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1617 8 Julio 2014

 

De inteligentes y jubilados en la UAS
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- ¿Quién en su sano juicio cambiaría la gallina de los huevos de oro por un puñado de monedas?  La respuesta inmediata sería que nadie y menos todavía si el dueño de esa gallina tiene tres dedos de frente. Pero, mucho menos, si tiene todo lo ancho de la mano. Esto le está ocurriendo a un segmento importante de los universitarios jubilados uaseños, que se supone estarían obligados a actuar como lo harían los más inteligentes del estado.

Sin embargo, si sabemos que ser inteligente se ha visto como la capacidad que se tiene para resolver problemas, esta se ve negada por la pequeña ambición de obtener en el corto plazo un cheque con cuatro o cinco dígitos para hacer frente seguramente a las necesidades cotidianas.

Comida y hambre
Y esta conducta extraña, que nadie vería mal en condiciones normales, adquiere un grado de estupidez mayúsculo cuando es a cambio de perder lo más por lo menos, o como bien lo describió César Velázquez, cuando es “comida para hoy y hambre para mañana”.

Quizá la única explicación razonable es que en la UAS, cuando hay amenazas económicas siempre terminan por resolverse políticamente, dado los riesgos de  despertar al elefante dormido (Jesús Aguilar Padilla, dixit).

Pero esta idea, incubada en otro tiempo, justo el que le tocó vivir activamente a la mayoría de los 383 demandantes de la devolución de sus aportaciones al fideicomiso de jubilación, ya no existe más. Y, tampoco, para los otros 800, que quieren su parte del fondo del fideicomiso.

Tenemos una Universidad que ahora se moviliza poco y cuando lo hace es para organizar fiestas de graduación, pero por ninguna causa social, incluidas las propias por los controles y el miedo a lo inesperado (ejemplos, hay muchos, ahí están las decenas de universitarios asesinados en los últimos cinco años de los que hoy muy pocos recuerdan y sólo hoy lo hacen los compañeros de la querida maestra Perla Lizeth Vega Medina).

Modus vivendi
El miedo, la indiferencia y el individualismo, son el modus vivendi y operandi, en una institución educativa que alguna vez se caracterizó por su sensibilidad social.

Quizá por esa pérdida de perspectiva, estos hombres y mujeres que ya se ven en una ventanilla cobrando sus cheques olvidan que con todo lo incompleto del fideicomiso ha servido para sostener la jubilación dinámica –pues cada uno de ellos siguen cobrando el cheque completo, y beneficiándose de los incrementos salariales–, y eso les ha permitido a todos ellos sostener una vida otoñal más reposada que la amplia mayoría de los sinaloenses; incluso, que lo que se otorga a académicos universitarios de instituciones del prestigio comola UNAM, quienes no tiene este tipo de jubilación y eso ha hecho que sus académicos prácticamente mueran de viejos en sus cubículos y laboratorios.

Sin embargo, la sombra del temor se empieza a sentir entre  los jubilados demandantes, quienes tímidamente aceptan que una vez cobrando lo correspondiente de sus demandas estarían, vamos, dispuestos a aportar quincenalmente lo que hoy la mayoría paga para el sostenimiento del fideicomiso de jubilación.

Bueno, esto no es inteligencia, es hacerse el vivo con la ley en la mano. Con el dinero en la mano. Pero, es otro de los equívocos, pensar que se puede vender la gallina y conservar los huevos de oro.

Compasión
Este punto de vista autocompasivo, si bien podría favorecer que devuelvan algunos pesos a los millones recogidos en ventanilla, lo único que demostrará es que un día se den cuenta de su error. Cuando vean que es insuficiente el fideicomiso para cubrir los salarios de los miles de jubilados rosalinos, y entonces saldrán a la calle a exigir, como lo han hecho hasta ahora. Sólo con una diferencia: con pocas posibilidades de ganar.

El grupo político que controla la Universidad está dejando que las cosas se compliquen y por sí solas vengan las soluciones draconianas. Sin meter las manos. ¿Acaso no se oyen los sonidos del silencio?

Entonces, esos jubilados demandantes más los solidarios con la institución, tendrán que volver a salir a la calle como en los viejos tiempos, con un puño en alto arrugado y las piernas sin los reflejos de antes.

¿Inteligentes?
La pregunta es por qué se resisten a verlo estos hombres y mujeres que alguna vez fueron considerados entre los mejor dotados de Sinaloa y que todavía en alguna forma lo son, si atendemos a que en sus casas todavía hay títulos de licenciados, maestros y doctores, incluso en muchos casos reconocimientos académicos de dentro y fuera de la universidad.

La respuesta quizá se encuentra en esa estupidez humana cortoplacista de que “vale más pájaro en mano, que ciento volando”; olvidando sacar cuentas de que lo que les van a devolver es nada frente a lo que pudieran recibir en el corto y mediano plazo.

O quizá son más listos que los demás, los que se quiebran la cabeza buscando la cuadratura al círculo del fideicomiso y ya llegaron a la conclusión masiva de que esto se está cayendo a pedazos y no tiene remedio, y que ahora mejor “vale más pájaro en mano, que ciento volando”.

Y es probable que no les falte razón, al final frente a los jubilados solidarios con la UAS, dentro de la fatalidad les irá mejor porque hoy hay de dos sopas a la vista: una, que se recuperen las retenciones ilegales que ha dictado la Suprema Corte de Justicia; y la otra, que como es un derecho pactado en un  Contrato Colectivo, puedan luego recurrir al impago ante las instancias competentes.

Sin embargo, eso me recuerda una leyenda muy frecuente en documentos oficiales que involucran dinero público que reza: “será sujeto a la disponibilidad de recursos”.

Finalmente, quizá razonan que no es sólo el problema de la UAS, sino el de decenas de instituciones académicas que contemplan esa prestación ante las cuales los gobiernos federal y estatales deberán tener una solución ante jubilados que están reclamando, como sucede en Europa o los mismos Estados Unidos de Norteamérica, mantener sus pensiones, pero precisamente por esas experiencias en países desarrollados sabemos cómo vienen las respuestas.

Al final de cuentas, recuerdo una expresión que alguna vez le escuché decir a Jorge Guevara Reynaga siendo rector: si esto de las jubilaciones resulta insalvable, tendríamos que escoger entre pagar a los jubilados, o pagar a los activos para mantener la viabilidad de la Universidad; la respuesta es obvia: la universidad es un bien público que hasta ahora es prioritario; en cambio, a los jubilados se les ve como un estorbo, aun con todo lo que pudieran haber dado a la institución.

Aquella expresión concluyente es la que ronda hoy en la UAS; y las autoridades universitarias y probablemente los jubilados demandantes lo asumieron por distintas razones, mientras los jubilados solidarios, como el Quijote de la Mancha, siguen luchando contra molinos de viento con ideas, pero con pocos seguidores y menos con interlocución política. Ahí está como muestra la cola de cientos de jubilados. El futuro puede esperar.

 

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