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1511 10 Febrero 2014

 

Amor en tiempos de guerra
Cordelia Rizzo

Monterrey.- Enamorarse acontece como una experiencia pura. Cuando se asienta pensamos y nos fluyen en los sueños y en la vigilia imágenes y articulaciones nuevas y viejas sobre lo que creemos que es el amor. Así nos contextualiza ese acontecimiento que estaba tan al margen de las reglas de todo lo que nos pasa. Así lo decretó el analista que ha dejado a una legión de amorólogos, Jacques Lacan.

Existen muchas historias escritas sobre enamoramientos en plena guerra. Mi favorita es la de la película de Alan Resnais, Hiroshima mon amour. Atonement, de Joe Wright (novela de Ian Mckewan) es la tragedia de un joven que se ve orillado a ir a la Segunda Guerra Mundial por enamorarse de la hermana equivocada; y claro que también existe la célebre historia de Ernest Hemingway con la enfermera en Adiós a las armas

Los gastos suntuarios, las demarcaciones de los frentes de ataque y los enemigos estaban un poco más claros para estas otras guerras. La cultura bélica tal vez permitía tener una conciencia general y asumida del sinsentido. En un conjunto de apuntes que se publicaron póstumamente, El límite de lo útil, Georges Bataille liga la idea y tradición de la guerra a las costumbres de renovación comunitaria de las sociedades agrícolas e inclusive a la expectativa de supervivencia social que traía consigo el sacrificio humano:
Cuando experimentamos la sensación de esta fuerza desgarradora, sólo subsisten en nosotros sensaciones de una gran intensidad. Los intereses ingenuos por las cosas pequeñas, las diversiones que llenan la futilidad del día ya no tienen sentido: una corriente de aire las arrastra. En ese momento toda existencia es juzgada con severidad y puesta al desnudo: el más vulgar de los hombres está condenado a la grandeza.

En el amor en tiempos de guerra contra el narco en México, las partes del conflicto son más fluidas.

Algunos, por ejemplo, creen que aunque el costo es alto se está peleando con justicia. Otros –como yo– no creemos. Nos levantamos a ver notas sobre ejecuciones y si nos llega una de la detención o abatimiento de algún capo, no sentimos que exista ese lado que esté ganando. Van a la cárcel, menos. Se desmantela un grupo; crecerá otro. Claramente pensamos que el resumen de la historia no se puede reducir a ‘ganar’.

Los que creen, tampoco lo hacen ya tanto. Algunos apostamos por desvelar las tramas que están detrás de las cifras y los grandes planes, y que sólo transitando ese desengaño creceremos como personas y sociedad. Cada día es un intento por inyectarle vigor y buenos argumentos a esta narrativa.

Los escapes
Se necesitan escapes y hacerse la chaqueta mental de olvidar momentaneamente lo que una entiende, porque se corre el riesgo de encapsularse en el sentimiento de ver que las ciudades están chupadas.

El trajín de las calles del centro de Monterrey en el día, da la ilusión de que también trascenderemos esto, mas la noche nos trae las pesadillas. Sicarios que toman una ciudad, traficantes de quequitos con cocaína, viajes de los que no regresamos. 

Ya no estamos en el pánico, ya administramos riesgos, cierto. Pero aún la justicia tardará para las decenas (o cientos) de miles de familias y comunidades que han sido heridas en la profundidad. Cada historia que se da a conocer da una herramienta para sopesar qué tan lejanos estamos todos de sentirnos seguros, pero también de las atrocidades de las que son capaces criminales y Estado.

¿Cómo se vive con esto?
Vivimos (y sobre todo las víctimas viven) sin saber cómo, pero también en un inescapable horizonte de precariedad –de distintos grados e intensidades.  Echamos mano de familia, redes, amigos y amantes. A ellos les pedimos que nos den el cariño y la solidez afectiva que algunos descubrimos que quizás siempre nos ha faltado.

Amor
Si el amor romántico contemporáneo es típicamente la búsqueda por vivir la seguridad de tener una pareja, la guerra nos exacerba los polos del sentimiento.

El relato de Poros y Penia, quienes procrearon a Eros –el dios que aviva este amor violento que nos reacomoda las células del cuerpo– explica un poco. Diótima de Manitenea se lo confía a Sócrates, quien lo cuenta a quienes lo honran en El Banquete, de Platón.  Poros simboliza la abundancia y Penia la carencia y marginalidad, así que el eros, que se llama igual que el Dios que lo provoca, fluctúa entre estos dos extremos.

La historia de amor de Eros y Psique también nos habla de que la turbulencia es parte de la consolidación del verdadero amor. Psique, quien es la mortal de la relación tiene que superar varias pruebas para pasar de la ilusión al sentimiento profundo y así ‘merecerse’ a Eros al final.

Es la madre espiritual de Eros quien la va guiando, Afrodita. Mas la perversidad de la guía, en algunas versiones del mito, nos habla de que en el fondo está velando por la consolidación de un amor que trascienda las vacilaciones del corazón y por la unión del dios juguetón con la mortal que les dará sentido a los dones de esta familia de dioses. Perdonamos a Afrodita porque al final es una maestra y sí triunfa el amor.

Pero, volviendo al momento que Sócrates cuenta la anécdota, al final de El Banquete llega Alcibíades a reventar la armonía declarándole en un exabrupto su afecto al maestro. La lección que da Alcibíades es que el amor es arbitrario y singular. Es violento, como la irrupción del bello y embriagado general en la escena y como su reto a Sócrates de probar que no es cierto que Alcibíades le ama.

Los estragos
Una no necesita una guerra para entrar en la dimensión siniestra del problema amoroso. Es tan fácil actuar nuestras sombras en circunstancias tranquilas, igual de difícil pensarlas, y para cuando acordamos tenemos frente a nosotros ya una tempestad.

Sin embargo, la guerra ha puesto en relieve la necesidad de la ternura y el eros. Nos ha replegado a espacios tan íntimos como la casa, la recámara o el refugio, que a fuerza de frecuentarlos tanto nos obliga a reconfigurarlos y resignificarlos. 

Para las madres y padres de las personas desaparecidas, es tan esencial la óptica del amor para comprender la cantidad de agravios que pudieron haber atravesado sus hijos, quienes fueron secuestrados por chicos probablemente de la misma edad. Ellos de seguro tienen madres que también se mortifican.  Pero de ellas no abundaré más porque ese amor lo entiendo menos.

Las esposas de desaparecidos viven la épica de su amor, la prueba más grande y más dolorosa. Basta con ver entrevistas de Ludivine Barbier (esposa de Rodolfo Cázares, el director de orquesta desaparecido en Matamoros en 2011) e Ixchel Mireles (esposa de Héctor Tapia, desaparecido en Torreón en 2010) y observar cómo caracterizan su espera y búsqueda. Parecen grandes novelas de aventuras cuyo final está peligrosamente perdido en el éter narrativo.

Quienes sólo observamos estamos conmovidas, claro. Pero también hemos ido tomando decisiones sobre nuestros afectos. Después de tres años de vivir tan dentro de casa, se nos vuelve más importante construir cariños sólidos, e inyectarle vitalidad a nuestros espacios.

Volviendo a armar el modelo
Una amiga y yo dejamos a nuestras parejas cuando comenzó lo duro de la guerra. Era como si hubiésemos en ese momento asumido lados del conflicto irreconciliables con ellos. Vamos, más allá del amor, hubieran sido buenas compañías, buenos amortiguadores. Pero supimos que había que dejarlos ir.

Siempre he creído que no le pertenecemos a nadie, y que por consecuencia nadie puede ser nuestro. Había sido una verdad cómoda que se vio trastocada por la violencia, porque tenerse cerca, jurarse lealtad, administrarse cariño se ha vuelto necesario. Dudo haber resuelto el dilema existencial, pero junto con el paso de los años ha venido la conciencia de que el contexto se ha transformado de una manera profunda e impredecible.

Un libro de Harry Frankfurt, Las razones del amor, articula este núcleo esencial del fenómeno amoroso:
Que alguien ame algo significa o consiste esencialmente, entre otras cosas, en considerar sus intereses como razones para actuar al servicio de los mismos. En sí mismo el amor es, para el amante, una fuente de razones. El amor crea las razones que inspiran sus actos de amoroso cuidado y devoción.

Los bloques de cariño que se siembran y cosechan son de lo poco que nos puede anclar en el mar esquizoide de las ciudades mexicanas, pues un absurdo no parece trascenderse con otro. La mente juega trucos. Los amores, en este sentido, son experiencias que nos permiten amarnos a nosotros mismos, para entender cómo podemos lidiar con la realidad a partir de una base de certezas. 

La obra pedagógica de Rousseau, el Emilio, establece que el armazón de las facultades del conocimiento es el amour de soi, que se traduciría como amor a uno mismo. Lo contrario sería el amour propre que vendría bien traducirlo como amor propio. En este contexto el amour propre significa la búsqueda del reconocimiento superficial por el otro, que frecuentemente es efectivamente lo que uno quiere decir cuando se refiere a que alguien no tiene ‘amor propio’, aunque se pretenda decir algo distinto. 

Un poco desafortunado es que todo este discurso sobre el amor se diluya en la felizología e imperativo de las ‘happy news’ que pretenden superponer lo banal de lo happy-go-lucky en la complejidad de las subjetividades. 

En el terreno sinuoso y donde al día se ponen en jaque constelaciones de significados importantes para nosotros como las fuentes de la seguridad, la idea de la maternidad, la trascendencia de la adquisición y exhibición de bienes y la capacidad que creemos que tenemos para adaptarnos, es una lástima penetrar tan poco hondo en las capacidades del sentimiento amoroso. 

También es una pena que ese amor que forja búsquedas y despeja velos como el de las esposas de los desaparecidos sea visto como una capacidad ajena y una responsabilidad que concierne a otros.

Enamorarse o buscar seguir amando tiene el revestimiento de la valentía de un salto de fe. Tras vivir acotados, uno no sale de su casa a reconocer caras conocidas. Pero parar en ese momento y desechar la posibilidad de construir un universo afectivo novedoso podría costarnos una preciada fuente de certezas.

Salir, realmente salir, es abrir una conversación al tiempo que se encaran muchas pérdidas.

Georges Bataille. El límite de lo útil (Manuel Arranz, trad.) (Madrid: Losada, 2005) p.95

Harry G. Frankfurt. Las razones del amor, el sentido de nuestras vidas. (Carme Castells, trad.) (Barcelona: Paidos, 2014.) p. 52

 

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