos que esta produce es tan grande que la imaginación se desorienta.

La voz de la moral no se escucha. Es eso lo que explica el insólito fenómeno de la tranquilidad de conciencia frente a tanta maldad.
“Estamos sumidos en una situación en la que no hay manera de saber lo que estás haciendo cuando haces lo que haces”, esto vuelve complejo y difícil distinguir el bien del mal.

Anders nos da algunos ejemplos, de los que cito dos: los ejecutivos del Fondo Monetario Internacional, con sólo teclear en su ordenador, producen más muerte que los bombarderos que dejan caer miles de toneladas de explosivos sobre poblaciones civiles. La guerra en el Congo, que ha costado la vida a más de 5 millones de personas, tiene como trasfondo el tráfico ilegal de coltan que es un mineral vital para el desarrollo de la telefonía móvil y de las nuevas tecnologías.

Los mercaderes de la industria que demanda cada vez más ese mineral (que tiene oculto trabajo esclavo de niños que mueren en las minas), ignoran que tan manchadas de sangre están sus manos.

Pongo un par de ejemplos locales: los mercaderes de la industria pedrera y cementera con su actividad, contaminan el medioambiente poniendo en riesgo la salud de los habitantes de la zona conurbada de Monterrey. Lo mismo puede decirse de las radiaciones electromagnéticas de miles de antenas colocadas al ras de la ciudad, propiedad de la industria radiotelefónica y de comunicación.

La epidemia de enfermedades respiratorias, cánceres, leucemias y muerte, que sufre la población regia, generada por esos negocios (entre otros), tendría aterrada a la población si los obligados a informar no permanecieran, sospechosamente, callados. Los empresarios duermen en paz. Los gobernantes y los directivos de los medios de comunicación, también.

Un ejemplo más: los servidores públicos que decidieron fomentar la importación de alimentos en vez de propiciar su producción, ignoran la miseria, destrucción y muerte que sembraron en el campo mexicano. Los que decidieron esas políticas públicas por razones de mercado, no se asumen culpables del resultado final, ellos votaron o acataron instrucciones. Sólo hicieron su trabajo. Tienen la conciencia tranquila.

Ninguno de ellos tiene plena conciencia de los devastadores efectos indirectos que sus actos directos generan. A la hora de buscar y encontrar responsables, nadie tiene la culpa de que el mundo capitalista se haya convertido en algo tan complejamente inmoral y mortal. Los que apoyan religiosamente el proyecto neoliberal porque juran que no hay de otra, los que toman las decisiones, duermen tranquilos; no se sienten culpables de la secuela de miseria, muerte y destrucción que trae consigo la imposición del modelo. Dejan que sea la economía global la que se encargue del exterminio.

Dejemos ya de mentirnos y de hacerle el juego al capital con su mercado. Ya no es posible, porque no es humano, vivir así. Creo que debemos reconocer que en el mundo en que vivimos impera la maldad y que esta ha alcanzado dimensiones inadmisibles. Tenemos que detenernos al borde del abismo atándonos a la esperanza de que otro mundo es posible; y confiar en que somos capaces de construirlo.

Porque un mundo en el que no es posible saber qué es lo que realmente estás haciendo cuando haces lo que haces, es un mundo sumido en la maldad.

 

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