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1592 3 Junio 2014

 

Buchonocracia
Ernesto Hernández Norzagaray

A la memoria del sociólogo Nicandro Valdiviezo

Mazatlán.- Vicente Verdú, un sociólogo catalán que analiza los procesos de globalización desde del ámbito de la cultura, hace unos años escribió un artículo sobre lo que denomina “democracia pirata” en el capitalismo ficción, es decir, un modelo de democracia representativa basado fundamentalmente en lo electoral (derecho de votar y ser votado, sistemas de partidos, organismos electorales, etcétera), y sin capacidades redistributivas.

Que curiosamente organismos supranacionales han considerado que son buenos para cualquier país que no se ciñe a los postulados occidentales de libre elección. Así, lo que vale para Libia, también tiene valor para Irak Madagascar o Somalia.

Sin embargo, si bien podríamos compartir en lo general la idea de que no hay mejor sistema político que el democrático, quizá valdría la pena recordar con Max Weber, que la legitimidad (que no legalidad) puede provenir de la percepción y  producir el carisma subyugante de un gobernante que enseña con sus propios ejemplos de solidaridad, la tradición monárquica de reyes buenos o esos gobernantes eficaces que provienen de los votos.

Todos ellos, independientemente del origen, pueden llegar a ser buenos gobernantes queridos y respetados.

Ahora bien, como la legitimidad es un asunto de percepción, la gente puede estar feliz incluso dispuesta a morir por sistemas y gobernantes que no necesariamente son democráticos.

Pero, también, como ocurre hoy en día, hay mucha gente inconforme con democracias procedimentales de baja calidad, por su escaso rendimiento redistributivo o la incapacidad de garantizar los mínimos de seguridad a los ciudadanos.

Pero, así como Verdú habla de ese proceso de homogenización de sistemas político-electorales en “democracias minimas”, lo cierto es hay otra dimensión que también debe ser tomada muy en cuenta, me refiero al sello que le imponen a este tipo de democracias actores y patrones culturales dominantes.

Buchonocracia
En estados como el de Sinaloa, donde existe una fuerte influencia cultural del narcotráfico y al menos cuando no hay connivencias, existen sospechas de que estos actores influyen en la vida pública y la política institucional, pierde contenido la justicia para volverse una suerte de juego de espejos que sustituyen el bien común que siempre debiera prevalecer en toda colectividad humana.

Si algo caracteriza a los buchones son sus excesos. Su sola presencia imberbe presenta una sui generis forma de decir aquí estoy, véanme, soy lo que ustedes no se atreven ser y hacer.

Su expresión procaz salpicada por pedrería de fantasía le da un aire de perdonavidas.

Sin embargo, como todo lo falso, no es lo que aparenta ser. Simplemente es. 
Así, como el buchón sociológico, esa sub-especie que deriva de las inercias culturales del narcotráfico, y aparece con su singular forma de vestir, hablar, gesticular, ostentar e imponer un poder; el buchón político igual viste, habla, gesticula, ostenta e impone su muy particular forma de poder. Lejanos pero no tanto.

Se podrá replicar esta idea argumentando que mientras uno surge de los albañales de un sistema social incapaz de generar patrones culturales más edificantes, más solidarios; el otro, aun con todo lo cuestionado que pueda estar, por su bajo rendimiento, es un producto de instituciones democráticas.

En efecto, el origen y el escenario de actuación es distinto más no siempre, hay inevitablemente simetrías entre ambos tipos personajes buchones –y, no precisamente, por el gusto que pudieran tener ambos por la ropa cara, los buenos carros y los efluvios del whiskey Buchanan– sino, porque caen en el terreno de las prácticas del poder en sociedades de hondas raíces patrimoniales, caciquiles y autoritarias.

Simetrías
El buchón sabe que su poder no sólo radica en la banalidad de su estética provocadora por su pedrería fina, la seda y las grandes figuras estampadas a la Armani o Versace, sino también en su lenguaje rústicamente soez o la capacidad para intimidar con armas de grueso calibre.

Las armas del político buchón en cambio radican no sólo en los trajes Armani, sino ante todo en la ostentación del poder de hacer y deshacer con los recursos públicos. Convertir los bienes públicos en una suerte de bienes privados.

Ejemplos sobran: líderes parlamentarios que sin asomo de pudor compran camionetas con cargo al erario público, de un millón de pesos para sus “tareas” de representación política, o alcaldes de municipios con finanzas miserables, que no se quedan atrás y convierten los recursos escasos en vehículos lujosos para transitar las calles polvorientas de las comunidades bajo su encargo político.

El vehículo caro y ostentoso lo comparten los dos tipos de buchones; son la representación más evidente de que ejerce el poder aun cuando se le cuestione mediáticamente y los servicios municipales básicos estén lejos de satisfacer la demanda.

La cultura de abuso en la función pública no es muy diferente del abuso que se puede cometer contra un ciudadano que se encuentra en una encrucijada buchona.

En cualquiera de ellos, sale lastimado.

En la primera, por la carencia en la prestación de servicios o la ausencia de garantías de seguridad para transitar libremente en su comunidad y, la segunda, por los riesgos que representa ser atacado en su integridad y/o en sus bienes patrimoniales.

Más todavía, el buchón sociológico presume siempre el vínculo con alguno de los jefes del narco y puede llegar a tenerlo, pero desde ese punto de vista es irrelevante, pues los vínculos ideológicos son más determinantes.

Son el cemento que une no sólo a ellos sino a un núcleo mayor que los rebasa en el conjunto social. Es decir, aquellos que despojados de valores comunitarios abrevan en este tipo corrientes de la narcocultura y que en ciudades como Culiacán y Tijuana, son el pan de cada día.

El buchón político igual sabe que para subir en la escalera necesita que alguien de arriba lo levante hasta la plataforma del poder. Necesita al padrino político. A quien tiene la llave del elevador político. El que da acceso a los cargos de representación y los presupuestos públicos. Ante él se dobla y sacrifica, lo que le queda de dignidad. Pero el sacrificio bien vale la pena: quizá mañana será alcalde, gobernador, diputado o senador. No menos importante se podría producir un cambio en su vida y la de su familia. La expectativa aumenta de tener casas de lujo, vehículos de marcas europeas, dinero en fondos de inversión, mujeres u hombres, servidumbre, buena ropa, viajes y un largo etcétera. Incluso, mañana llegar a ser un padrino político.

Aspiraciones
Hoy, ¿cuántos no se encuentran en esas coordenadas aspiracionales de una sociedad que todos los días demuele la escalera del ascenso por la vía del esfuerzo y el trabajo diario? Son legión.

En definitiva, sociedades contaminadas por la subcultura del narcotráfico han transformado el tejido social pero también la forma de ascenso político, las historias de buchones sociológicos y políticos no son sólo leyendas urbanas útiles para el hiperrealismo literario de Javier Valdez o la narrativa sociológica de Elmer Mendoza, sino evidencias que chocan frontalmente con el discurso políticamente correcto.

Aquel discurso político de que en “mi tierra no pasa nada, son historias exaltadas por los medios de comunicación”, dirán, son para elevar el rating y los ingresos de estas empresas, no tienen nada ver con los sucesos cotidianos.

En fin, lo grave, así como Verdú explora en los pasillos de la llamada  “democracia pirata”, creo que es tiempo de voltear a ver cómo la buchonocracia se está extendiendo por varias regiones del país. Ahí donde la política ha dejado de tener sentido social, en aras de conservar los equilibrios que animan los actores dominantes.

Es decir, todas las cosas terminan pareciéndose a su dueño.

 

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