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1627 22 Julio 2014

 

Perdóname, mi vida
Irma Alma Ochoa Treviño

Monterrey.- El que las mujeres perdonen a sus agresores sin tomar en consideración la gravedad de las lesiones, daños o afectaciones ocasionadas, es incomprensible para muchas personas. Respeto su derecho a otorgarlo, pero a mí, en lo particular, me es difícil encontrar una justificación aceptable, porque creo que es injusto para las víctimas.

Las especialistas en el tema afirman que los motivos de este actuar son variados e identifican el miedo a recibir más violencia como uno de ellos. Señalan también como causantes del perdón el desconocimiento de sus derechos, considerar que los hechos violentos en su contra son naturales o normales, el ser dependientes económicamente, la baja autoestima o el sentimiento de culpa por privar de la libertad a su agresor.

Refieren, además, la persistente creencia de que él va a cambiar, que todo marchará bien y en sus relaciones no habrá más episodios violentos. Al respecto, la dinámica cíclica de la violencia conyugal, desarrollada por la psicóloga Leonore Walker, reconoce la activación de las fases tensión, agresión y conciliación, en un círculo sin salida.

Después de la etapa de crisis, en la que se agudiza la violencia, inicia una etapa de corta duración llamada luna de miel, donde aparecen con más frecuencia las agresiones e irán aumentando de intensidad hasta llegar a la etapa de crisis, donde las lesiones serán cada vez más graves, o subir de tono a un punto tal que puede, incluso, culminar en feminicidio.

Recién la semana pasada ocurrieron dos hechos violentos en contra de mujeres, en las colonias Unidad y Santa Lucía de Escobedo, Nuevo León. La señora Gabriela G. joven de 21 años de edad, quien siendo una niña de apenas 16 años, empezó su convivencia con Manuel Alejandro Ramírez de 26. Gabriela fue humillada, golpeada con el puño, contra una pared y con un palo de escoba, porque la cena que le preparó no fue del gusto del hombre. 

Por suponer que le era infiel, Silvia C. de 50 años, fue agredida con un cuchillo por Benigno Segura Abundis, de 44. Sin embargo, ante las autoridades investigadoras la señora Cabrera cambió su declaración, dijo que no fue agredida, que la herida en su mano se causó al estar, ella y su pareja, jugando con un cuchillo.

Las mujeres violentadas no formalizaron las denuncias para que sus agresores fueran sancionados conforme a la ley. En cambio, les otorgaron el perdón del ofendido, de acuerdo a lo establecido en el artículo 111 del Código Penal del estado de Nuevo León. Esta indulgencia extingue la acción penal en contra de los ofensores, concede la libertad a los bravucones y, por otro lado, disminuye la carga de trabajo para los tribunales penales.

Para quienes no calzamos los zapatos de las mujeres violentadas es difícil comprender el motivo por el cual dispensan los agravios. Esta dificultad se acentúa cuando los estudios o la experiencia nos dicen que el cuento del: Te juro que nunca lo volveré a hacer, es falso. Son múltiples los casos en que los ofensores piden perdón, envían flores, llevan serenata, hacen regalos y al cabo del poco tiempo, sin mediar motivo, se desatan de nuevo los episodios de violencia.

¿Cómo hacerles ver a los agresores el daño que causan?; ¿cómo hacer para que tomen consciencia del derecho de las mujeres a vivir libres de violencia?; ¿en dónde encontrar la punta del hilo para deshacer la madeja?; pienso que mientras ellos no aprendan a respetar a sus parejas, mientras no las reconozcan como sujetas de derechos y no objetos que se pueden golpear, lastimar o mancillar, seguiremos escuchando peticiones de perdón y conociendo más casos de indulgencias.

Ojalá los agresores nunca vayan a pedir perdón frente a una cama de hospital, un féretro o un sepulcro.

Integrante de: Arthemisas por la Equidad, A.C.
Red por los Derechos de la Infancia en México
Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio
Colaboradora de Bordando por la Paz

 

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