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1718 26 Noviembre 2014

 

 

El amor se transmite vía oral
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Una amiga recorrió varios centros comerciales buscando oxitocina. Rendida me pidió ayuda. “¿Para qué la quieres?”, pregunté intrigado y ella me respondió que para enamorarse de nuevo.

“Me aseguran –añadió romántica, tocándose el pecho– que la oxitocina sirve para el amor”.

Quise aclararle a mi amiga que su corazón también tiene sus razones, pero solo en parte: la oxitocina es la hormona del amor, sí, pero en realidad, este neurotransmisor lo segrega nuestro organismo para estabilizar nuestras emociones y ayudarnos a combatir ansiedades. Y lo más importante: la oxitocina provoca en la amígdala cerebral una serie de reacciones que favorecen la sociabilidad.

Mi amiga piensa untarse oxitocina en el cuerpo, porque está segura que sus pretendientes (¿uno? ¿dos? ¿diez? ¿cien?) van a volverse adictos a ella y así permanecerán a su lado. Temo desengañar su plan maestro: más que del amor, la oxitocina es la hormona de la convivencia. Potencia las relaciones sociales, la confianza entre seres humanos y la generosidad. Por eso yo la denomino no la hormona del beso, sino del abrazo y el estrechar de manos. Y como está comprobado que las personas con muchos amigos viven más años y con menos enfermedades, este neurotransmisor sirve para eso.

Sus efectos son muy específicos en situaciones sociales porque, al parecer, disminuyen nuestros temores sociales y resistencias a relacionarnos. Quizá por eso las mujeres que dan a luz liberan oxitocina durante el parto, a fin de que la empatía que le tributan a su hijo les distraiga los intensos dolores que se sufre con el parto. Ya se ve que puede más el amor que el sufrimiento.

La oxitocina no es una pócima milagrosa, no es magia, es una respuesta orgánica bien estudiada por la ciencia médica y según uno de sus más conspicuos investigadores, el doctor Paul Zak, la oxitocina constituye el pegamento social para que las familias y las comunidades se mantengan unidas. No en balde, al doctor Zak se le apoda el “Doctor Amor”.

El fin de semana pasado descubrí que en cierto centro comercial de McAllen, Texas, se dispersa en forma de spray una gran cantidad de oxitocina para que los clientes tengan buen ánimo, quieran socializar, se sientan en confianza con extraños y así compren más artículos y productos. De ahí la relevancia de esta nueva ciencia llamada neuromarketing.

También existe una moda reciente entre jóvenes de San Pedro, que consiste en ingerir oxitocina en forma de pastillas: suponen que así lograrán un mejor contacto emocional y un sentimiento instantáneo de apego cuando “liguen”. Dudo que la oxitocina provoque que esa jovencita adinerada de San Patricio que pretenden enamorar caiga rendida a sus pies. Pierden el tiempo cuando vacían discretamente la hormona en el vaso de la muchacha-víctima. La oxitocina tiene propósitos terapéuticos y no es el equivalente moderno de la yombina.

Además, no hay nada que sustituya el viejo arte de la seducción, esa que Casanova elevó a la altura de la mística. La oxitocina es una simple sustancia. El amor, en cambio, lo es todo, que es otra manera de decir que no es nada. O cada quien dirá según le vaya en la feria.

 

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