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1504 30 Enero 2014

 

ANÁLISIS A FONDO
Ah, mundo; ah, México
Francisco Gómez Maza

Nos quedamos a la deriva, sin modelo ni líder
A expensas de un capitalismo en retirada

Ciudad de México.- La cumbre de presidentes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que culminó este miércoles en La Habana, pareció reavivar los viejos tiempos de los movimientos revolucionarios de América Latina, de los movimientos guerrilleros en Chihuahua y Guerrero, o en las calles de Monterrey, Guadalajara y ciudad de México.

Sobre todo cuando los generales golpistas pisaban fuerte con sus botas militares sobre los pueblos del subcontinente, y el paradigma era el socialismo que exige de cada quien según su capacidad y da a cada quien según su necesidad.

Tiempos gloriosos para los luchadores de la izquierda marxista y de la izquierda cristiana, cuando se soñaba con la revolución que acabara con la explotación del hombre por el hombre, la exclusión, la concentración de la riqueza y el poder, y la pauperización de los enormes conglomerados populares.

Era entonces cuando el PRI, aquel de la dictadura perfecta del peruano español Mario Vargas Llosa, pregonaba democracia y justicia social, y los presidentes eran amigos de los pueblos que transitaban de la sociedad neocolonial y feudal al socialismo marxista, como la República de Cuba; admiradores de la madre de todas las revoluciones, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; la China comunista.

México era un paladín de la lucha por la justicia social ante los países latinoamericanos y los no alineados, y era el líder y mantenía una posición férrea de no intervención de una nación en otra, tanto que desde un principio, hace ya poco más de medio siglo, fue el único que se opuso y condenó el bloqueo del imperio estadounidense a la Cuba de Fidel Castro Ruz.

Pero la vida cambió de tajo. De la noche a la mañana fue derribado el Muro de Bertín y la Unión Soviética se balcanizó, destruyendo la unidad de todas las naciones que habían empeñado sus facturas por el socialismo real y el comunismo, y Europa del Este fue hecha añicos por las empresas estadounidenses y alemanas de la Europa occidental. Y todo porque los gobiernos del bloque socialista no estuvieron a la altura de la historia y los venció la corrupción. El socialismo pareció fracasado, aunque en la mente de los verdaderos rebeldes del mundo siguió existiendo como una utopía aparentemente inalcanzable. Y la verdad es que inalcanzable.

El mundo del trabajo entró en un tobogán sin final, y en un túnel eterno sin salida. Los trabajadores sólo cambiaron de amo. Los del bloque comunista dejaron de ser los empleados del Estado para convertirse en esclavos de las empresas capitalistas.

En México, las cosas llegaron al extremo de la grosería indecente de aquella advertencia del boquiflojo de Vicente Fox al comandante Fidel Castro de “comes y te vas”, asimilada con buen humor por el líder de la revolución cubana. Y se perdió el rumbo. No quedó nada. Ni una tabla de salvación para los millones de trabajadores, que tuvieron que apechugar el abandono. Nadie apareció. Ningún profeta, como aquellos del antiguo judaísmo. La nave popular quedó a la deriva, al arbitrio de los detentadores de los medios de producción. Y se instaló a sus anchas el librecambismo, que ya permeó en la China comunista y hasta en la Cuba de los impolutos revolucionarios del Granma, de la Sierra Maestra y de la toma del Cuartel de Moncada de Santiago.

Mientras, el capitalismo al estilo de Manchester, de Chicago, de los Gemelos de Washington, vapuleado por la irresponsabilidad de los gobiernos y los banqueros de Nueva York, tomó carta de naturalización en el mundo, embelesando a los gobiernos de la periferia, principalmente al México del redivivo PRI, imponiendo las reglas del juego de una economía sostenida por millones de trabajadores mal pagados,

Pero el capitalismo –salvaje se le califica, a pesar de que per se es salvaje– tiene el tiempo contado. Y lo grave es que no hay un modelo político y económico que lo sustituya, ni un movimiento social y político que lidere ese cambio, que vendrá quién sabe cómo y de dónde. Es posible que de las clases trabajadoras, pero sin rumbo. Grave, ¿no?

No es ocioso reflexionar sobre estas realidades. La historia del México moderno así lo exige. Una revolución traicionada, un partido renunciante de sus principios y doctrina revolucionaria, una derecha que daría todo por volver a los viejos moldes de la explotación humana y la tienda de raya, una iglesia jerárquica que no acaba de entender los principios evangélicos que le debieran dar sustento.

Ah, mundo. Ah, México de mis recuerdos.

fgomezmaza@analisisafondo.com
www.analisisafondo.com

 

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