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1651 25 Agosto 2014

 

Charla con Juan Millán en El Presidio
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Juan Millán está viviendo la antesala de la sucesión con nostalgia, desafío e incertidumbre. Está en un momento en que sigue la máxima de karate que la mejor defensa es el ataque. Aun cuando este tipo de luchas siempre encierra una cierta dosis de temor ante lo inesperado. Rememora, argumenta, gesticula, anecdotiza, ajusta y matiza distintos tópicos y personajes de la historia política del estado.

Salta de la literatura a la educación, de ahí a algunos de los grandes empresarios mazatlecos a los que critica suavemente, con el derecho de ser del sur (“ponen solo su prestigio en instituciones beneficencia pública”), para terminar hablando ampliamente de política que este hombre la suda los 365 días del año.

Son cuarenta, quizá cincuenta años, en los pasillos del poder. Primero al lado de los cetemistas Fidel Velázquez y Alfonso Genaro Calderón y más tarde él construye su propio camino al poder y todavía generando un sui generis maximato tropical, que hoy tiene el mayor desafío de vencer o morir en 2016.

Las  turbulencias de la política nuevamente se ciernen en el proceso sucesorio estatal. Metropolizados versus locales. Peñistas versus millanistas. Bien lo decía el viejo Marx: la historia se repite unas veces como tragedia y otras como drama. Todavía están frescas las heridas de la ruptura en el PRI y las secuelas trágicas del 2010. Los rencores están ahí y los peroles de la venganza cocinan en frío.

López, Galindo y Vizcarra, expresión nítida en el campo del peñismo; y Hadamira, Vargas, Irizar, en el terreno de la mancuerna millanista-malovista. No son todos, pero sí, de ahí es muy probable que salga el próximo gobernador. Salvo, claro, una excepción casi imposible en la oposición panista-perredista. Que no se ve ahora tan cerca como en 2010.  Ni tampoco un nuevo Malova. Menos todavía promoviéndolo priistas. Aun si el candidato vuelve a ser Vizcarra

Vino y charla
Millán exalta con gozo su pasado político, mientras sorbe un trago de ese delicado vino del Valle de Calafia y comparte bocadillos de toques regionales, poco gratos para el estómago. Bon vivant al fin. Hiló fino y agudo mientras evoca la personalidad totémica de su mentor, Fidel Velázquez; lo recupera al aire de la memoria como quien busca un asidero de sapiencia llana del viejo régimen. El que hoy vive un singular proceso de restablecimiento. Ya no de los hombres de la Revolución, sino de los tecnócratas.  

Trae a la memoria anécdotas como aquella sobre el EZLN, que para el líder de la CTM el remedio era “exterminarlo”; lo corrige la plana mayor en desplegado público, pero en privado volvió a insistir en exterminarlo. No tenía lucha el hombre que alguna vez sentenció: “a chingadazos entramos a Palacio Nacional, a chingadazos nos sacan”. Aun cuando los enemigos traían machetes y escopetas 22.

“Compa Millán, enseña Velázquez, la sucesión en Sinaloa no viene por el lado del Senado de la Republica. Viene del gabinete. ¿Y quién es el más cercano al presidente Miguel de la Madrid?” Labastida. Quien con esa decisión los siempre ubicuos Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones, lo sacan de la carrera presidencial de 1988, en beneficio de Carlos Salinas. Labastida acepta y viene como candidato del PRI a gobernador. “Si ustedes buscan una foto con una sonrisa de FLO en campaña, no la encontrarán”, afirma mientras sorbe otro trago ahora de un malbec un poco áspero.

Labastida me invita, dice Millán, a ser candidato a Presidente Municipal de Culiacán; pero Fidel le había dicho: si aceptas, nunca serás gobernador. La nominación recayó en Millán Escalante. Se habilita entonces Millán como dirigente del CDE del PRI. Donde en 1989 vive el dilema del político y el hombre. En aquel año es cuando se da la primera concertacesión con el PAN y provocó movilizaciones en Los Mochis, Culiacán y Mazatlán, y todo se complicaría, según él, producto de un mal manejo de Labastida, quien innecesariamente ordenó a la policía ir por los panistas que cada día eran menos en las inmediaciones de Palacio de Gobierno, reclamando triunfos que los números oficiales no les daban. 

Esta situación, según Millán, provocó la intervención del CEN del PAN y la Presidencia de la República. El reconocimiento del triunfo de Humberto Rice se decide en la Ciudad de México. La decisión lo lleva a renunciar al CDE del PRI, lo que era un desafío a la autoridad del gobernador y el Presidente Salinas. Después, más de algún político lo tachó de pendejo; incluso, rememora uno en especial, cuando saliendo del CEN del PRI, se le cruza el carro de Alfonso Genaro Calderón, y éste le dice; “Oye V…, desde el punto de vista político fue un error, pero como hombre, se necesitan muchos huevos”.

De nuevo Labastida
En 1994 llega al Senado de la República y la antesala de la sucesión de 1998; Labastida es el Secretario de Gobernación de Ernesto Zedillo. Tiene como candidato al agricultor Lauro Díaz. Se sabe que quizá sea la última oportunidad. Nada fácil, más cuando la consigna central es convención de delegados en los estados del norte que tendrían elecciones en 1998. Acuerda con otros aspirantes de Chihuahua, Tamaulipas y Nuevo León rechazarla y exigen consulta abierta a la ciudadanía. La ganan. Tensa la relación con Labastida. Va de candidato y gana la elección.

Ya como gobernador impulsa la primera ley de acceso a la información en el país y promueve la integración de los órganos electorales con académicos y ciudadanos de reconocido prestigio. Sin embargo, luego su gobierno se vuelve cada vez omnicomprensivo, sentando las bases de lo que se llamó el maximato millanista. Nada estaba fuera de control.

Sus candidatos para sucederlo eran Abraham Velázquez y Jesús Padilla. Se inclina por el segundo, quien se ve en problemas para ganar la elección a Heriberto Félix, el ex Secretario de Desarrollo Económico en el gobierno de Millán. El compromiso con sus candidatos fue que quien no resultara electo sería impulsado en el 2010. Dice que Aguilar no cumplió y sobrevino el colapso priista de 2010, y el triunfo de la coalición Cambiemos Sinaloa. No fue fácil. Mientras Millán operaba en el PAN y el PRD, Malova negociaba a escondidas con Beatriz Paredes del PRI. Estuvo cerca la ruptura. No obstante, bajo condiciones estrictas, continúa.

El triunfo de Peña
El PRI gana la Presidencia de la República y viene acompañado del reformismo que estos meses hemos presenciado en el país y con un proceso de desmantelamiento de las estructuras locales de poder que se crearon al amparo de los gobiernos del PAN. Eso que analistas caricaturizan como los virreyes estatales y que en un contexto de restablecimiento de un presidencialismo omnicomprensivo y absolutista, tendría que ser muy fuerte el contrapeso para conservar el poder.

Y en esa lógica, los prolegómenos de la sucesión podrían pasar de la tersura de estos meses a una subida de tono por influir en la candidatura del PRI. Por lo pronto, las piezas se empiezan a acomodar. Millán sabe que puede ser su última jugada como jefe máximo. Juega a que hay control en las redes políticas. Aparece y habla. Se posiciona ante el centro. Sabe que el poder priista reconoce su presencia y su carácter rebelde, y quizá ahí radica su mayor fortaleza y su peor debilidad. Los tiempos cambian y los actores se están renovando en discurso y práctica. Nada es definitivo. La moneda está en un aire turbio. Crispado, recuerdan algunos.

* Esta charla con el ex gobernador se celebró sin agenda previa la tarde del pasado 16 de agosto, en el restaurant El Presidio, en el Centro Histórico de Mazatlán, con la participación de Arturo Santamaría y la presencia siempre discreta de Joel Hernández.

 

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