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1570 2 Mayo 2014

 

Nadie nos dará nada
Hugo L. del Río

Monterrey.- La primera huelga que registra la Historia es la de los albañiles que construían las pirámides de Egipto. Esto me lo dijo, hace muchos años, don Salomón González Blanco, secretario del Trabajo en el sexenio de López Mateos. Don Salomón hacía honor a su nombre: fue un erudito en todo lo vinculado con la relación capital-trabajo.

De la construcción de esos misteriosos edificios que esconden símbolos aún no descifrados, a nuestro Tercer Milenio, han corrido ríos de sangre de trabajadores sacrificados por una burguesía que les negaba, que nos niega, los derechos más elementales. El mexicano promedio sabe que en Chicago el Estado asesinó en el siglo XIX a unos sindicalistas que exigían la jornada laboral de ocho horas.

Pero los redactores de los textos escolares tuvieron buen cuidado de disimular las matanzas de Río Blanco, Veracruz; de Cananea, Sonora y el asesinato de tres obreros regiomontanos acribillados por empresarios quienes, sin ser jamás castigados, les dispararon desde el Casino de Monterrey.

El proletariado pagó con su sangre cada paso que avanzó en el camino a la justicia social. La revolución de 1910 alentó la esperanza, pero lo que había comenzado como la creación de un nuevo orden social degeneró en una guerra civil entre caudillos hambrientos de oro y poder. Hoy, como siempre, vivimos en crisis. La clase de los dueños de la riqueza oprime al asalariado con la dureza de aquella ley del bronce que dio a conocer uno de los primeros ensayos de Marx.

Los patrones pagan sueldos de hambre, violan la legislación que, por lo menos en el papel, pretendía proteger al desposeído y gastan más en desparasitar a sus perros que en ofrecer una pieza de pan al laborante en cuyo horizonte está desapareciendo la esperanza. “La burguesía desesperada anda a la busca de un dios que encadene al pueblo trabajador a las máquinas”, escribió don Miguel de Unamuno hace cosa de un siglo.

No pretendemos tomar por asalto el Palacio de Invierno: sólo queremos que, como dijo el pensador francés, nadie goce de lo superfluo mientras haya quien carece de lo indispensable. El gobierno abandonó hace mucho su política de tutelar al trabajante; los sindicatos se pudrieron y las religiones, todas, coinciden en adormecer a los pueblos con la promesa de un paraíso donde las almas tendrán todos los goces que no tuvieron los cuerpos.

Nos miente el Estado y nos miente el líder sindical; nos miente el patrón y nos miente el Papa: nadie nos dará nada. La lucha es dura y más lo será, pero para vencer hay que saber resistir. Ningún profeta, ningún hombre santo vendrá a salvarnos. Tardaremos mucho, quizá eones, pero lograremos con nuestro esfuerzo la redención social.

Desde la otra orilla, nos canta el gran poeta cubano Nicolás Guillén: “coge tu pan, pero no lo pidas/ coge tu luz, coge tu esperanza cierta/ como a un caballo por las bridas/ Plántate en medio de la puerta, pero no con la mano abierta”.

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

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