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1694 23 Octubre 2014

 

 

Buscaglia y su manual del perfecto inocente
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Edgardo Buscaglia, supuesto experto norteamericano en seguridad y narcotráfico y profesor visitante del ITAM, ha publicado sus buenos consejos para impedir que masacres como la de Iguala se repitan en México: propone que la sociedad civil tome la calle.

Y para abonar su dicho, pone como ejemplo las protestas ciudadanas de Italia en los años 90, que se articularon en el movimiento “Manos limpias”.

En realidad, “Manos limpias” fue una vendetta muy a la italiana, de varios grupos políticos en contra de otros grupos políticos para meter en la cárcel a sus rivales. El ganador de esta escaramuza al estilo Cosa Nostra, fue un payaso de feos modos y negras intenciones de apellido Berlusconi. Las cosas terminaron peor que como empezaron y los ciudadanos de bien prefirieron olvidar su participación en aquel anticipo del reinado del farsante don Silvio.

Pero Buscaglia no se estanca en comparaciones odiosas y nos receta una ristra de acciones cívicas para limpiar la inseguridad pública de una vez por todas, hasta minimizarla a mera anécdota en la historia moderna de México. En principio de cuentas sugiere que “millones de ciudadanos salgamos a la calle a protestar como parte de una movilización popular, masiva y bien unida”.

Luego nos dicta a estos millones de ciudadanos “una agenda de exigencias compartidas con no más de tres o cuatro puntos”, como son la modificación de códigos penales, organismos autónomos de vigilancia ciudadana y llevar a los criminales a la Corte Penal Internacional. ¡Pues mira, cómo no se nos había ocurrido antes!

De este tipo de buenas intenciones está acribillado (no empedrado) el camino del infierno. Y México es un infierno de muertos sin sepultura porque muchos de ellos no sabemos ni en dónde están. Finalmente, Buscaglia remata con una advertencia santificante: los millones de ciudadanos que protestan deberemos ser pacíficos, como lo fue Gandhi. Aclaración impertinente con la que, ahora sí, Buscaglia se vuela la barda.

Las protestas masivas son testimonios de la indignación ciudadana (cosa que está muy bien), pero suelen dejar en entredicho su efectividad política. Siempre estará latente la duda de si la India consiguió su independencia a raíz de las protestas ciudadanas que encabezó Gandhi en las primeras décadas del siglo XX, o fue por insolvencia del gobierno británico, tan desfondado tras la Segunda Guerra Mundial, al grado de obligarlo a deshacerse de sus antiguas colonias.

Otro líder ciudadano como Martin Luther King encabezó marchas masivas y fue un muy valiente aglutinador religioso de la indignación ciudadana en contra del racismo, pero hay pruebas de que la Ley de Derechos Civiles de 1964, se debió más al cabildeo de alto nivel de los oportunistas hermanos Kennedy y al olfato político del viejo ranchero Lyndon B. Johnson.

Las marchas estudiantiles en 1968, entre las cuales se incluye el espantoso genocidio de los estudiantes mexicanos en Tlatelolco causó la legítima repulsa internacional, pero no despeinó ni un pelo al sistema político mexicano, que siguió gobernando como Juan por su casa en México muchos sexenios más. Lo mismo sucedió con el partido comunista de China, aparentemente puesto en la picota por las protestas de la Plaza de Tiananmén, en 1989, pero cuya crisis política de imagen derivada de la violenta represión masiva no pasó de “quítenme esas pajas”.

El propio Nelson Mandela, grande entre los grandes, reconoció en 2008 que el movimiento ciudadano en contra del Apartheid en Sudáfrica estaba tan desorganizado y sin disciplina interna, que la democracia multirracial de su país se logró sólo gracias a sus negociaciones secretas mientras estaba en prisión, con el entonces presidente Frederik Willem de Klerk, y bajo la anuencia de Inglaterra, más convencida de tratar con consumidores libres de sus productos y servicios comerciales, que con súbditos paupérrimos.

¿La Primavera Árabe de hace algunos años? Fue más un acuerdo cupular, antes que la mítica “Primera Revolución Tuitera”, como la bautizó la prensa cursi, hecho demostrado más tarde con los fundamentalismos religiosos autárquicos que hoy dominan Libia y el pantano político actual en el que se hunde Egipto. Y en cuanto a las recientes manifestaciones juveniles en Hong Kong, han pasado de ganar las ocho columnas en los periódicos de Europa, a aparecer como pequeñitas notas de interiores. Y es que los países del Primer Mundo aprendieron a privilegiar los acuerdos comerciales globales y a desdeñar las pataletas de jóvenes que viven holgadamente entre rascacielos asiáticos, pero que, a pesar de su buena suerte, se devanan los sesos y se miran el ombligo buscándole tres pies al gato democrático.

Las protestas masivas son el medio ideal para expresar la indignación ciudadana, pero no son herramientas definitivas para acabar con el narcotráfico y menos para derrocar gobiernos. Lo segundo se consigue mejor con el sufragio (¿si los políticos en funciones no sirven para gobernar por qué los votamos?) y lo primero (terminar con el crimen organizado) se logra con la coincidencia de varios factores como un sistema de seguridad competente, una prensa nacional no corrompida, organismos internacionales imparciales (la ONU para la que trabaja Buscaglia ya no lo es) y una opinión pública global que se exprese en múltiples foros, no sólo en la calle. Lo demás son puras buenas intenciones y lugares comunes, a los que es tan afecto el pobrecito de Buscaglia.

 

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