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1570 2 Mayo 2014

 

Asuntos de piratas
Eloy Garza González

Monterrey.- Si sabré yo cómo son los piratas, dice Joan Manuel Serrat. Un pirata es un libertino y a su manera es un libertario: rompe las reglas del Estado y circula por la libre; no es un anarquista sino el legislador íntimo de sus propios códigos. No reconoce más soberanía que su voluntad ni más fronteras que su individualidad.

Como todo buen navegante, el filibustero se aburre en tierra, desprecia lo sólido y ama lo líquido, lo fluido, lo que se desvanece en el agua en su intento por probar fortuna y ganar el oro de las Indias, aunque en la gesta pierda el buen nombre y hasta la oportunidad de ver el sol de nuevo.

A finales del siglo XIX le cantaron sus exequias. A principios del siglo XXI volvió por sus viejos fueros. Como todo ser exótico, ha morado en las orillas del mundo, en los flancos de las rutas marítimas y de cualquier jurisdicción. Y a su manera es proteico: adopta múltiples personalidades, aprende mil y un oficios, pierde por capricho el mapa del tesoro y se juega a los dados el botín y la tripulación completa del navío.

Los piratas se desplazan ahora por aire, zarpan en naves flotantes; cruzan los siete mares en bergantines invisibles, se disfrazan de hipsters, o hippies, pero bajo la camiseta esconden el tatuaje con la calaca y las dos tibias cruzadas; hackean la web de los gobiernos y los potentados, se roban la información del ciberespacio, son born to be wild, gorrones irredentos, evasores fiscales, parásitos a conciencia, creadores del software abierto, polizontes en las comitivas oficiales, diplomáticos de un país con un solo ciudadano.

Los piratas viven en una sociedad que para ellos nunca es la suma de sus partes: a su modo de ver, una nación con un millón de ciudadanos no es tanto una nación como simplemente un millón de ciudadanos. Por eso no creen en la propiedad intelectual; no admiten que tengan dueño las ideas, ni su distribución y menos su usufructo. El copyright es un concepto obsoleto: una reliquia, un saqueo, un vil pillaje. Los piratas defienden el libre comercio sin aranceles, sin regulación, sin impuestos ni gobierno. Para ellos la autoridad es un estorbo. Sólo respetan el horizonte al final del Mediterráneo.

La piratería es una mercado negro, y la anti-piratería es su némesis, otro mercado, pero incoloro, que vive de la persecución de su contraparte, a quien acosa en demasía. Pero ambas se benefician mutuamente. Todo pirata, digno de respeto, es un bárbaro itinerante, un globalizador. Antes, solía asaltar barcos mercantes al amparo del mar abierto y al margen de los represores oficiales. Ahora se ampara en los no-lugares (Marc Augé), en lo transitorio periférico, en las Antillas de la falta de identidad, en el territorio líquido (Zygmunt Bauman).

¿Qué pasará con el espacio público moderno asediado e invadido por este viejo lobo de mar? Según el poeta Marinetti, “las cosas durarán menos que nosotros”. Todo se disolverá en el aire. Pero la piratería seguirá con larga vida aunque sin gloria eterna. Qué le vamos a hacer. ¿Cree usted, lector, que esto está bien?

 

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