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1662 9 Septiembre 2014

 

 

La contradicción del II Informe
Ernesto Hernández Norzagaray

Bienaventurados los dueños del poder y la gloria 
porque pueden informarnos de qué va la cosa.

“Bienaventurados”, Serrat

Mazatlán.- Analistas de dentro y fuera al país han apuntado hacia una contradicción que estaría viviendo el país en el marco del II informe de gobierno del Presidente Peña Nieto: por un lado, el consenso interpartidario denominado Compromisos por México ha permitido quizá el mayor acuerdo político en décadas, que ha sido reconocido ampliamente por las elites económicas y mediáticas del mundo occidental; y por el otro, internamente, el Presidente Peña Nieto se encuentra con niveles de aprobación ligeramente superiores al 40 por ciento y con una calificación por debajo de 5 puntos.

¿Algún otro Presidente priista ha sufrido tal rechazo de sus conciudadanos? Ni siquiera Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo o Salinas y aun así, algunos de ellos reconsideraron para pasar bien en la historia de este país.

Entonces, las preguntas que asaltan son: ¿por qué si Peña Nieto logró un amplio consenso partidario para empujar reformas “históricas”, la mayoría de los mexicanos están molestos con él y con ellas?; ¿acaso será cierto que la amplia mayoría de nosotros vemos como inevitable que empeorarán nuestras condiciones de vida?; ¿o es que independientemente de lo que pase es resultado de la creciente percepción negativa que se tiene de la clase política?

Consenso y malestar
Evidentemente, un Presidente en minoría legislativa que haya logrado un consenso amplio habla bien de la capacidad de sus operadores para estructurar alianzas con sus adversarios políticos, o de la necesidad de aquellos de no quedar fuera del reparto del fichas.

Esto en cualquier democracia consolidada debería ser motivo de algarabía y de apoyos sociales, considerando que el consenso hace posible la unidad en lo diverso.

Y es que se supone que bajo esas circunstancias sería la síntesis de tres elementos: sufragio, consenso interpartidario y reformas. Es decir, los tres elementos se conjugarían haciendo realidad el llamado arte de lo posible. Pero, sorprendentemente esto no sucede, la gente actúa como si existiera una falta de consenso que refuerza nuestra inagotable desconfianza.

Esto habla de la crisis de legitimidad que está viviendo el dualismo voto-representación. Y es que si el voto no está provocando respaldo al poder electo y lo que tenemos es que la representación no juega el papel de intermediario de los intereses de la sociedad. Como si el mundo de la sociedad fuera por un lado y el mundo de la política por el otro.

Y es que así parece suceder, a los ciudadanos se les reduce en el mejor de los casos al voto, si no es que se les utiliza en prácticas fraudulentas explotando la necesidad de unos pesos adicionales.

Ejemplos hay muchos en cada elección, aun cuando las leyes electorales se esgrima que se perseguirá “con todos los recursos de la ley” a quienes infrinjan este dispositivo constitucional y reglamentario.

Entonces, con este aval ilegitimo actúan la mayoría de los políticos en funciones y dan forma al denominado gobierno de los políticos, es decir, a ese tipo de mandato que formalmente es el resultado de los votos mayoritarios; sin embargo, una vez ocurrida la consulta los márgenes de actuación de estos políticos son absolutamente discrecionales. Y eso, no sólo irrita a los ciudadanos, sino va vaciando de contenido a la democracia o reduciendo simplemente a lo electoral.

La inevitabilidad de lo peor
Nuestra cultura política que linda la frontera de la fatalidad, producto de nuestra cultura y los agravios históricos, ha provocado una propensión casi natural a la inevitabilidad de lo peor.

Aun cuando las cosas pudieran ir mejorando podríamos decir siempre que las cosas van mal. Un ejemplo, en el peor de los momentos de la violencia criminal del norte del país, un opinólogo preguntó en Mérida que cuál era el principal problema en la pacífica tierra de los boshos y la mayoría dijo que la violencia. ¿Por qué esa respuesta en tierra pacífica?

Se ha dicho que los culpables son los medios de comunicación, con su estela de violencia mediática que alimentan el sentido de fatalidad. Hay algo de cierto, los medios en busca de elevar sus ventas, llegan a poner las peores noticias en primera plana, alimentando el morbo.

Entonces, lo mismo sucede con las reformas estructurales, que el gobierno quiere vender como buenas para el futuro del país y lo único que provoca es que se activen en un amplio sector los resortes de la desconfianza o la disposición para aceptar sin más mensajes en contra.

Aunque también hay una suerte de repetición de argumentos que lleva a la máxima de que la “burra no era arisca, pero la hicieron”, y es que las bondades que hoy el gobierno y sus trasmisores y analistas oficiales esgrimen, la gente las remite a los ochentas, cuando se privatizo la  banca, los noventa, con el TLC; y el 2000, con la privatización de lo que resta del patrimonio.

Hoy en el país hay incertidumbre frente a lo que viene, la reforma laboral con su flexibilidad en los contratos y la eliminación de cualquier mecanismo de organización sindical, le mete miedo a la gente; la reforma educativa con sus mecanismos de control sobre el desempeño de los mentores ha generado igualmente incertidumbre en el sector magisterial.

La reforma fiscal por su parte tiene especialmente muy preocupados a los pequeños y medianos empresarios, por las medidas recaudatorias; y no se diga la reforma energética, que reducirá sensiblemente las transferencias fiscales de Pemex a la hacienda pública, con el subsecuente efecto en un menor gasto social (educación, salud, vivienda, etcétera); o en materia de seguridad, con un incremento de la violencia criminal, que simplemente se habla poco y parcial y ponen en operación la novedosa gendarmería nacional.

En fin, cada quien hace sus cuentas y frecuentemente el saldo no es alentador, como lo pretende combatir el Presidente Peña Nieto con sus spots, vaya, de lo bien que va México.

Percepción negativa
Pero, hoy más que nunca, el problema pareciera que es un cierto tipo de políticos en cargos de decisión pública, pues como nunca sabemos de su propensión a hacer de la política un buen estilo de vida. Placeres, escorts, viajes, sueldos jugosos, privilegios.

La mayoría de ellos ha aprendido que la política deja y que llega a ser  efímera, por eso el terror de quedar fuera del presupuesto. Entonces, la corrupción se ha vuelto un modus operandi bajo distintas modalidades y donde no está exenta la de motivación política.

Está visto que los políticos se disciplinan a las directrices de las jefaturas políticas, o peor, vulgarmente acepten dinero público por sus votos o que se lo gastan en francachelas, como sucedió recientemente con los legisladores panistas en Puerto Vallarta; o la impunidad de ese tipejo llamado Cuauhtémoc Gutiérrez, quien utilizaba las oficinas del PRI capitalino para administrar una red de prostitución, cuando esas instalaciones y salarios son sostenido con dinero público; y sorprendentemente, la mayoría de los consejeros electorales del IEDF no pudieron demostrar, absolviéndolo de toda culpa.

En definitiva, la contradicción existente entre la Peñalandia y el mundo de la calle; son caminos diametralmente distintos: en un lado están los negocios y la jauja que ha propiciado la combinación de la política con la economía; y del otro lado, la percepción negativa largamente incubada y el miedo de lo que cada uno tendrá que pagar en este nuevo ensayo reformista llamado neoliberalismo.

Por eso, bienaventurados…

 

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