¿Quién ama a los políticos?
Eloy Garza González
San Pedro Garza García.- Los fisiólogos descubrieron hace algunos años unas células del cerebro ahora llamadas “neuronas espejo”. Gracias a estos pequeños dispositivos, el hombre experimenta empatía por sus semejantes. En una zona de nuestro cerebro denominada cingulado reside el complejo de neuronas de sensibilidad al dolor, que nos avisan y encienden la alarma sobre un eventual peligro en contra de nuestra persona.
Pues bien, resulta que estas células también nos avisan y encienden su alarma cuando perciben el peligro sobre otra persona que no somos nosotros. Si dejamos al cerebro actuar a su arbitrio, nos daremos cuenta que está programado para sentir compasión por el prójimo. Dichas células no distinguen en su interior si el dolor es infringido a nosotros o a otras personas; su alarma se enciende indistintamente: registran como propio el sufrimiento que padecen los demás.
Esto da pie al “trauma vicario”, fenómeno estudiado por la psicología social: cuando la gente se da cuenta de que un miembro de su comunidad es víctima de una experiencia traumática, como pagar la tenencia o el predial, responde con una emoción colectiva similar a quien la sufre.
Sólo cuando la víctima es alguien ajena moral o emocionalmente a la comunidad, el efecto es menor y el impacto psicológico se reduce; las neuronas espejo actúan con menos intensidad.
Por eso cuando se nos pide que tengamos empatía por los políticos nuestras neuronas espejo no responden como ellas quisieran y el trauma vicario no se produce en nuestro cerebro. En suma, estamos neurológicamente impedidos para quererlos.
Ni modo: el problema es de ellos. No de la ciencia.