Suscribete
 
1545 28 Marzo 2014

 

Desierto de concreto
Hugo L. del Río

Monterrey.- Monterrey es la capital mundial de Su Majestad El Automóvil. Puentes, pasos a desnivel, ampliación de algunas calles y, en otras, desaparición de camellones e incluso islotes de seguridad: todo se hace y se deshace en función de las necesidades del conductor de automotores. El peatón no existe.

Los caminantes de este desierto de acero, vidrio y concreto votamos, pagamos impuestos, hacemos cola para todo, pero no formamos parte de la sociedad. El automovilista sube el carro a la banqueta y obliga al andante a bajar al arroyo. El chofer del camión de pasajeros se detiene a levantar al usuario o sigue de frente, así vaya vacía la unidad, según su estado de ánimo.

Los tráilers de doble remolque bloquean las vías urbanas y aplastan a quien no les deja libre el paso. Queremos ser gringos, así sea gringos de cuarta categoría, antes que ser mexicanos de primera. Pero imitamos lo peor de los vecinos y soslayamos lo bueno que tienen, que no es poco. Y en Estados Unidos, emporio del consumismo, el que no tiene auto carece de presencia social.

El monstruo de cuatro llantas es mucho más que un medio de transporte: es una confirmación de que la cartera rebosa de buena salud o padece de enfermedad terminal. Esto es cierto en casi todas las ciudades de la Unión Americana, excepto en Nueva York, donde los multimillonarios casi siempre viajan en el Metro. Los regiomontanos también vemos y hacemos ver el coche como no solo como manifestación de bienestar económico, sino como instrumento de poder dirigido a humillar y molestar al de a pie.

Conozco familias donde cada uno de los cuatro o cinco miembros posee un carro. Tengo relación con personas que son incapaces de caminar al minisúper de la esquina. Las arterias de la macrópolis están saturadas todo el tiempo. Los motores de las máquinas rodantes nos envenenan los pulmones con sus gases.

En la noche de Monterrey raramente se ven las estrellas. Esta es nuestra ciudad: calles agrietadas por las raíces de los árboles; toneladas de basura acumuladas en los cuatro puntos cardinales; la antigua Calzada Madero, que era un agradable paseo familiar, se redujo a una superficie donde si bien te va alcanzas a posar los dos pies. No hay depósitos para los desechos, ni parques públicos, ni bibliotecas, ni espacios verdes, ni nada.

Una ciudad para vivir. Así tituló el dramaturgo Ignacio Retes una de sus piezas teatrales más conocidas. Monterrey no es una ciudad para vivir: si acaso, será una ciudad para sobrevivir.     

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com