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1677 30 Septiembre 2014

 

 

Cabos sueltos
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- La imagen de esa mujer cargando un televisor robado y un soldado indiferente es la clara expresión de lo ocurrido en estos días de caos en Los Cabos. Mucha gente aprovechó la falta de autoridad  para tomar lo que quizá siempre deseó, un televisor de pantalla plana de 32 o 40 pulgadas, paquetes de cerveza, botellas de whiskey o víveres; todos ellos gratis y por ello todos los participantes se iban con una sonrisa de satisfacción, complicidad, realización, ante una autoridad permisiva que raya en complicidad, quizá para evitar que aquellos desmanes escalaran.

Hay quienes dicen que la oportunidad hace al ladrón, ¿pero hasta dónde lo sucedido en Baja California es una manifestación más, quizá la más individualista, de que la gente se hace su propia justicia aprovechando cualquier circunstancia que los une en contra de un sistema que percibe como injusto? Y que anima la idea, de que no hay mejor solución que lo que cada uno pueda hacer por uno mismo. Veamos.

Masa y poder
Elias Canneti, el escritor austriaco que en 1981 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, dejó testimonio en su obra cumbre, Masa y poder, de cómo seres cotidianamente indiferentes, buenos ciudadanos, bien portados, en determinadas circunstancias motivados por la ideología, la religión y por qué no, por la falta de autoridad, llegan a tomar decisiones que nunca pensaron al amparo del anonimato de la masa.

La cohesión de la masa tiene su propia lógica. En medio del caos la mueve el sentido de cuerpo, supervivencia y en algunos casos, de catarsis más que por una necesidad insatisfecha. Su protagonismo se manifiesta descarnado, crudo e irracional. No se sujeta a la lógica de la necesidad, sino del poder, así sea efímero. De ahí que cuando en los medios de comunicación señalan con dedo inquisidor a esa persona que roba un televisor, cervezas, botellas de whiskey o víveres, lo cuestiona moralmente sin considerar las motivaciones que van más allá del resorte “la oportunidad hace al ladrón”.

En México, hemos visto pueblos enardecidos, que cuando capturan a un ladrón o violador lo someten a su “propia ley”, lo ejecutan, golpean, humillan bajo la máxima de Lope de Vega: ¿quién mató al Comendador?; Fuenteovejuna, señor; también vimos aparecer una guerrilla indígena ante el abandono social de pueblos milenarios que dijeron: ¡ya basta!; igualmente fuimos testigos de la constitución de grupos de autodefensas contra el crimen organizado en Michoacán y Guerrero; y el vandalismo que no es nuevo pero hoy adquiere una dimensión desconocida en una de las mayores referencias turísticas internacionales del país; pero tenemos pocas experiencias que hayan derivado en lo que hemos visto estos días en la apacible península.

Me pregunto: ¿es un nuevo tic-tac de formas profundas de expresión social ante la ausencia de autoridad y la incapacidad de los llamados reguladores comunitarios? Quizá sí.

Argumentos
Se podrá argumentar con mucha razón que cada una de éstas obedecen a dinámicas completamente distintas y que no se puede meter a todas ellas en el mismo costal; sin embargo, lo demostrable es que todas ellas involucran grupos humanos, hay ausencia de autoridad y está latente un malestar acumulado. Todas ellas se dan en determinadas circunstancias y ocupan de buena o mala manera el espacio vacío dejado por la autoridad. Aun cuando de última hora las cosas tomen de nuevo su curso.

Quizá por eso, el Consejo Coordinador Empresarial, inmediatamente se pronunció en contra de estas expresiones y exigía a la autoridad que la normalidad se restableciera mediante la aplicación estricta de la ley.

Ciertamente, cuando una persona toma un objeto que no es suyo es un ladrón, pero cuando son cientos o quizá miles quienes deciden rapiñar no se les llama ladrones, sino se les clasifica bajo la ambigüedad del término vandalismo. Un concepto polisémico y omnicomprensivo porque  incluye desde el graffitero hasta los anarquistas que practican la acción directa contra instituciones públicas y privadas pasando por actos rapiña. Y, por eso ahora, se les llama así a quienes saquean los grandes y medianos almacenes comerciales de Los Cabos, a falta de un mejor calificativo que explique mejor estas conductas.  

Contradicción
Esta dinámica multiforme que aparece cada vez más frecuentemente muestran las palpitaciones del México bárbaro, profundo, no del tipo que reveló John Kenneth Turner, el periodista norteamericano que viajó desde Sonora hasta Yucatán documentando la barbarie porfirista, sino del México de hoy que no termina por resolver la contradicción entre el discurso modernizador y el de la percepción en la vida cotidiana. Ese que en las encuestas rechaza las reformas estructurales, porque en el fondo siente que no tienen nada bueno para las familias. Y por ello reprueban al Presidente Peña Nieto.

Es la contradicción entre un México que ha producido grandes discursos positivos pero que es ajeno a una mayoría nacional que desconfía y cuando puede agrede a quienes encarnan el abuso institucionalizado. Vimos este antagonismo el 16 de septiembre en el Zócalo, cuando en la ceremonia de Independencia se hacían los honores a los próceres de la independencia de México, y la masa se lanzaba contra el vehículo que trasladaba a una de las hijas del Presidente Peña Nieto.

No hay duda que en el país hay una gran irritación social; es difícil conversar con alguien que no exprese malestar por su situación económica personal y de su familia, por la inseguridad en las calles, los excesos y la frivolidad de los políticos, la incertidumbre que provocan los impuestos que entraran en operación en el 2016, o la connivencia de miembros de los cuerpos policiacos con el crimen organizado.

Incluso, gente que está bien económicamente, que tiene la vida resuelta, vive por eso mismo la preocupación constante de un atentado contra su patrimonio. Sea este un robo, secuestro, extorsión o asalto a mano armada. Vive la angustia y la ansiedad de sentirse frágil ante lo inesperado.

Y es donde el discurso oficial choca contra una realidad inasible, que se expresa de las formas y lugares más inesperados.

Justamente, el caso de Los Cabos es emblemático, pues siendo una región donde el índice de desarrollo humano está sobre la media nacional ocurre este tipo de manifestaciones sociales. Quiere decir entonces que este tipo de reacciones tienen mejor explicación en la psique social que en la situación económica de cada uno (véase que muchos de los que participaron en los saqueos iban en vehículos incluso de lujo).

Expedientes
En definitiva, lo sucedido en la península bajacaliforniana no puede explicarse con el expediente fácil de que quienes han decidido vivir allá son incivilizados, como lo leí en un comentario del facebook, sino hay algo más que conecta con distintos grados de insatisfacción e irritación, que llegado el momento se expresan fuera de los patrones normales de comportamiento social.

Y mucho menos como lo pretende la televisión, explicarlo con base a los objetos robados para justificar un cuestionamiento moral, cuando evidentemente es un comportamiento sociológico.

Incluso, cuando la TV privada ha sido un factor decisivo en el fomento de valores basado en el individualismo y en contra de expresiones comunitarias auténticas. A no ser que Laura Bozzo sea la encarnación de un nuevo espíritu colectivo mediático.

Entonces, hay algo más perenne detrás de esas imágenes de rapiña con rostro de satisfacción.

 

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