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1694 23 Octubre 2014

 

 

ANÁLISIS A FONDO
Teatro del absurdo
Francisco Gómez Maza

 

Ciudad de México.- Este México nuestro, amado México, donde se nace, se crece, se ama, se procrea y se debe de morir de muerte natural, es un doloroso escenario del Teatro del Absurdo. Desde endenantes. Desde que el escribidor tiene uso de razón profesional como reportero, hace ya más de medio siglo. Un Teatro del Absurdo declarado, como el inventado por Albert Camus y Jean-Paul Sartre, en donde para que la propia filosofía del absurdo exista Dios debe estar muerto.

Y vaya que Dios está muerto. Y bien muerto. Si estuviese vivo no habrían tantos desaparecidos, tantos secuestrados, tantos asesinados, tantos ejecutados. Tantos niños pulverizados.

Aunque no le guste a algunos el parangón.

México es escenario del Teatro del Absurdo, y sólo hay que recordar las partes de la obra más vergonzosas, más dramáticas, sin irnos a los altares donde se sacrificaban bellísimas doncellas mexicanas en honor al sanguinario Huitzilopochtli: la Matanza de Tlatelolco, el Jueves de Corpus, la masacre de Aguas Blancas, la quemazón de ternuritas en la Guardería ABC, el asesinato colectivo en San Fernando, el ajusticiamiento sin juicio en Tlatlaya y la desaparición y obviamente eliminación física de los 43 jovencitos de Ayotzinapa en Iguala, son las más imbéciles y vergonzantes escenas de este Teatro del Absurdo.

Escenas dantescas producto de mentes criminales, del absurdo, cuyas características son el deliberado abandono de una construcción dramática racional y el rechazo del lenguaje lógico y/o consecuente, que sustituyen la estructura tradicional de planteamiento-nudo-desenlace por una ilógica sucesión de acciones diabólicas sin sentido.

Los personajes cambian de sexo, de personalidad o estatus; la trama  es circular y no va a ninguna parte y los objetos pueden llegar a expulsar a los personajes de la escena o, por el contrario, ser reducidos al mínimo para representar el vacío y la nada. Como el polvo –polvo eres y en polvo te convertirás– hallado en las fosas clandestinas. Cuántas fosas clandestinas habrán sido cavadas en todo el territorio nacional.

Los actores, todos, sobre todo los encargados de la justicia utilizan un lenguaje sin sentido, que lleva a malentendidos entre los propios personajes y además, los diálogos evasivos crean un efecto tragicómico y demuestran los límites del lenguaje.

Las obras mencionadas, sólo producto de mentes enfermas, tienen en común la presentación de una realidad grotesca y una falta de división clara entre fantasía y realidad, entre lo diabólico y lo simbólico. Increíble pero cierto. La muerte, la destrucción de la vida, la represión, la reacción, todo contra toda lógica. El fiscal no puede y tiene que inventar recompensas para los soplones profesionales, porque él no tiene ninguna capacidad de dar con las fosas donde fueron enterrados los 43, porque todo el territorio nacional está sembrado de fosas donde yacen, como en las urnas sagradas de las iglesias, osamentas calcinadas. Increíble pero cierto. Y ahí, en una desas fosas puedo terminar con mis huesos calcinados, o puede usted aparecer con su esqueleto hecho polvo.

La aceptada creencia de que el mundo tiene sentido, a pesar de que Hitler ordenó una masacre de 6 millones de personas, o Washington ordenó matar a ciudades enteras con la bomba atómica, es subvertida y reemplazada por un mundo donde las palabras y las acciones pueden ser completamente contradictorias, como se contempla en el final de Waiting for Godot; de esperando a los 43. De esperando a los miles de desaparecidos que el señor Osorio Chong se comprometió hace ya más de un año a buscar, aunque ciertamente no ha buscado en las fosas.

Pero este Teatro del Absurdo llamado México está a punto de volver a incendiarse, si es que no se está incendiando ya desde la eternidad, desde que los aztecas sacrificaban a las más bellas jóvenes al diabólico Huitzilopochtli. Guerrero, ese estado emblemático de la violencia criminal y la violencia revolucionaria, está envuelto en llamas. En la víspera, fue incendiada la sede del Partido de la Revolución Democrática en su capital, Chilpancingo. Incendiarios heridos porque esos izquierdistas son los responsables de la impunidad con que actúan alcaldes complicados con el crimen organizado. De un gobernador que no se asume como tal, sino como uno de aquellos caciques políticos que creíamos desaparecidos por la acción del cambio, de las transiciones, de la modernidad, de una democracia que sigue siendo la imposición del más fuerte sobre los millones de seres humanos que viven, o mejor dicho, sobreviven en la orfandad.

La prensa de ayer es reveladora: Queman el palacio municipal de Iguala, donde los estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron reprimidos, por órdenes del impune presidente municipal al servicio del narco, y luego desaparecidos y asesinados. Indignados van por el edificio de “Prospera” en Chilpancingo, también. Manifestaciones de protesta desesperada de indignados, y justificadamente indignados, en todas partes. Redes sociales embarazadas de mensajes de indignación. Se empieza a paralizar todo. El centro de la ciudad de México cerrado, blindado, por una impresionante marcha de más indignados, de estudiantes universitarios, de gente del pueblo, de hombres y mujeres, y policías bien armados por el miedo que tienen las autoridades.

¿Y la clase política? Enconchada en sus búnkeres. En el Senado de Reforma e Insurgentes. En la Cámara de Diputados en San Lázaro. En Palacio Nacional. En Los Pinos. En el Palacio de Justicia.

Y qué más da que los senadores declaren o no la desaparición de poderes en Guerrero. No hay causales, argumentan. Pero además, el gobernador tiene que responsabilizarse. Tiene que abrir las orejas para escuchar el clamor, el grito desesperado, angustioso, de madres y padres que no encuentran a sus hijos, porque estos ya están convertidos en ceniza.

Qué país.

Y la pregunta viene escuchándose como un eco dramático desde que el gran Cicerón, en aquella Roma imperial, represiva, asesina, clasista, le reclamaba al facineroso de Catilina su traición.

A dónde vamos después de contemplar, desde hace medio siglo, estas operas imbéciles de este gran Teatro del Absurdo.

¿El destino de los mexicanos es cualquier fosa clandestina en cualquier baldío de este inmenso país? Pero México no puede ser un gran cementerio. Un tiradero de cadáveres. ¡Por favor!

El martes los maestros y estudiantes irrumpieron en las oficinas del PRD en Chilpancingo y la incendiaron. Antes habían quemado el palacio de Gobierno. El miércoles incendiaron el palacio municipal de Iguala. ¡Hicieron destrozos!

Y qué querían que hicieran. La vida de los 43 es de lo más valioso de este Teatro del Absurdo. La vida de los migrantes de San Fernando, también. La de los 49 bebes de Hermosillo, que apenas despuntaba.

Y dónde estás, estimado Jesús Murillo Karam. Qué. ¿Es tan difícil para tus muchachos descubrir los cadáveres? ¿Es tan difícil? Pero bueno. Es el Teatro del Absurdo. Y se nos está olvidando Tlatlaya.

fgomezmaza@analisisafondo.com
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