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1561 21 Abril 2014

 

Gracias, Gabo
Hugo L. del Río

Monterrey.- Los muertos de Macondo y Riohacha están felices. Las mariposas amarillas les llevaron la noticia: ya viene el Gran Fabulador. El cielo dejó de llorar y quiso saber por qué el Narrador de Historias tardaba tanto tiempo en llegar.

Fue el coronel Aureliano Buendía quien les contestó: es que en el camino, desde México hasta el Cabo de Hornos, tiene que saludar a todos los hombres buenos que han sido fusilados; a todas las mujeres honestas que fueron violadas y a todos los niños que murieron de hambre.

¿Por qué hasta el Cabo de Hornos?, preguntaron los de Macondo, que apenas se estaban secando después de aquellos alocados aguaceros. Úrsula Iguarán les pegó un cacerolazo: torpes, toda la tierra es del Gabo, aunque haya o no haya guayabas, y él no les hizo nunca pucheros de asco a los bifes ni a las empanadas ni, mucho menos, a las morochas que saben bailar el tango.

Los barcos que navegan por el Río Magdalena hicieron sonar las sirenas en afirmación de una muerte anunciada y al pie de las murallas de Cartagena de Indias un perro azul se acicaló para hacer el amor con una doberman que en un momento de mal humor ya le había arrancado un testículo. Los muertos de Cartagena llevaban cerveza alemana y ron de Cuba y Jamaica; los mariachis de México, con la botella de tequila y el pistolón a la cintura cantaban el corrido del Caballo Blanco y los sicarios secuestradores compraron otro pollo para festejar la liberación de la dama plagiada.

Las putas estaban muy tristes porque creían que se habían quedado sin memoria, hasta que Picasso les reveló que son ellas quienes pueblan “Las señoritas putas de Avignon”.

Con el cuervo posado en la desgastada hombrera del capote militar, Edgar Allan Poe saludó al de Aracataca como se dan los buenos días los periodistas: un abrazo y un chocar de botellas: te salió bien la “cabeza”.

Agotado, el general había viajado solo para morir y en su desencanto le dijo al boticario: “Déjenme como estoy. La desesperación es la salud de los perdidos”. Y es que en sus pesadillas vio a los niños Buendía nacer con cola de puerco. Pero el Gabo lo consoló: amó y fue amado, mi general. Ganó batallas en el campo y en la cama y sus cartas al caballero inglés y su Delirio sobre el Chimborazo no están mal; no, mi general, no están del todo mal.

Lo secundó el marinero convertido en héroe porque, náufrago de un buque de guerra lastrado de contrabando, no se murió de hambre. Buena memoria la del marino: recordó al indocumentado feliz que registró en un febrero europeo cuando el ingreso de Gromyko a la grilla gorda de las Cancillerías coincidió con el bajón que le dio Brigitte Bardot a su escote.

No estoy de acuerdo con esto que dijo Shimon Peres, Presidente de Israel: “El mundo se ha vuelto un lugar más pobre”: Gabo hizo rico al menesteroso; le dio compañía al pueblo –porque somos un solo pueblo– que vivió cien años en soledad, y revivió el Congreso Anfictiónico de Panamá, donde los gringos hundieron el sueño bolivariano de una patria única.

Pero, me equivoco: el mundo es una nación. Tal cierto estoy de ello como de sentirme alegre por la partida física del Gabo: se va a divertir como uno de los gitanos de Melquíades en compañía de esos viejos jóvenes que son los socabrones de Rabelais y Voltaire; él y Dante convertirán el averno en unos baños turcos atendidos por hermosas y liberales edecanes; convencerá a don Benito para que le aumente la propina al sargento gruñón que siempre está de guardia en la puerta que da a la centenaria taberna de “El Nivel”: se dará una vuelta por Hungría acompañando al cachondo de Balzac y bailará  un vallenato con Sor Juana, a quien, desde luego, le pellizcará las nalgas.

Gabo es demasiado grande: se me sale de las líneas, de la pantalla, del alma. La Literatura ficcional es una hija del periodismo y la nota periodística, si está redactada con amor, es recibida con fanfarrias y vítores en la plaza mayor de la Literatura. Para escribir una crónica o una novela hace falta amor, mucho amor: y eso tiene sus asegures porque, como asentó el fundador de Macondo: “El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas”.

Gabo es nuestro, es colombiano; es polinesio. No le lloro porque tengo presente aquello de que “ninguna persona merece tus lágrimas y quien las merece no te hace llorar”. Gracias, Gabo.

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

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