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1609 26 Junio 2014

 

Oda al guerrero inmortal
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- A este tipo le gustan las mujeres y se luce con ellas en los antros de moda (“¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!”, cantaba el poeta Salvador Díaz Mirón). Se pasea con dos o tres rubias y morenas, de neuronas más chiquitas que sus faldas, en San Quintín de Polanco: sube las escaleras eléctricas del bar con música en vivo como asciende el héroe a la gloria en vida.

Es bajito de estatura como Napoleón, rechoncho como Churchill, irascible como Al Capone, aunque no conozca la biografía de ninguno de los tres. Y tampoco le importe. O a lo mejor sí. Lo mismo da.  

Es amigable pero de mecha corta. De niño aprendió a ser peleonero, empacando productos en los supermercados. A los demás los maestros nos obligaron a memorizar versos de Díaz Mirón. A él, en cambio, la maestra-vida lo obligó a memorizar ofensas: no olvida ninguna. Y cuanto antes las cobre mejor. Es lo que en la Narvarte se conoce como el “ventajoso”, el “aprovechado”: alguien que se cuela por cualquier resquicio para ganar ventaja. Lo bravucón lo trae de origen, en sus genes maternos. Nada más no le recuerden a su padre que abandonó a su madre hace muchos años, porque se le desatan las furias, o como dicen, se abre la caja de Pandora, aunque él no sepa qué es eso de la caja de Pandora. Y tampoco le importe. O a lo mejor sí. Lo mismo da.

Le encanta retar a golpes y patadas al contrario y su injuria predilecta es “yo soy tu padre”, que suelta con el rostro enrojecido y los cachetes inflamados. Pero en el fondo es un buen hijo, un hermano que monta restaurantes para cada uno de sus familiares. Le gritan “naco” y él responde que sí, porque se ha hecho a sí mismo, sin ayuda, sin respaldos. Por eso no tiene educado el gusto, ni refinado el carácter, que le estalla como barril de pólvora porque piensa que es mejor que lloren en la casa del otro antes que en la suya propia.

De manera que no lo espanta nada de este mundo, o como dice Díaz Mirón: “Cuando el torrente por los campos halla / de pronto un dique que le dice atrás / podrá saltar o desquiciar la valla / pero pararse o recular jamás”, aunque él no conozca estos versos. Y tampoco le importe. O a lo mejor sí. Lo mismo da.   

Lo veo actuar, gritar, ordenar, como romano desde las gradas vitoreando al gladiador y regreso a mi niñez atormentada por la memorización de versos de Díaz Mirón: “Pugna sagrada / radioso arcángel de ardiente espada / tres heroísmos en conjunción / el heroísmo del pensamiento / el heroísmo del sentimiento / el heroísmo de la expresión”. Pero él ciega su pensamiento cuando se enoja y deja fluir su sentimiento cuando lo enfrentan y deforma los gestos de su expresión ante tanta rabia o felicidad acumulada. Aunque a él no admita que eso lo vuelve sujeto de burlas. Y tampoco le importe. O a lo mejor sí. Lo mismo da.

Entonces ocurrió el milagro renovado, a resultas de un movimiento táctico y su banda de retadores ganó. Forma parte ya del Parnaso de los héroes nacionales, de los nuevos salvadores de la Patria, de los redentores del honor azteca y bien se hubiera merecido una de aquellas odas del poeta Salvador Díaz Mirón, o el equivalente a la antigua poesía heroica que son ahora los elogios de los cronistas deportivos de televisión que le cantan en coro, a pesar de los berrinches de José Ramón: “¡Oh, rebelde! ¡Conquista la presea / goza de la hermosura inebriativa!” aunque ni él ni los cronistas ni nosotros sepamos qué significa la palabra “inebriativa”. Y tampoco nos importe. O a lo mejor sí. Lo mismo da.     

 

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